La nuestra fue esa historia de amor que pudo haber sido y no fue, no porque no lo deseásemos con todas las fuerzas, sino porque hay ocasiones en la vida en las que lo grandioso llega en forma de losa.

Decisiones que no dudarías ni por un segundo y que, de la noche a la mañana, se vuelven vitales y absolutamente complicadas. Como un castigo que te hace madurar en un segundo, como una responsabilidad inesperada para la que no estás preparada.

Tulio y yo éramos amigos, compañeros y prácticamente inseparables. Vecinos en una urbanización a las afueras de la ciudad, llevábamos unidos desde los diez años. Compartiendo un millón de primeras veces que nos hacían crecer creyendo en una amistad sólida como la roca.

Pero con la adolescencia las hormonas nos revolucionaron dejándonos a cada uno en un lado de la pantalla del juego de la vida. Tulio con sus amigos y sus cosas de chicos, y yo con mis chicas intentando resolver de la mejor manera posible los mil y un quebraderos de cabeza de todo adolescente. Nosotros seguíamos siendo los amigos de siempre, pero empezamos a guardar unas absurdas distancias sin ningún motivo aparente.

Quedábamos a solas de vez en cuando, dispuestos a ponernos tibios de helado de plátano mientras destripábamos las historias para no dormir que sucedían en nuestro instituto. Yo era su mejor amiga, él mi mejor amigo, y aquello ni miles de hormonas juguetonas podían romperlo.

Llegaron entonces nuestras primeras parejas. Esos novios de disco light que aparecen con un beso en la oscuridad y que crecían a base de sms’s y llamadas de madrugada. Sin saber muy bien el por qué, Tulio jamás aprobaba mis ligoteos y yo siempre tenían algún pero para cada una de las chicas con las que él se liaba. Jamás le dábamos importancia a nuestros tonteos, quizás porque los dos sabíamos que ninguna de esas relaciones llegaría nunca a nada… o al menos hasta que conocimos a Sandra.

Ella apareció en nuestras vidas para trastocar por completo nuestra rutina. Tulio la había conocido en una de sus clases de guitarra, y yo no lo había visto venir a pesar de que su nombre se empezaba a repetir demasiado a menudo en nuestras conversaciones. Y es que Sandra era esa chica de diecisiete años que todas las demás deseábamos ser: guapa, con un estilo hippie pero ideal en el que todo sienta bien, con una melena ondulada preciosa y música, ella era música.

Tulio parecía no creerse que ella hubiera dado el paso aquella tarde cuando se besaron por primera vez. Escuché la historia de su cita una y otra vez, casi en bucle, mientras los ojos de mi gran amigo se iluminaban como luciérnagas en la noche. Me alegré, por supuesto, pero un pequeño pellizco en mi estómago me producía una inmensa tristeza que entonces no comprendía.

Y como mejor amiga del novio, me presentó a Sandra. Y ella me trató con esa forma de ser encantadora. Nuestra vida continuó pero pronto comencé a sentir que Tulio estaba cada vez más distante. No había llamadas, ni mensajes, tampoco quedadas en la heladería. Comprendí que el tiempo de mi mejor amigo era ahora para su novia, y aunque bastante aturdida por tantos cambios, me hice a la idea.

Nos empezamos a ver como dos conocidos, sin más. Cruzarnos en el portal me producía un nerviosismo muy estúpido que apenas me permitía mantener una charla normal. Lo echaba tantísimo de menos… estábamos tan cerca y a la vez tan lejos.

El día de nuestra graduación en el instituto fue la que marcó un verdadero antes y un después en toda esta historia. Tras años y años de estudios, pasillos infernales y clases soporíferas había conseguido mi meta y era la hora de celebrarlo. Aquella noche me emborraché por primera vez, y también cometí mi primera cagada de borracha inconsciente.

La montaña rusa de sentimientos que me había creado el alcohol me hizo frenar un segundo a solas, sentarme en un banco de la plaza y escribir un magnífico mensaje a Tulio. Obviamente no recordé toda la escena hasta el día siguiente, cuando revisé mi móvil de posibles daños y di con tres mensajes de mi amigo y una bandeja de salida terrible.

Te echo de mens Tulio. Se q ahora stas ocupad y q t da igual lo q m pase, pero t necesito cnmigo. T quiero + q nadie.

Los borrachos no mienten, como tampoco lo hacen los niños, y más borracha que yo no la había aquella noche. Pasé tres días encerrada en la burbuja de mi soledad huyendo de aquella declaración de amor tan poco romántica. Tumbada en mi cama pensé en Tulio y realmente comprendí que ese amigo tan amigo era muchísimo más para mí. Lloré por él por primera vez, como una absurda idiota.

Y muy a mi pesar me tocó hacer frente a aquel sms traicionero. Tulio me había respondido preguntando preocupado si todo me iba bien, pidiendo que le explicara aquel mensaje y yo había evitado por completo darle más respuestas. Pero el que nuestros padres nos tratasen como uno más en nuestras respectivas casas no ayudó en eso de la intimidad, y tras varios días de silencio premeditado, mi amigo se presentó en mi habitación serio y muy pensativo.

¿Qué se te está pasando por la cabeza?‘ preguntó ante mi mutismo total.

Nada, que soy la más pringada, que soy una amiga de mierda y mil maravillas más que prefiero no contarte.

Sofía, eres la mejor amiga del mundo entero, y yo te quiero muchísimo…

Pero como amiga.

No seas así, sabes que estoy con Sandra, a ti te llevo para siempre conmigo, tienes un espacio especial, el más especial…‘ seguía Tulio con una intensidad que me dejaba atónita.

Todas aquellas palabras me sonaban a unas calabazas de lo más bonitas. Cada nuevo cumplido se me clavaba en el corazón como una puñalada de la que me costaría horrores recuperarme. Guardé silencio hasta que una lágrima escurridiza se escapó de uno de mis ojos abriendo el grifo a un llanto silencioso pero intensísimo.

Tulio se descolocó. Se le veía realmente incómodo y lo único que pudo hacer fue abrazarme y acariciarme el pelo con cariño. La rabia pudo conmigo entonces y le pedí que se fuera, necesitaba tiempo para asimilar aquel golpe de realidad que me acababa de asestar la vida. El no de Tulio era como un agujero negro que me estaba destruyendo por dentro. Recuerdo aquel dolor horrible y el ver a mi amigo triste a mi lado. Qué fatalidad de tarde.

Mi mejor amigo me respetó y abandonó mi cuarto, mi casa y también mi vida. Aquel 10 de junio fue el último día que Tulio y yo compartimos confidencias y contacto en condiciones. Después llegaron las vacaciones, los viajes de amigos y antes de que nos diéramos cuenta, la universidad.

Sabía que había tenido un gran compañero que era Tulio, y pasaron años, concretamente cinco, hasta que pudimos volver a encontrarnos en aquel portal que tantas tardes de juegos nos había dado. Él era mi Tulio de siempre pero mucho más guapo y arreglado. Con su barba recortada y su aspecto de chico inteligente. Era Navidad y en nuestras vidas habían pasado demasiadas cosas.

Pequeña Sofía, ¡cómo me alegro de verte!

Su abrazo me transportó, de pronto, a aquella habitación del mes de junio. Olía a madurez y a hombre, aquel niño del que me había enamorado hasta las trancas había desaparecido.

Madre mía Tulio, ¡qué bien tenerte aquí de nuevo!

Y como buenos seres adultos, no dudamos ni un segundo en dirigirnos al bar de la esquina para ponernos al día delante de una, dos o las cañas que hicieran falta. Yo sabía perfectamente que Tulio era ya todo un ingeniero con una gran carrera profesional por delante, mi madre se había encargado de ponerme al día año tras año. Se había mudado al extranjero y sus visitas a casa habían sido casi contadas.

Él, en cambio, se sorprendía ante mis noticias. Estaba pendiente de una gran oportunidad laboral como traductora en China. Y no lo voy a negar, me decepcionó bastante su desinterés por mí durante todos esos años. Claro que yo tampoco había descolgado el teléfono por él, pero sí que atendía muy interesada a cada boletín informativo de mi madre. Pues eso, cosas de una.

Dos horas más tarde volvíamos a ser nosotros. Sin sms’s incómodos ni historias de por medio. Éramos simplemente Sofía y Tulio, sin más. Y llegó el tema crucial de la tarde.

¿Estás con alguien ahora?‘ me preguntó con total naturalidad.

Se puede decir que no, ahora mismo estoy por mí y punto ¿y tú, sigues con Sandra?‘ dije mintiendo como una bellaca, estaba sola, sí pero liberando de nuevo las mariposas que solo Tulio sabía provocarme.

¡Uf Sandra! ¡Qué va! Nos seguimos llevando genial, pero no, estoy muy soltero…

Se hizo el silencio, pasó un fantasma y cantaron los grillos. Tulio me miraba con cara de circunstancia y yo me di a la bebida, para variar.

Ay pequeña Sofía, qué idiotas fuimos aquel día…‘ aquello de verdad que no me lo esperaba, la cerveza salió a chorros de mi nariz en pleno atragantamiento. ‘No te haces una idea de cuántas veces tuve escrito un mensaje en mi teléfono que jamás te envié…

¿Un mensaje? ¿Y qué decía?‘ las mariposas, las mariposas revoloteaban descontroladas.

‘Vamos a hacer una cosa, ¿te lo envío ahora?’ aquel juego me empezaba a gustar demasiado.

De nuevo el silencio. Tulio agarró su móvil y se puso a escribir con una sonrisa pícara dibujada en su cara. No podía dejar de mirarlo, era mi Tulio en estado puro. ¡Malditas mariposas! Unos segundos después mi teléfono sonó.

En mi casa dicen que soy una lumbrera, pero es mentira. Cualquier chico en sus cabales te hubiera abrazado aquella tarde para no soltarte jamás. No te quiero como amiga, sino como la mujer maravillosa que eres. Perdóname, fui un estúpido.

El teléfono se resbaló de mis manos mientras, de nuevo, esa lágrima rebelde se asomaba a través de mi ojo. Miré a Tulio, que había fijado su mirada por completo en mí. Suspiré profundo, tratando de controlar a las dichosas mariposas.

De pronto, el sonido ensordecedor de mi teléfono rompió la magia. Miré la pantalla y regresé al mundo: la empresa China, esa que me podría dar el trabajo de mi vida a cientos de miles de kilómetros de casa. Descolgué tratando de sonar serena. La llamada apenas duro unos minutos, en los cuales Tulio hizo el gesto de cruzar los dedos. Colgué cuidadosamente.

Es mío Tulio, me lo han dado, me voy a vivir a China.

Mi Instagram: @albadelimon