Nos conocimos cuando yo tenía unos diez años y aunque era tres años mayor que yo, nos convertimos en un mismo ser. Con el paso de los años, nuestras amistades iban cambiando, pero nunca nuestra relación, la cual cada vez se consolidaba más y más. Yo era de tener muchos novietes, salía en un grupo de amigos bastante grande y lo normal por mis dieciséis años, el típico botellón en casa de fulano y después a la discoteca hasta el amanecer. Algunas veces, mi amiga venía conmigo, pero la mayoría salía con su novio, pues desde que se enamoró con dieciocho años tuvo una relación estable y duradera. 

Daba igual lo que pasara, o las vueltas de tuercas que diera el grupo de amigos, el caso es que nosotras siempre seguíamos juntas. Ella siempre estaba para abrazarme cuando terminaba con el novio de turno hasta que, cuando cumplí veinte años por fin me enamoré de quien hoy es mi esposo y ella siempre me apoyó de forma incondicional. Desde el primer momento me dijo “este es el bueno” y no se equivocó.

Pero su vida cambió de forma radical, terminó con su pareja y por la presión decidió irse una temporada a trabajar a Estados Unidos. Pidió el traslado en la empresa para la que trabajaba desde que terminó la carrera y se lo concedieron. Aún recuerdo su llegada para mi fiesta de despedida de soltera, no podía estar más feliz. En esos días que pasamos juntas, me confesó su deseo de volver a España y comenzar de nuevo. Así que era mi turno, la apoyé de forma incondicional. Aunque ganaba muy buen sueldo y tenía una vida profesional exitosa, ella quiso volver para estar al lado de su familia y sus amigos. Durante los años que estuvo fuera nunca se enamoró, se encerró en el trabajo y en sí mima. Casi un año después de solicitar el traslado de regreso a España se volvió a instalar en la provincia, pero ahora la relación era diferente. Yo ya estaba embarazada de mi primera niña y ahora tenía otras responsabilidades, ella, aun soltera se la pasaba trabajando y saliendo de fiesta cada vez que podía y con el tiempo, a pesar de no haber distancia física entre nosotras, cada vez era más evidente una fisura en entre nosotras.

Yo me agobiaba cuando me reclamaba que apenas nos veíamos o quedábamos para tomar café, yo trataba de explicarle que no tenía tiempo entre la casa, el trabajo y mis piernas hinchadas por el embarazo. El caso es que, con el paso de los meses, nació mi hija. La relación se había enfriado, pero ella fue la primera persona que vi, además de mi marido y mi madre, ella estaba ahí, como siempre apoyándome. 

De nuevo en nuestros altibajos volvimos a conectar hasta que de repente algunas personas comenzaron a malmeter en nuestra relación, nos comieron la cabeza de tal forma, y nosotras que teníamos una grieta grande en nuestros cimientos, dieron lugar a la destrucción de la mejor amistad que he tenido en la vida. 

Han pasado casi tres años desde entonces y todavía no me lo creo. En muchas ocasiones necesito los cafés que no quise tomarme con ella porque no tenía tiempo. Que tonta fui. Yo misma la alejé pensando que me agobiaba, y lo que no me daba cuenta es que ella tambien necesitaba ese tiempo conmigo para seguir creciendo juntas. 

Poco sé de ella ahora, en las redes sociales no se ve lo mismo que con un café y una larga conversación. De vez en cuando nos cruzamos por la calle, y apenas somos capaces de decirnos hola o adiós. Sé que se va a casar el próximo año y nada me haría más feliz que estar a su lado, pero el orgullo, el resentimiento me impiden hablarle. Yo la sigo queriendo, y sé que ella a mi también, un amor tan puro es imposible de olvidar.

La gente no me entiende cuando les digo que romper con mi mejor amiga, fue la ruptura más dolorosa que he tenido nunca. No se puede comparar con una ruptura amorosa con un tío, porque es completamente diferente. Los puedes amar con locura, tener un sexo brutal con ellos y tener relaciones que te marcan, claro está, pero romper con mi alma gemela me llenó de grietas el corazón. Ahora daría lo que fuera por tomar con ella todos los cafés que rechacé por no hacer un hueco en mi vida de casada. Solo espero que algún día pueda armarme de valor para volver a pedirle un café, junto con una nueva oportunidad, pues la echo de menos…

 

Anónimo

 

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