Cerró el libro y, sin apartar la vista de la puerta, abandonó la biblioteca del Colegio Mayor. Estaba tan sumida en sus propios pensamientos que el tiempo sentada en frente de los apuntes de Derecho Romano había pasado en un suspiro. Si no se daba prisa, llegaría tarde al examen. Para colmo, lo lleva fatal, seguro que lo suspende. Ahora sólo le queda rezar y pedir a Dios que le pregunten lo que se sepa, o que el profesor pille su examen cuando esté de buen humor.

Ha cogido lo justo y necesario: móvil, cartera, libro y estuche. No puede perder ni un minuto. Sale por la puerta del Colegio a toda prisa, y al girar la esquina ve que el autobús está a punto de llegar a la parada. No, no puede esperar al próximo. Corre como alma que lleva el diablo. Está a unos metros de llegar a la parada pero la última persona ya se ha subido. Acelera más, sin imaginar nunca que pudiera llegar a correr tanto. Milagrosamente la puerta del C2 sigue abierta cuando consigue llegar, y lo que es más sorprendente, el conductor le sonríe con una mirada pícara pero amable a la vez. Al fin logra susurrar un “muchas gracias” entre su entrecortada respiración. El conductor la mira riéndose y le dice: “no me de las gracias a mi señorita, sino a ese joven que me ha pedido que la esperara”.  La cara de la joven al escuchar aquellas palabras es una mezcla entre asombro y curiosidad, así que, dejándose llevar por lo último, se vuelve para descubrir a quién se refiere el conductor. Sin embargo, no es una tarea fácil. Está subida en el C2 en la parada de Juan XXIII: la gran mayoría de los pasajeros son universitarios como ella, y hay unos siete jóvenes que podrían ser aquel al cual se refería el conductor. Ninguno la mira, así que no sabe cuál de entre todos ellos podría ser. Decide no darle muchas vueltas y centrarse en el examen que tiene por delante. Ya ha estado suficientemente distraída durante la mañana como para fastidiarla también en el momento crucial.

 

El camino en autobús siempre lo aprovecha para despejar la mente y tranquilizarse en época de exámenes. Le gusta imaginar que es una especie de puente entre dos mundos, un autobús que conecta su vida del Colegio Mayor con la vida de la facultad. Dos mundos que, aunque diferentes, indispensables. No podría vivir solo en uno de ambos. Necesita la seriedad de la universidad, la competitividad de sus compañeros de clase, pasar medio día entre las mismas cuatro paredes y rodeada de gente que estudia lo mismo que ella. Sin embargo, el Colegio es mucho más que su residencia; es su casa, su hogar. Es un lugar donde no sólo viven sus amigas, ellas son sus hermanas. Al igual que una flor necesita la luz del sol, ella necesita la energía y alegría de las colegialas que no están en exámenes, el apoyo y despertadores conjuntos de las que sí, los ratos en la habitación de alguna hablando del ultimo cotilleo de “ciu”, con un café en la mano y el último temazo musical de fondo. Dormir dos en una cama después de ver una peli de terror, acompañar a comer a la que llega tarde para que no coma sola, o ir al médico con otra porque le da apuro. Sabe que esas cosas la marcan y la hacen ser distinta a las demás. También sabe que conoce la mayoría de garitos de Madrid gracias a sus amigas de clase, todas de la capital. Ellas la han llevado a las mejores cafeterías, los mejores bares y las mejores discotecas de la ciudad. La han llevado a El Retiro en su día más primaveral, han sido sus guías turísticas por Ópera, el Palacio Real, la Puerta del Sol y el Templo de Debot. Han recorrido juntas toda Gran Vía, Serrano y Alcalá. Le han enseñado dónde hacen la mejor pizza, sirven la mejor cerveza y preparan los mejores mojitos. Han discutido sobre lingüística mil y una veces cuando no se entendían. Han celebrado por todo lo alto el fin de exámenes, han salido algún jueves y han estado las 5 en clase a las 8.00 del viernes con muy buena cara, presumiendo de juerguistas. Se han chivado respuestas en los exámenes y han pasado juntas más horas de las deseadas en la biblioteca. Han puesto motes a cada tío bueno de la universidad. Han desayunado todas las mañanas en el bar de en frente, donde el camarero ya las llama por su nombre y se sabe sus vidas “de pe a pa”. Nunca hubiera imaginado esta vida cuando dejó su casa, pero ahora, no lo cambiaría por nada.

 

Su parada, toca bajarse aquí. Da gracias a que otra persona le ha dado al botón, porque ella iba tan ensimismada leyendo el temario que ni se ha dado cuenta de que había llegado. Fuera hace un frío espantoso. Echa de menos el buen clima de su tierra, donde rara vez bajan de los 10 grados. Anda rápido, hecha un manojo de nervios. El viento hace que tenga todo el pelo en la cara, apenas ve lo que tiene delante. Intenta repasar el ultimo tema del libro, pero las hojas se rebelan, haciéndolo una misión casi imposible.

Entre tanto ajetreo algo la sorprende. Sus manos están vacías, ya no lleva el libro. Delante tiene a un chico. Éste la mira, y disculpándose, se agacha a recoger los dos manuales idénticos que hay en el suelo. Por fin reacciona. Le pide perdón al joven por chocar contra él, pero éste le quita importancia, diciendo que ha sido culpa suya por no mirar donde debía. Le devuelve su libro, y siguen el mismo camino. Ella va detrás, con el libro en la mano, pero sin mirarlo. Al ver a ese joven le ha venido una sensación extraña. Es como si le conociera, como si le hubiera visto antes. Bueno, al fin y al cabo parece que van a la misma universidad, y dado que llevan el mismo libro, seguramente tengan el mismo examen. Debe de haberle visto en otra ocasión, quizás en la cafetería, o por los pasillos. No lo sabe muy bien.

Llega justo cuando abren las puertas del aula, y todos los alumnos están entrando para realizar el examen. También está él, el chico con el que ha chocado en la calle. Parece ser que van al mismo curso. Él la pilla mirándole, y le sonríe. Se siente un poco tonta, pero le devuelve la sonrisa. Al fin y al cabo es un chico simpático, y puede que se sigan encontrando por los pasillos de la universidad. Pero ahora no, debe quitárselo de la cabeza y centrarse en el papel en blanco que tiene por delante. Reza una ultima oración, se encomienda a San Judas Tadeo, y lee la pregunta del examen. Bueno, podría ser otra, pero esta es accesible. Contestara como mejor pueda. Allá va.


Ha terminado ya de escribir, decide repasar el examen una vez más, aunque duda que le venga una nueva inspiración, ya no sabe qué más poner. Lo mejor es entregar el examen e irse de vuelta al Colegio. Uno menos y listo. El último. Ya hoy por fin ha acabado el insufrible periodo de exámenes finales. Recoge sus cosas y espera fuera a sus amigas. Juntas se van al bar de siempre, donde desayunan todos los días. Allí miran cuales eran las respuestas correctas, y al hacerlo se da cuenta de que no es su libro. No lo entiende, es el que tenía en el bolso. Luego recuerda el acontecimiento de esta mañana. El choque. Aquel joven ha debido de intercambiar los libros. Tendrá que buscarlo el lunes para devolvérselo. Pero eso a ninguna le importa en este momento. El tema crucial es el plan de esta noche. Es fin de exámenes. Hoy arde Madrid. Saldrá toda la clase junta a la misma discoteca, pero hace demasiado frío como para beber en la calle, y los bares cada vez son más caros. Deciden hablar con sus amigos para hacer copas en un piso, y mientras, van comentando los modelitos de la esperada noche, los fichajes que tienen en mente y lo bien que lo van a pasar.

Toca arreglarse. Un vestido ajustado, medias y tacones de infarto. Algo de maquillaje y labios rojo pasión. Ya se han encargado las demás de comprar la bebida, pero han quedado en el portal las cinco para entrar juntas. Llevan toda la tarde hablando por el grupo que tienen de Whatsapp, bueno, el tiempo que no han pasado recuperando horas de sueño. Sin embargo, ella no se quita de la cabeza al chico de esta mañana. Sabe que le conoce de algo, pero no logra comprender de qué. Es posible que le haya visto por la universidad, pero está segura de que es otra cosa. Le resulta demasiado familiar. Piensa ilusionada que quizás le ve esta noche en la discoteca, ya que se rumorea que todo el curso irá a la misma. Pero será imposible verle allí, es un sitio enorme, y a saber en qué condiciones va ella como para fijarse en cada chico que pase.

 

Se monta en el taxi, y al llegar no es la primera. Ya están Ana y Laura esperando, sólo quedan por llegar Carol y Mercedes, como siempre, son las más tardonas. Es Carol la que ha conseguido que las invitasen. Por lo visto, un amigo suyo de la clase de al lado organizaba unas copas hoy, y allí están ellas, las cinco de siempre. Son inseparables. Desde que se conocieron hace un año y medio pasan todos los días juntas, sino es en la facultad, es en la biblioteca o en algún garito de la gran ciudad.

A los diez minutos llegan las que faltaban y juntas suben. Les abre la puerta Carlos, el dueño del piso. En el salón hay unos 8 chicos más, todos de la clase de al lado, y ninguna chica, así que ellas son las únicas féminas de esta etapa de la noche. 

Uno a uno se van presentando. Demasiados nombres en muy poco tiempo. Jaime, Nicolás, Nacho, Luis… y de pronto, el último chico. Ella se da cuenta de que es él, el joven con el que chocó esta mañana. Él también la reconoce, y le sonríe. Tiene una sonrisa preciosa, y unos ojos azules que no puede dejar de mirar. Él le hace un hueco a su lado en el sofá, y mientras se sirven la primera copa, empiezan a hablar. Ella le explica que debió confundirse al devolverle el libro, pero él no se había dado cuenta del error. Desde que salió del examen ha hecho de todo menos pensar en los estudios. Esta noche lo que toca es disfrutar. Deciden quedar el lunes para desayunar entre clase y clase y así devolverse los libros. La joven está encantada con la idea. Él le parece un chico estupendo y no desaprovechará un café con él. Se dan los números, y entre copa y copa, van desvelándose sus vidas, sus historias, sus pasiones.  

Parece un chico encantador. No es de esos que llaman la atención por su físico a primera vista, pero conforme va hablando, le cae cada vez mejor. Es amable, simpático y tiene mucho humor. Se pasan la noche riendo con historias increíbles, y es como si fueran viejos amigos. Se siente muy cómoda hablando con él, pero no se quita de la cabeza que le resulte tan familiar. Está segura de haber visto esos ojos antes, pero hace demasiado tiempo quizás.

A la mañana siguiente, mejor dicho, al medio día siguiente, no puede con su alma. Le duele todo el cuerpo, pero sobre todo los pies. Después de las copas se fueron con los chicos a la discoteca, y estuvieron bailando toda la noche. Esos chicos que conoció ayer son estupendos. Pasó mucho tiempo con el joven del choque, pero entre los dos no hubo nada, varios bailes no del todo inocentes, para qué negarlo. La que sí que desapareció durante un tiempo fue Ana, y Luis, pero no fue una sorpresa. Ya se les vio muy juntitos durante las copas.

Sus amigas van dando señales de vida poco a poco por el grupo de Whatsapp. Deciden hacer algo más tarde, disfrutar de uno de los pocos fines de semana que no tienen que estudiar. Algo bueno tiene la época de exámenes, y es su ansiado final.

Todas están reventadas, así que deciden ir al centro a pasar la tarde. Meriendan en una pastelería, incorporando un poco de cafeína y azúcar para hacer desaparecer la sensación de resaca que tienen las cinco. Van comentando la noche de ayer, y todas coinciden en lo mismo: fue fantástica. No falta una bromita que otra sobre la desaparición de Ana con Luis, pero todo acaba en risas de cinco amigas. Más tarde van a un bar a por unas cervezas. Según Carol sirve para regular el pH, o eso ha oído por ahí.

Pero, Carol tenía un As en la manga. Había hablado antes con Carlos, y sabía que iba a estar con sus amigos tomando algo por el centro. Sin decírselo a ninguna, las lleva al bar donde están los chicos de anoche. Sus amigas no lo pueden creer. Aunque Ana fuera la única que desapareció, se notaron varias parejitas dentro de aquel grupo ayer. Sus amigas le echan una mirada a Carol que no pasa desapercibida por ésta, pero les sonríe y les guiña un ojo coqueta. Los chicos también están sorprendidos, pero todos se alegran de verlas. Hoy sólo están Carlos, Nacho, Luis, Jaime y Nicolás. Se decepciona un poco pues no ve a su intrigante conocido en el bar donde están sus amigos. No deja que ese sentimiento le estropee la tarde. Piden una ronda de cervezas, y así pasaron la tarde, el mismo grupo de ayer, algo reducido, pero igual de animados.

 

Llega el domingo, el peor día de la semana, pues sólo quedan unas pocas horas para el lunes. Las cervezas de ayer se alargaron más de la cuenta y hoy pasa factura. Se fueron a cenar, y de ahí a un bar de copas. Ella no supo nada de él en toda la tarde, y aunque estuvo tentada de escribirle por Whatsapp para decirle que se fuera con ellos, pensó que no era una buena idea. Es cierto que el chico le había llamado la atención, pero era mejor no dar mucho la nota. Al fin y al cabo, se suponía que el lunes habían quedado los dos, a solas. Quizás eso llevara a otro encuentro, o al menos era con lo que soñaba. La tarde fue tan divertida o más que la noche anterior, y todos estaban encantados. Hoy se arrepentía de no haber descansado más esta noche, estaba molida del fin de semana tan intenso que llevaba.

No dejaba de pensar en su chico del libro. Era curioso que el viernes no le conociera, y sin embargo, se pasase esa misma noche hablando horas y horas con él, y para colmo, pasar el sábado con sus amigos.

Suena su móvil, es un toque corto, lo que significa que alguien le ha hablado por Whatsapp. Con bastante desgana mira la pantalla bloqueada, pero como nombre de usuario sólo aparece un icono. Su presentimiento es acertado, pues es él, el chico de la noche del viernes, quien le ha escrito.

No te olvides, mañana desayunamos juntos eh! Espero que no me dejes tirado ;)

No lo puede creer. ¡Es él! ¿Pero cómo no va a ir a desayunar con él mañana? ¡Lleva todo el fin de semana esperando al lunes!

-Claro, claro! Mañana a las 10  Por cierto, estuvimos ayer con tus amigos, una pena que no vinieras…

 

La tarde del domingo fue mucho más amena que cualquier otra. A ese primer Whatsapp que recibió le siguieron muchos más. Hablaron un poco de todo, la universidad, los profesores, la noche del viernes, los mejores garitos de Madrid, las ganas de verano…

A la mañana siguiente escogió la ropa con detalle, esperando que él se fijara para bien en ella. Estaba nerviosa. Pensaba que era raro que ese chico pudiera gustarle, pues apenas le conocía. Pero entre ellos se intuía algo especial, algo más. No conseguía saber qué era lo que le había llamado tanto la atención de él para tenerla encandilada, pero no le importaba. Estaba contenta y esa mañana de lunes, que tanto había odiado siempre, hoy era mucho mejor.

 

Durante las dos primeras horas intentó prestar atención en clase, pero miraba el reloj cada cinco minutos, anhelando que llegasen las 10 y bajar a la cafetería. Sus amigas no entendían cómo podía estar así, pues siempre había sido muy cauta con los chicos, sobretodo con los que mostraban interés en ella. Era como si tuviera un escudo para impedirle entrar en una espiral de sentimientos de la que podía salir mal parada.

Por fin. El timbre dio las 10, y con ello el descanso de clases. Tenían media hora, y deseó que esa media hora no acabase nunca. La profesora los retuvo unos minutos más en el aula, como siempre, y cuando fue libre, cogió su bolso, con el libro de Derecho Romano erróneo dentro. Atravesó el pasillo, y al bajar las escaleras lo vio allí, esperándola, con una sonrisa. Ella instintivamente también sonrió, le encantaba verle.

Pidieron dos cafés y unas tostadas. La conversación era amena, fluida, no había momentos incómodos. Mientras ella daba un sorbo a su café casi ardiendo, él guardó silencio unos segundos, y luego, mirándola fijamente, le dijo:

-Verás, llevo todo el fin de semana haciéndome la misma pregunta, pero no estoy seguro de la respuesta. ¿Tú, cuando éramos más pequeños, veraneabas en Salor?

-Sí, desde que soy muy pequeña, pero hace varios años que ya no vamos por ahí. ¿Por qué lo preguntas?

-¿Sabes? Estoy seguro de que nosotros nos conocíamos antes de este viernes.

 

Entonces lo vio todo claro. Recordó aquellos veranos en esa playa, la arena fina y blanca, el agua cristalina, los juegos entre amigos, y él. Él. Su amor de verano, del que había estado enamorada toda su niñez y parte de adolescencia. No podía creer que estuviera hablando con el chico que le robó el corazón por primera y única vez.

 

  • La Coleccionista de Soles