Estaba nerviosa. Bueno, estaba cagada de miedo, la verdad. Llevaba queriendo hacerme un piercing en el pezón mucho tiempo, pero por supuesto, me había metido a YouTube a ver cómo lo hacían y ver a la gente gritar de dolor me había echado muy para atrás. Pero era uno de esos días en los que te da por ahí y no hay quien te quite de la cabeza que quieres ese piercing, así que vas con tus dos ovarios y te lo haces.

Pero ahora estaba en el estudio de tatuajes, esperando a que alguien se quedara libre para atenderme, y no podía estarme quieta. Movía los dedos, daba golpecitos en el suelo con los pies… creo que todos los que estaban a mi alrededor se estaban poniendo histéricos solo de verme.

Al fin una de las chicas de la tienda me vino a buscar y me llevó hasta la cabina donde me iban a hacer el piercing. Entré y me quedé un poco cortada. La tatuadora era despampanante. Es absurdo, pero cuando alguien te resulta atractivo y no estás en un ambiente adecuado, te entra tanto corte que empiezas a mirar para todos los lados menos a dónde está la persona, intentando disimular. Total, que al final se te nota más que si le miraras las tetas sin disimulo (o casi). Pues así estaba yo con la tatuadora.


– Siéntate aquí – me dijo, dando unas palmaditas sobre la camilla.
Cuando me fui a sentar, ella no se apartó ni un centímetro, de modo que quedamos muy, muy cerca. Me puse más nerviosa aun y le sonreí, intentando parecer simpática y segura, pero sin poder mantenerle la mirada.
– ¿Qué has venido a hacerte?
– Un piercing en el pezón, el derecho – le dije a media voz.
– Vale, quítate la camiseta y el sujetador. – Se dio la vuelta y fue preparando las cosas mientras yo, roja como un tomate, me desnudaba de cintura para arriba.

Marcó dónde sería el piercing y se dispuso a clavar la aguja, pero no me pude contener. Entre que tengo los pezones sensibles y que ya iba dispuesta a que me doliese, pegué un alarido de dolor que se debió de oír en todas las plantas del edificio.

– Para, para, por favor, que he cambiado de idea. Va a ser mejor que me quede sin piercing.

Ella me miró entre sorprendida y divertida. Dejó la aguja sobre la mesilla a tiempo de sujetarme las muñecas antes de que pudiese volver a ponerme la ropa.

– Me sienta mal que hayas venido a por un piercing y te vayas con las manos totalmente vacías. – me dijo en un susurro. – Creo que deberíamos ofrecerte alguna otra cosa, ¿no?

Yo la miraba con los ojos como platos y no sabía dónde meterme.
Encajó sus caderas entre mis piernas y las abrió para acercarse más. Entonces, tanteando el terreno, se acercó para besarme. Cuando sus labios tocaron los míos, sentí una descarga desde la lengua hasta mis partes más íntimas. Cerré los ojos y me zambullí de pleno en el beso. Me soltó las manos, con lo cual pude meter mis dedos entre su pelo y ella pudo agarrar de mis caderas y tirar de mi hacia ella.

Subió sus manos hasta mis pechos, pero cuando tocó el pezón dónde había estado la aguja inhalé fuerte. Aun me dolía. Entonces me sonrió y lentamente fue bajando, mordiendo y besando mi cuello hasta ese mismo pezón. Con delicadeza lo rodeó con sus labios y me acarició con su lengua. Eso estaba mucho mejor. Enseguida se me endurecieron los pezones y comencé a arquear la espalda. Le desabroché los pantalones y metí la mano entre sus piernas.

Noté la humedad a través de las braguitas y al ver que ella respondía, decidí ir más allá y meter los dedos más adentro. Empecé a acariciarla, primero suave, luego un poco más brusco, mientras ella seguía dedicándose a mis tetas. Metí mis dedos en su interior mientras seguía acariciándole el clítoris con mi pulgar. Al poco ella dio un gemido contenido, sofocándolo con un mordisco en mi cuello. Se alejó un poco y me sonrió. Abrió mis piernas para continuar con la faena, cuando alguien llamó a la puerta. Sorprendidas, nos tapamos rápidamente y ella abrió la puerta. Querían saber si todo iba bien, porque la cita estaba siendo bastante larga para un piercing.

Me fui rápidamente después de eso, con unos cuantos euros menos en el bolsillo y un calentón de primera. Consideré ir al día siguiente de nuevo, pero pensé que quizá sería sospechoso, y que parecería que estaba desesperada. Un poco triste decidí dedicarme a mi misma esa noche, a ver si así se me pasaba la tontería. Al llegar a casa saqué las llaves, y cayó un papelito al suelo. Al abrirlo vi que era un número de teléfono, con un mensaje debajo: por si necesitas ayuda curando ese piercing a medias.
Al final no tendría por qué terminar la fiesta sola.

Laura