No sé ni por dónde empezar.

Bueno sí, empezaré disculpándome ante mis compañerxs por el lenguaje y la terminología que procedo a utilizar, pero realmente quiero que todo el mundo me entienda y no me gustaría que nadie se perdiera a causa de no entender el vocabulario que uso.

Yo soy un chico, siempre he sido un chico, aunque haya nacido dentro del cuerpo de una mujer. No me quiero perder en explicar mi no creencia antes los géneros ‘chico’ y ‘chica’ porque no terminaríamos nunca y esto no va de eso. Para que me entendáis, diré que yo antes ‘era una chica’. Una chica que no quería ser chica, pero que ‘no sabía’ que era un chico porque no tenía la información, la idea, ni el apoyo para poder descubrirlo y poder poner en palabras tantos sentimientos que nadie, yo el primero, entendía.

El caso es que yo, como mujer nacida dentro de una familia católica, tuve una educación basada en el cristianismo. No hablo solamente de religión. Yo no creía en Dios, no lo he hecho nunca y mis padres eso lo han respetado siempre. Hablo más de las apariencias, del ‘que no piensen que’, ‘que no digan de nosotros’, ‘que nadie sepa’.

Yo ‘era lesbiana’, vestía como una ‘marimacho’, jamás me maquillaba o usaba falda, una lesbiana camionera de libro. Mis padres me metieron a un colegio del Opus Dei para ‘ver si podían arreglarme’. Literalmente.

Bueno, podéis imaginar cómo me sentía yo yendo a ese colegio, rodeado de mujeres, de catolicismo, con falda y sin apoyo. No me gustaría meterme en el tema bullying porque esta es una historia bonita, una historia que enseña que hasta en los momentos más oscuros, aparece la jodida luz. SIEMPRE APARECE LA LUZ.

Pues eso, yo no era la devoción de mis compañeras, ni de mis profesoras, ni siquiera del personal administrativo del colegio. Yo sufrí acoso por parte de casi todo el mundo que compartía su tiempo conmigo en ese colegio. Me hacían bullying, absolutamente todos los días. Mis compañeras me pegaban, me encerraban en habitaciones, mis profesoras me ponían de ejemplo para ‘que no acabaran como yo’ y la directora llegó a decirme que hasta que no admitiera que era un ‘bicho’ no me dejaría salir del colegio.

No quiero hablar de la cantidad de veces que subía a la segunda planta y miraba hacia abajo pensando ‘quiero tirarme’. La situación en casa, obviamente, no era mucho mejor. Pero bueno, en medio de todo ese drama había un poquito de amor, un resquicio, un pequeño gesto.

Un día estaba yo encerrada en el baño, con un ataque de ansiedad, mientras el grupo de las populares de mi clase pateaban las puerta, me tiraban papel higiénico mojado por encima y gritaban miles de insultos. En medio de mi ataque apareció ella, Laura. Era tres cursos mayor que yo, las echó a todas, les gritó de todo y después me pidió permiso para poder entrar, me abrazó, me calmó y se quedó sentada conmigo durante más de media hora. Sin hablar.

No volvimos a tener ningún tipo de contacto, de hecho ese mismo año ella se fue, porque estaba en segundo de bachiller. Solo fue un día, un rato, muy pequeño de hecho, pero me marcó tanto… Es que yo no tenía cosas bonitas en mi vida en esa época, cualquier pequeño gesto de cariño o de amor me llenaba el alma y ella… No sé, casi me hace explotar sentir a alguien cerca de mí en un momento tan horrible.

El caso, ella se fue del colegio, yo también. De hecho, dos años después yo viví mi transición, pude sentirme yo, de verdad, en mi esencia. Ahora tengo tensión en casa, mis padres no terminan de aceptarme como soy, pero todo el mucho, muchísimo, mejor que antes. Yo me quiero, me encuentro, sonrío, vivo, tengo amigxs, hobbys, trabajo… Todo rueda, todo fluye, todo tiene sentido.

El caso es que hace nada, unos meses, cogí infección de orina, de esas muy fuertes, de esas horribles que te duele hasta el alma y me tocó ir a urgencias de madrugada porque no podía aguantarme hasta la mañana siguiente. Entonces ahora, ocho años después, me la volví a encontrar, me encontré a Laura en el hospital, era la médico que me atendió.

Yo pensaba, tenía clarísimo que me había reconocido, que sabía que yo era Lorena. En mi historial médico lo primero que pone es ‘persona transgénero hormonada’, yo creía que ella no había visto a Rubén, estaba seguro de que me había reconocido. Pero no, nada más lejos de la realidad, solamente me veía a mí, veía quién era yo.

La busqué en facebook, la agregué y le dije que era yo. Todo. Le conté que era Lorena, que siempre había sido Rubén y que por fin lo mismo decía mi DNI. No sé qué me esperaba que me dijera, pero todo lo que recibí como respuesta fue ‘eres un valiente, me alegro muchísimo de que hayas tomado una decisión tan difícil en tu vida y que hayas seguido con ella hasta el final, estás guapísimo’.

ME CAGUÉ EN LAS BRAGAS QUE YA NO USO

Seguimos hablando y hablando y hablando. Quedamos, porque ella me lo pidió. Salimos, reímos, comimos, vivimos. Éramos nosotrxs, Laura y Rubén, me hacía sentir Rubén, ella veía a Rubén, ella entendía a Rubén.

Somos novios, llevamos juntos más de seis meses y de verdad, os lo prometo con la mano en el corazón, no puedo ser más feliz. ¿Quién me iba a decir que de la peor época que he pasado en toda mi vida salió la mujer más fuerte, más espectacular y más especial que he conocido?

No sé si será la mujer con la que pase el resto de mi vida, pero sinceramente, me encantaría pensar que sí.

 

Rubén.