‘Lo mejor de la vida, muchas veces, todavía está por llegar‘. Fue María Dueñas en su increíble obra ‘La Templanza’ la única que supo de alguna manera hacerme comprender que el futuro puede traernos preciosas e inesperadas sorpresas. De alguna manera la historia de Soledad Montalvo, su protagonista, pudo haber sido perfectamente la mía. A pesar de no haber bodegas ni estupendos vinos de por medio. Aunque nuestra época actual poco tenga que ver con el escenario en el que convergieron Mauro Larrea y Soledad. Ese amor prohibido y desaprobado por la sociedad, ese que llega en el momento menos oportuno, es también una parte de mi relato.
Me llamo Silvia. Tengo 27 años y jamás en toda mi vida me hubiera imaginado que lo que os voy a contar me podría pasar a mí. Cuando vives en un mundo que parece querer sacudirte cada día, en el que crees haber tocado fondo para después darte cuenta de que no era así en absoluto. Quizás por eso mi nombre y mi edad han sido hasta hace poco los únicos datos que podía aportar como completamente ciertos. Lo demás para mí siempre ha sido incertidumbre.
‘Menuda llorona’ podréis decir y la verdad es que hasta hace poco también me he juzgado por ser así. Más que nada porque en toda mi existencia he tenido la impresión de que no ser una chica fuerte me situaba incluso en peor lugar. Nos han vendido tantísimas veces que los problemas hay que afrontarlos y saber solucionarlos, que cuando me vi completamente saturada hasta el cuello llegué a pensar que probablemente hubiera sido mejor tirar la toalla y dejarme ir.
No he tenido una infancia fácil, ni tampoco una adolescencia de la que poder estar orgullosa. Viví de casa en acogida en casa de acogida, buscando ya a la desesperada que alguna familia viese en mí ese potencial que yo sabía que tenía. Ni que decir tiene que jamás cumplí mi sueño. Cuando llegué a los 18 años me senté frente a la orientadora del centro en el que llevaba viviendo unos meses y le pregunté qué pasaría entonces. Ella había sido mi única cara amiga en todos aquellos años y si podía fiarme de alguien era de ella. Me agarró de las manos y me dijo que al final todo iría bien.
Los varapalos que sufrí desde entonces prefiero resumíroslos en fuertes dosis de dolor y de jornadas de trabajo que parecían no tener fin. Había marcado mi meta en estudiar y labrarme un futuro digno que nadie me había querido dar hasta entonces. Pero para llegar a esa meta tendría que ganar dinero allí donde alguien quisiera contratarme. Y con el paso del tiempo así fue como me vi a mí misma limpiando con ahínco las preciosas oficinas de un medio de comunicación de la ciudad. Entraba cada mañana cuando aquello era un auténtico hervidero de redactores, periodistas, fotógrafos y editores. Los teléfonos no dejaban de sonar aunque por encima de todo se escuchaba el teclear prácticamente sincronizado de aquellos que querían ser los primeros en ofrecer las últimas noticias.
Me maravillaba aquel ambiente, y bajo la atenta mirada de mi supervisora, muchas veces me atontaba observando con detalle aquella escena increíble. Estela, que así se llamaba aquella mujer que tiraba de mí durante mis ensoñaciones, había sentido mi atracción por aquel mundo de noticias e historias por contar.
- ‘Silvia, esto es como todo en la vida, hay escalones. El nuestro está bien abajo, recogiendo la mierda de todos ellos. Dedícate a lo tuyo, a tu edad y en tu situación pensar en estudiar y llegar a sentarte en una de esas mesas, es un locura…’
¿Cómo llevarle la contraria? No le faltaba ni un poco de razón. Era una chica sola, que tenía que pagar un alquiler en un apartamiento en un cochambroso barrio de la periferia con un salario que no llegaba a las cuatro cifras. ¿Cómo soñar en estudiar y labrarme una carrera? Miraba a Estela, que a sus 55 años tenía ya las manos y las rodillas destrozadas de trabajar, y veía en ella mi reflejo en el futuro. Digna, íntegra, dura como una piedra pulida por la jodida vida que también me tocaría vivir a mí. Tomaba el quincuagésimo cubo de basura y lo vaciaba en el carro, aquel era mi destino.
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- ‘Estoy harto de escucharlo, llevo dos años tragando toda su mierda y cualquier día me largo. No estoy aquí para esto, así no.’
Se llamaba Víctor, o eso señalaba la puerta de su despacho. Llevaba viéndolo entrar y salir cada día desde hacía algo más de un año y todo lo que sabía de él era que su atractivo no podía ser mayor, al menos para mis ojos. No tenía una belleza obvia, estaba segura de que no era de esos hombres que rompían corazones allá donde iban. Víctor con su barba desaliñada y su pelo ensortijado era una definición perfecta de un caos hecho persona.
De profesión periodista aunque poco más sabía de él. Al menos hasta aquella mañana en la que lo escuché quejarse con rabia frente a la máquina de café. Otro de sus compañeros atendía a sus palabras preocupado, golpeándole la espalda en un gesto de comprensión. Víctor no gritaba, ni siquiera hablaba en un tono habitual, más bien mascullaba las palabras mientras daba vueltas a un café que quizás ya estuviese frío.
Mientras limpiaba aquella oscura esquina fui consciente de todo. De que aquel chico que yo siempre había dibujado como un hombre fuerte y feliz en realidad no lo estaba pasando del todo bien. En su gesto se leía decepción, tristeza, enfado… Todo un cúmulo de penurias que habían convertido sus intensos ojos avellana en lo que estaba a punto de ser un mar de lágrimas. Porque los hombres también lloran, por supuesto.
En apenas dos minutos vi como aquel hombre se quedaba allí solo, apoyado en aquella máquina, alejado de todo el tumulto de la redacción. Continuaba pensativo, en silencio mientras miraba fijamente cómo la espuma de su café comenzaba a desaparecer. Estaba totalmente llevada por aquel momento, por encontrarnos los dos allí, tan cerca pero a la vez tan lejos. Él en su mundo, yo observando a apenas un par de metros. El sonido de la oficina pareció desaparecer en un instante. Allí tan solo estábamos Víctor y yo.
El golpe metálico de mi escoba al caer pareció despertar a aquel hombre. Víctor dio un pequeño salto para ser de pronto consciente de que yo estaba prácticamente a su lado. Me asusté y me ruboricé casi a partes iguales pero en su mirada también intuí que él se sentía muy desprotegido. Valoré el salir corriendo pero algo me hizo mantenerme quieta aguardando que él dijese algo. El silencio fue terrible, podrían haber pasado milésimas de segundo que para mí, de pronto, fueron siglos.
- ‘Disculpa, no te había visto… Te has tenido que tragar todo este maldito espectáculo.’
La voz de Víctor sonaba aterciopelada. Esa rabia que se sentía en su discurso había desaparecido. Podría decirse que su gesto ahora era más melancólico que furioso. Giró para regresar al jaleo de la redacción y yo solo quería poder decirle algo, lo que fuera que pudiera devolverle aquella sonrisa que tanto me gustaba cada mañana. Justo antes de que él dibujase la esquina de la zona en la que nos encontrábamos, escupí un montón de palabras que todavía hoy resuenan en mi cabeza.
- ‘No es ningún espectáculo, todos tenemos nuestros momentos y hay que dejarlos salir. Ojalá pudiera ayudarte.’
¿En qué maldita cabeza podía caber aquello? La fregona de la empresa ofreciéndole su ayuda a uno de los empleados… Comprendí el absurdo de todo lo que acababa de decir en aquel preciso instante. Me disculpé y procedí a recoger mis útiles de limpieza intentando huir de cualquier respuesta de Víctor. Él se volvió hacia mí y pude ver como una leve sonrisa de aprobación surgía de pronto de sus labios.
- ‘Muchísimas gracias Silvia, de veras.’
Arrojó a la basura el vaso de café que acababa de apurar en un segundo y tras regalarme una de las sonrisas más bonitas del mundo, lo vi alejarse con paso firme. Un momento, ¿Víctor sabía mi nombre?
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Lo nuestro fue ese cariño que surgió alrededor de una máquina de café. Aunque me gusta pensar que mi amor por Víctor nació mucho antes de aquella escena en la que descubrí que él también se había fijado en mí. ¿Cómo ocurrió todo? Creo que por cosas del destino, el que quiso que aquella mañana mi escoba cayese para regalarnos nuestro primer momento juntos.
Con el paso de los días empecé a sentir como aquel chico comenzaba a buscarme con la mirada. Yo cumplía con mi trabajado de cada día y de vez en cuando me cruzaba con aquella sonrisa que ya me había cautivado del todo. De vez en cuando, los días que el tiempo se lo permitía, Víctor se acercaba a mí y me preguntaba qué tal me iba todo. En ocasiones bromeaba sobre la cantidad de trabajo que tenía acumulado, o hacía algún chiste sobre el último escándalo político. Se sorprendía de que la de la limpieza pudiera seguirle el hilo de todos los líos políticos y sociales del momento. ¿Es que acaso la chica que recogía las papeleras no podía tener una opinión en condiciones sobre la actualidad?
Nos encantaba hablar, pero lo hacíamos mucho menos de lo que queríamos. Yo empujada por Estela, que me miraba inquisitiva y me recriminaba que perdiese el tiempo. Él siempre solicitado por algún compañero o por un teléfono móvil que no dejaba de sonar. Por eso aquella noche, cuando una de mis compañeras me tuvo que cambiar el turno, incluso me sentí aliviada de poder trabajar sin el ir y venir de decenas de periodistas estresados.
Eran casi las doce de la noche y en la redacción podían escucharse los ventiladores de los pocos ordenadores que continuaban encendidos. Por primera vez desde que había empezado a trabajar para aquella empresa veía la oficina casi oscura. Estaba agotada y solo quería terminar para volver a casa. De pronto vi como la puerta del despacho de Víctor se abría de golpe justo en el momento que yo pasaba con mi carrito por delante.
- ‘¡Ey Silvia, no te esperaba aquí a estas horas!’
De su hombro colgaba un maletín de cuero prácticamente hecho trizas. Simplemente asentí como una idiota ante el inesperado encuentro e hice una pequeña broma sobre las horas que le dedicaba a su trabajo. No sé de qué manera en cuestión de segundos me vi apoyada en el carro escuchando atenta como Víctor me contaba el gran lío que se había montado por las declaraciones del político de turno.
- ‘Joder, te estoy aburriendo, ¿verdad? Madre mía, es que cuando me pongo nervioso hablo de trabajo, y te juro que contigo me encantaría hablar de muchas más cosas…’
Mi corazón dio un salto ante lo que acababa de escuchar. ¿Qué era lo que me estaba queriendo decir? Me puse tan nerviosa que antes de que se echara atrás solo le dije que ojalá tomarnos algo juntos y poder saber algo más el uno del otro. Valentía, eso fue que lo que tuve, por primera vez en mi vida aproveché el momento que Víctor me había dejado en bandeja.
¿Qué ocurrió entonces? Pues que aquel chico y yo terminamos nuestro turno y casi rozando las dos de la madrugada nos vimos frente a unos buenos botellines de cerveza y mucho, muchísimo que contarnos. Suelo decir que nuestra historia como la conocemos comenzó tras la tercera ronda, cuando él se lanzó a confesarme que desde que me había visto el primer día se había dado cuenta de que soy una chica especial. Tuve el pulso a mil por hora las cuatro horas que pasamos juntos, incluso mientras le contaba que bajo mi uniforme de limpiadora había una periodista con ganas de estudiar y de escribir las mejores historias. Por primera vez sentí apoyo, y es que Víctor lejos de reírse o bromear sobre mi locura, tan solo añadió ‘lo sabía, mi temor era que tú no te hubieras dado cuenta todavía’.
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Mi historia con Víctor, el nacimiento de ese cariño, despertó en mí recuerdos que había intentando borrar. Hacía tiempo, poco después de independizarme y comenzar a labrar mi incierto futuro, había conocido a un hombre mayor de esos que te ganan a base de promesas que nunca cumplirán. Quizás por culpa de aquellos flashes a mi pasado, los primeros flirteos con Víctor fueron un ir y venir de sentimientos encontrados. Tenía que darle una segunda oportunidad al amor, y era lo que quería, pero de alguna manera el dolor que me habían producido muchos meses de mentiras y malas palabras, me hacían un poco reticente a enamorarme.
¿Qué tendría que ver el bueno de Víctor con aquel señor que lo único que buscaba era una aventura de sexo sin límites con una joven sin experiencia? Intenté controlar mis subidas y bajadas, dejando de esconderme sin culpar a aquel joven periodista de mi terrible pasado. Él era completamente diferente, nuestros mundos eran diferentes y muy probablemente esos fueran algunos de los motivos por los que nuestra atracción era tan extraordinaria.
No era una relación secreta, más bien hacíamos lo de siempre pero cuando podíamos nos veíamos junto a la máquina de café para darnos algún beso furtivo y preguntarnos con cariño qué tal llevábamos el día. Fuera de la redacción Víctor y yo ya habíamos forjado un amor que yo jamás había sentido por nadie. Pasaba en mi apartamento gran parte de la semana, me volvía loca ayudarlo con su trabajo atrasado, que me contase su día a día y sobre todo que él escuchase mis historias con el mismo interés.
Empezábamos a hacer planes juntos. Sobre Víctor yo sabía que era periodista y que sus padres eran gente de dinero. Él todavía vivía con ellos pero estaba deseando independizarse. Teníamos claro, tras casi medio año juntos, que merecía la pena apostar por aquello que estábamos creando de la mano. Adoraba verme a su lado y sobre todo la manera que tenía de hacerme sentir tan válida. Barajábamos que yo pudiera terminar el bachillerato para así poder estudiar la carrera de mi vida. Ya no estaba sola, aquella meta parecía estar tan cerca que podía verla.
Víctor conocía mi historia, sabía cómo había sido mi realidad hasta llegar a trabajar limpiando las papeleras de la redacción. Me preguntaba y escuchaba las barbaridades que había tenido que pasar y lo único que añadía era que creía increíble la fortaleza con la que lo había superado todo.
- ‘Eres mi heroína pequeña Silvia, y te lo repetiré cada día de mi vida’.
En medio de aquel sueño idílico que estábamos viviendo un buen día Víctor llegó a mi apartamento con la cara descolocada. Supuse que debido a algún lío enrevesado en la oficina, pero tras soltar su vieja bandolera se sentó a mi lado y me dijo que era el momento de conocer a sus padres.
- ‘Si quiero independizarme contigo creo que les debo al menos que te conozcan. Lo he estado dejando pero ayer le conté a mi madre mis intenciones de abandonar el nido y entró en modo destructor total y en parte sé que tiene razón.’
No comprendí el motivo de tanto revuelo. Eran sus padres, gente de dinero sí, pero personas al fin y al cabo. Yo iría con mi mejor sonrisa, comportándome como sé hacerlo, y me los metería en el bolsillo sin problemas. Tenía claro que no sería para tanto… Al menos hasta que Víctor me contó esa verdad que también había estado postergando.
- ‘Silvia… Mi padre es el dueño del periódico, mi padre es el director. En la redacción no hay muchos que lo sepan porque si entré a trabajar allí quise hacerlo desde abajo y sin tratos de favor, y para ello era necesario que la gente no me relacionase directamente con él. He querido contártelo antes, pero tenía miedo…’
- ‘¿Miedo? ¿Qué pensabas que haría? ¿O quizás temías que la interesada de la limpieza se lanzase a tus brazos solo por ser el hijo del jefe?’
Mantuvimos la que fue nuestra primera discusión, hasta que ambos comprendimos que él tenía sus miedos y que podía equivocarse. Preferí pensar en que aquel director serio y tajante con el que a veces me cruzaba en la redacción sería en su casa un hombre comprensible y educado. Y a pesar de que intenté que Víctor también lo viese así, él continuaba nervioso y extremadamente incómodo. Claro que él sabía perfectamente contra quién nos tocaría lidiar, y ahí realmente se alojaba el problema.
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Una gran casa con un jardín más grande que el parque donde los chavales de mi barrio comían pipas sin parar. La gran vivienda de aquella familia era como un sueño hecho realidad. Mi deformación profesional me hizo pensar varias veces en el trabajazo que sería mantener limpio todo aquello. Iba de la mano de Víctor, y la sentía cada vez más sudorosa y podría decir que temblorosa. Cuando atravesamos la puerta de entrada, el inmenso hall casi me causó una taquicardia. Al segundo, la madre de Víctor apareció, preciosa, de punta en blanco, tendiéndome la mano mientras se presentaba con una elegancia innata.
El padre de Víctor, alto y ancho como un gran armario, la seguía con gesto serio. Un poco animado por ella, vi como se acercaba a mí para darme las buenas noches casi sin mirarme a la cara. Hice caso omiso y sonreí complaciente, dando las buenas noches y presentándome como si aquella cara larga no me estuviese mirando como si fuese una colilla mal apagada en medio de un bosque.
Puedo decir sin un ápice de duda que aquella cena fue uno de los momentos más oscuros e incómodos de toda mi vida. Isabel, la ‘encantadora’ madre de Víctor, buscaba las vueltas para dar a entender que mi pasado y mi trabajo actual como limpiadora podrían guardarse en el cajón de los secretos de cara a la galería.
- ‘Es que no es por hacerte de menos ¿sabes? Pero nosotros nos movemos en círculos muy importantes, que salga a la luz que nuestro hijo tiene un idilio con una chica de la limpieza es un poco preocupante. Pero eres encantadora ¿eh?’
Cada una de las palabras de Isabel me revolvían por dentro recordándome que mi historia con Víctor era más un regalo por el que yo debía dar las gracias. Al fin y al cabo esa señora estaba explicándome sin tapujos que una chacha no puede aspirar a tanto y que ojalá su hijo se diera cuenta de que lo nuestro solo era una aventura sin importancia.
Miraba a Víctor, que pedía una y otra vez a su madre que por favor se comportase y dejase de ningunearme. Pero allí estábamos, intentando tragar un delicioso solomillo como si no estuviese ocurriendo nada. Por otro lado estaba su padre, que todavía no había levantado la mirada de su plato. Quizás por eso cuando su hijo les explicó mis intenciones de estudiar y trabajar como periodista, la mirada de aquel señor se inyectó de una ira que lo hizo explotar de una manera colosal.
- ‘Ahí estaba la historia de todo esto, lo sabía. ¿Y qué pretendes? ¿Que mi hijo te pague los estudios? ¿Entrar a trabajar enchufadita con tu despacho privado y tu gran puesto? Lo sabía Isabel, te dije que no era ni medio normal lo que estaba pasando. Dejas tirada a una abogada de éxito, con una carrera encomiable para liarte con una limpiadora de tres al cuarto. ¿Y pretendes hacerme creer que no hay interés?’
Aquellas palabras llevaron a Víctor a una ira que lo hizo levantarse de la silla para casi abalanzarse sobre su padre. No había violencia pero era evidente que no quería sentirse más pequeño que él. Le reprochaba que jamás lo hubieran escuchado, que lo único que les interesase siempre fuesen las opiniones de los demás, el cómo quedarían frente a sus accionistas y a todos esos ricachones de turno que juzgaban cada uno de sus pasos.
Vi como Isabel se echaba a llorar y me acerqué a ella mientras Víctor y su padre discutían acalorados. Puse mi mano sobre el hombro de aquella mujer y en seguida noté que ella me apartaba.
- ‘No me toques, esto es una pesadilla, y es por tu culpa. Pero mi hijo se dará cuenta del error, es muy joven y es normal que quiera jugar, pero olvídate de él porque no eres ni serás su futuro.’
En medio de aquel escenario y mientras nadie se fijaba en lo que hacía la maldita limpiadora abandoné el comedor y salí de la casa tras volver a ponerme el abrigo. Atravesé el jardín y comencé a caminar calle abajo sin saber muy bien a dónde me dirigía. Llevaba caminando unos minutos cuando escuché a mi espalda a un sofocado Víctor que corría en la oscuridad.
- ‘Me he largado Silvia, de veras, siento tanto que hayas tenido que pasar por todo esto. De veras que lo siento. Les había contado todo a mis padres y esperaba que se comportaran, por ti, por nosotros, pero son unos egoístas de mierda. Nunca quise trabajar en el periódico, pero mi madre me rogó que lo hiciera. ¿Recuerdas aquel día frente a la máquina de café? Mi padre me quería ascender a redactor jefe por encima de gente valiosísima que lleva muchos años mereciendo ese puesto. Siempre he querido largarme y buscarme la vida sin tener que rendirles cuentas a ellos.’
Vi como Víctor se sentaba bajo la luz de una farola sobre un bordillo en medio de aquel barrio de gente rica. Volví a intuir en sus ojos esa melancolía, sabía que no se sentía bien pero yo tampoco era la culpable. ¿No era yo la de la vida complicada? ¿Cómo tenía que ser yo la que lo consolara a él? Pensé durante un instante y entonces comprendí que mi pasado o lo que yo hubiera sufrido no me daban derecho a juzgar quién podía o no sentirse atado en su vida. ¿Por qué mis problemas debían ser más importantes que los suyos?
Me senté a su lado y lo abracé.
- ‘Me siento idiota, tú, con todo lo que has luchado siempre, con todo lo que has pasado… Y aquí estás, abrazándome a mí, con mis problemas de niño rico… Solo quiero que alguien entienda que no necesito esta vida, que mis padres quisieron pagarme una universidad privada y no se lo permití, que no quiero ascender por mi apellido, que quiero hacer algo que realmente valga la pena. Y quiero hacerlo a tu lado Silvia, te necesito conmigo, eres mi heroína.’
Sus palabras se clavaron en mi pecho con fuerza. La sinceridad de Víctor emergía para demostrarme que mi trabajo o el poco dinero de mi cuenta bancaria eran lo de menos. Tenía planes y estaba harto de que un estatus significara más que lo que él quisiera. Se había terminado. Aquella noche Víctor dejaba su trabajo en el periódico de su padre y se lanzaba de lleno al abismo de una vida libre, sin red de seguridad.
¿Y cómo terminó todo? Puedo aseguraros que nuestra constancia pudo con todo. No me gusta decir que el amor todo lo vence porque estaría mintiendo. En nuestro caso el trabajo duro, las malas épocas pero sobre todo los buenos momentos fueron los que nos llevaron a donde nos encontramos ahora mismo. Estoy a punto de entregar mi trabajo de fin de grado, mientras que Víctor encontró el puesto de su vida como encargado de comunicación de una ONG. Podría decirse que malvivimos con dos míseros sueldos, pero ¿quiénes son los demás para decirnos que no podemos ser felices con tan poco?
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Puede que los padres de Víctor tuvieran mejores planes para él, para su perfecta vida sin carencias y con todas las comodidades. Quizás la vida esperaba de mí que de alguna forma me fuese apagando como esa cerilla que poco a poco pierde intensidad ahogada por la falta de todo. Lo que no se esperaba el mundo era que dos seres tan diferentes como nosotros llegásemos a conocernos, como unidos un poco por ese hilo rojo que nos vincula a alguien de por vida.
Me encanta pensar que aquel trabajo limpiando la redacción no llegó sin motivo, o que el cambio de turno con mi compañera esa increíble noche no fuese algo premeditado por el destino. ¿Nuestra gran fortuna? Que ambos apostamos por dejarnos llevar sin importarnos lo que dirían los demás, salvándonos mutuamente de todo lo que nos estaba ocurriendo.
No, nuestra historia en la redacción poco tenía que ver con aquel Jerez del siglo XIX. Lejos de aquella época a la que María Dueñas quiso llevarnos en ‘La Templanza’. Pero sin lugar a dudas, los amores prohibidos suceden, cada día, a cada segundo. El amor no conoce de estatus o de instantes adecuados, más bien de conexión y atracción a raudales.
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