Creo firmemente que en el último año Ryan Reynolds se ha fusionado con su personaje, Deadpool, convirtiéndose en un solo ser, y oye, que por mí fenómenal porque amo locamente a los dos. La cuestión es que con el estreno de Deadpool (o Masacre, as you like), me han entrado los sudores fríos en el chochet y me ha dado por volver a ver unas cuantas películas del señor Reynolds, confirmando mi encoñamiento por su cara, su cuerpo, su forma de actuar y, sobre todo, su sentido del humor. Por amar, amo hasta a su mujer. Pero bueno, que vosotras no habéis entrado aquí a leer mi crush con este señor, lo que queréis es carnaza y carnaza os voy a dar.
Vayamos por partes…
Hablemos de los ojillos de Ryan Reynolds, que son así como medio tristones medio de buenazo, pero que en el fondo sabes que están diciendo «si voy con lo que te doy«.
Y esa boquita de piñón…
Pero Ryan Reynolds no es solo una cara bonita, también es un maromazo que se te caen las bragas sin darte cuenta.
Yo creo que este hombre está hecho del material con el que se hacen los sueños, porque sino no me lo explico.
Y tú te preguntarás, ¿cómo coño es posible combinar en un mismo ser humano el cachondismo extremo y el reírte hasta que se te escapa el pis? Pues así:
Pero si todavía no estás del todo convencida y necesitas más razones para unirte a mi secta, prepárate porque ahora viene la calité buena.
Ryan, que sepas que aunque Green Lantern fuese una estrepitosa mierda, con Deadpool te has ganado mi corazón (no tiene nada que ver el polvazo que tienes, eh…).