Puede que mi historia de amor os suene a cliché. Chica se va de vacaciones, conoce a chico, se enamoran y comen perdices para siempre. Pero la verdad es que detrás de tanta perfección, de algo tan idílico, hay cien mil quebraderos de cabeza que han llegado a costarme una parte de mi salud.

Todo comenzó el verano del año pasado. Tras pasar por una de las etapas más jodidas de mi vida, un maravilloso grupo de amigas y yo emprendimos un viaje que necesitábamos de forma vital. Hacía apenas tres meses que había perdido a mi padre en un accidente de coche y desde entonces todo mi mundo se había paralizado.

Tenía planes de boda con mi chico, acababa de comenzar en un puesto de trabajo perfecto… pero la bofetada que me propinó el destino llevándose a mi padre me sumió en una depresión de la que no conseguía salir de ninguna manera.

Las cosas habían llegado a tal punto que le había pedido a mi novio un tiempo para sobrellevar lo que me estaba pasando. Él lo comprendió y respetó mi espacio sin hacer más preguntas. Recogió sus cosas de mi casa y salió por la puerta dándome un beso en la mejilla en completo silencio.

Así que llegado el verano y con ayuda de mi mejores amigas, hice las maletas y juntas tomamos un vuelo hacia una preciosa isla griega, Santorini. Las fotografías que habíamos visto no engañaban. En aquel paraíso las diferentes tonalidades de azul del cielo y el mar se entremezclaban con el blanco de las casas que parecían colgar de las laderas. Estar allí era como formar parte de una postal viviente.

Nos alojamos en un pequeño hotelito desde el que podíamos ver la caldera del volcán submarino que hace siglos había formado parte de la isla. Nuestra habitación tenía un balcón en el que podría haber pasado días enteros. ¡Cuánta paz emanaba aquel lugar!

Y dentro de aquella tranquilidad que yo tanto anhelaba, mis acompañantes también encontraron la fiesta que les pedía el cuerpo. Noche tras noche yo permanecía en el hotel disfrutando de la lectura y ellas se entregaban al desmadre que tanto merecían después de un año de duro trabajo. Una de esas noches el calor comenzó a ser tan sofocante que decidí acercarme a la piscina para refrescarme. Desde mi ventana observé que la zona estaba completamente vacía, así que me enfundé mi bikini, agarré una toalla y salí dispuesta a celebrar, una vez más, mi soledad.

Al poco rato de haber entrado en el agua, y mientras me dejaba llevar flotando con los ojos cerrados, escuché la que parecía una voz que me hablaba desde el borde de la piscina. Me incorporé sobresaltada y en medio de la oscuridad vi a un chico que me miraba sonriente mientras chapurreaba algo en inglés.

The pool is not open at night‘.

Me acerqué en un par de brazadas y entonces lo entendí.

Oh! Sorry, I didn’t know that‘ respondí saliendo rápidamente del agua.

¡Ah, española! No te preocupes, por mi no es problema pero si te pesca el director lo mismo te cobra un plus por nocturnidad‘ continuó bromeando y en un perfecto español ‘Soy Cristophe, mantenimiento, jardinería y coctelero‘.

Encantada, yo soy Elena, la que pagará el suplemento por no saber leer carteles en griego‘.

Esa noche nuestra conversación terminó ahí. Recogí mis cosas y regresé a mi balconcito para contemplar la maravilla que era el cielo estrellado sobre la isla.

Pero desde aquella noche comencé a tropezar con mi amigo el coctelero una y otra vez. Hasta entonces no me había percatado de que aquel hombre era el currante que todo lo hacía: reponía toallas en las tumbonas, cuidaba los jardines, servía copas en el bar de la piscina… Cristophe y yo nos saludábamos con un sonrisa cada vez que nos cruzábamos y mis amigas no comprendían nada de lo que estaba pasando.

Nos quedaban apenas tres noches en Santorini y una vez más mi grupo de féminas emprendió rumbo a los bares del pueblo. Por más que me lo pidieron no lograron convencerme para que me uniera a su clan, pero decidí estirar las piernas y las acompañé hasta el hall del hotel.

Elena la aburrida corta rollos está una vez más en su soledad‘ celebré para mis adentros. Y mientras me dirigía de nuevo a mi habitación por una estrecha escalera, volví a toparme de frente con Cristophe.

Buenas noches señorita ¿hoy tampoco hay ganas de bailar?‘ me preguntó mientras cargaba con una docena de toallas perfectamente dobladas.

No me apetecen mucho las aglomeraciones de gente, prefiero estar tranquila‘ le respondí imaginando que me tomaría por una rancia de tres pares.

Lo más tranquilo de esta isla ahora mismo es el bar de la piscina, si te apetece te invito a un cóctel receta secreta‘.

Me pilló completamente desprevenida. ¿Quería volver una vez más a mi cuarto a las once de la noche? ¿aquel chico me empezaba a resultar simpático?. Di media vuelta y seguí el ritmo de sus chancletas por el laberinto de escaleras que era aquel hotel.

Sin más luz que un par de bombillas que alumbraban el jardín, Cristophe preparó en una coctelera un brebaje que sabía a gloria. Ambos nos sentamos ante la barra y con nuestras copas en la mano empezamos a hablar de nuestras respectivas vidas.

A mí me daba la risa al imaginar que aquel griego de aspecto tan amigable podía haber repetido aquel ritual con cientos de chicas intentando que alguna cayera en sus redes. Pero la noche continuaba su curso y en ningún momento surgió entre nosotros ningún tipo de interés más allá de charlar y beber. Lo que sí sabía ya era que Cristophe estaba a punto de licenciarse como ingeniero y que llevaba tres veranos trabajando en aquel hotel para ayudar a su familia a pagar sus estudios.

Tras dos copas de aquel cóctel, lloré mil mares ante aquel chico mientras le contaba lo mucho que echaba de menos a mi padre. Me avergoncé lo más grande por la escenita, pero no podía remediar pensar en él en cada minuto de mi vida.

Cada uno lleva el duelo como puede‘ me respondió acercándome una servilleta para limpiar mis ojos. ‘Puede que lo que necesites no sea solo salir de tu país, sino hacer algo diferente‘.

Se mantuvo pensativo unos segundos y después continuó.

Mañana tengo mi día libre, si te apetece puedo llevarte a conocer la isla de otra manera‘ me dijo emocionado.

No pude decirle que no. Su gesto aniñado y las copas que ya me había bebido me envalentonaron, así que nos citamos aquella mañana para nuestra excursión.

Mis amigas pensaron que les estaba tomando el pelo. Algunas me avisaron sobre las posibles oscuras intenciones de aquel chico. Otras sonreían por lo bajo pensando en que allí la mosquita muerta que yo era había lanzado la caña muy sutilmente. Como fuera, yo me calcé mis zapatillas y me dirigí al punto de encuentro algo nerviosa.

Cristophe me esperaba apoyado en su moto y en cuanto me vio llegar colocó sobre mi cabeza un casco la mar de hortera. Así empezó nuestro día. Sin dejar de explicarme cada pequeño detalle recorrimos la isla de punta a punta. Fira, Imerovigli, las ruinas de Akrotiri… Aquel chico conocía las mil historias que guardaba aquella preciosa isla, y con él pude ver más allá del intenso azul del cielo.

Durante horas desconecté como mágicamente de los cientos de sombras que llevaban meses alojadas en mi cabeza. Reí de nuevo animada por las palabras de aquel chico alto y delgaducho. El mundo iba mucho más allá de todo lo malo, había tanto por hacer todavía… Cristophe me habló de su cultura, de cómo vivían y de lo que esperaba para el futuro.

Cuando la noche estaba a punto de caer, regresamos a Oia para ver el que según él era el mejor atardecer del planeta. Aparcó la moto y como si fuésemos cabras, comenzamos a descender por un sendero salvaje que nos llevó a lo que parecía un balcón natural. Cristophe tomó asiento sobre el suelo y no dejó de mirar al sol. Yo me situé a su lado. Al cabo de unos instantes de silencio absoluto, y no sé muy bien por qué, continué con mi historia.

Me iba a casar este verano‘.

¿Y por qué no lo vas a hacer?‘ me preguntó Cristophe sin apartar su mirada del atardecer.

Porque soy una egoísta‘ sentencié seria.

El sol desapareció por completo y en la lejanía se escucharon aplausos y vítores que celebraban la llegada de la noche.

 

No eres egoísta, has pasado una muy mala racha, pero si sabes lo que quieres no deberías dejarlo escapar‘ me respondió tendiéndome la mano para ayudarme a ponerme en pie.

Aquellas palabras retumbaron en mi cabeza durante toda la noche. Quería casarme, siempre había estado segura de ello, ¿por qué dudar entonces?

Los dos días que nos restaban en la isla los aprovechamos al máximo. Mis amigas me sometieron a un tercer grado sobre Cristophe, pero yo no pude más que ser sincera con ellas y contarles que aquel chico me había abierto los ojos, al fin. Pasamos una jornada de playa alucinante, y para sorpresa de todas, la última noche me uní a su plan de bailoteo. Me arreglé, me puse unos tacones (que no eran míos) y tras muchos meses en el subsuelo, volví a mirar hacia adelante.

De bar en bar y de chupito en chupito, apenas era capaz de seguirles el ritmo. Ellas ya tenían sus historias tras tantas noches de fiesta y yo no me enteraba de prácticamente nada. Me dejaba llevar por la música y seguía sorbiendo de mi copa mientras veía pasar gente por aquella estrecha callejuela.

¡Eh! ¡Cristophe!‘ grité excesivamente emocionada al ver una cara conocida entre el gentío.

Estaba en la puerta de uno de los locales, y me puse de puntillas abanicando mis manos de una manera ridícula.

¿Tú no eras la que pasaba de las fiestas?‘ me preguntó mi amigo mirándome sorprendido.

Es nuestra última noche aquí, no podía negarme…

Estás guapa, Elena-la-española‘.

¡Gracias! Pero no me va a durar mucho, visto el plan me iré al hotel antes de lo que creía…

Si te nos quieres unir, estaré con mis amigos ahí adelante, en una cervecería‘.

Tranquilo, ya has hecho suficiente por mi estos días. Diviértete‘ le dije pasando mi mano por su cuello.

¿Por qué? Él continuó su camino y yo me avergonzaba en silencio por aquella caricia del horror.

¡Qué aburrimiento! Las unas con estos, las otras con los otros… Miré mi reloj y puse rumbo al hotel caminando como si estuviese pisando huevos por culpa del dolor de pies. Cuando ya estaba a escasos metros de la entrada, alguien dijo mi nombre a mi espalda.

¿Ha sido una buena noche?‘ me preguntó Cristophe mientras buscaba sus llaves en el bolsillo.

Digamos que ha sido una noche. Mañana volamos temprano, estoy viendo que mis amigas van a perder el avión…

Pues unos días extra en la isla, no está mal‘.

Si no tuviera una vida que retomar en España ni me lo pensaría‘.

Entonces, ¿vas a seguir adelante?‘ me miró repentinamente a los ojos.

Creo que sí, es lo que tengo que hacer…‘ un escalofrío recorrió mi cuerpo en ese momento.

Se hizo el silencio, ambos nos quedamos como petrificados.

Bien, es lo correcto. Me alegro mucho de haberte conocido, Elena-de-España‘ se despidió Cristophe ofreciéndome un apretón de manos.

Muchas gracias por todo, eres un chico genial‘ dije con la voz temblorosa por una emoción que no alcanzaba a comprender.

Por suerte mis acompañantes lograron tomar el avión a tiempo, y tras diez días de aventura griega volvimos a casa y a nuestra realidad.

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Tomé mi teléfono móvil y hasta en cinco ocasiones marqué el número del que hasta hacía unos meses había sido mi novio y prometido. Estaba muy nerviosa, el corazón me bombeaba a mil por hora. Y una vez más el contestador. Unas horas más tarde fue él quien me devolvió la llamada.

Quedamos en un café muy conocido para nosotros. Tenía ganas de verlo y así aclarar de una vez por todas mis sentimientos. Como de costumbre fui excesivamente puntual y pude ver desde la mesa como aquel chico hiper arreglado se acercaba a mí bastante serio.

Me alegro de verte, Elena, estás morena‘ me dijo acariciando mi hombro tímidamente.

Me fui de vacaciones con las chicas y… he pensado en ti‘ fui al grano, no podía más.

Antes de que continúes, necesito contarte algo…‘ me interrumpió dejándome muy descolocada.

Eloy, aquel chico con el que había estado a punto de casarme, había conocido a otra persona. No pude culparlo, yo no había sido demasiado justa, y él me respondió con la misma moneda. Fue sincero y poco a poco me explicó en un intento por excusarse ante mí. Yo lo frené con un inmenso sentimiento de alivio en mi interior.

Puede que sea mejor así, quizás nuestra boda habría sido un enorme error‘ le dije por una vez contenta al ser capaz de continuar con mi vida.

Abandonamos el café y, algo desconcertada, respiré con fuerza haciendo un punto y aparte en mi historia.

¿Y tú estás bien?‘ me preguntó preocupada una de mis mejores amigas al otro lado del teléfono.

Sí, hemos sido sinceros, estoy muy bien‘.

Giré la mirada y arranqué de la nevera un imán griego que había comprado aquel día junto a Cristophe. Mi corazón dio un vuelco y guiada por un impulso brutal me senté frente a mi ordenador.

Pasajeros del vuelo a Santorini, va a comenzar el embarque‘.

Nadie sabía que estaba de nuevo a punto de cruzar el Mediterráneo. Tan solo habían pasado veinte días desde que Santorini se había quedado atrás como un precioso recuerdo. Tampoco tenía nada claro qué era lo que estaba haciendo ni por qué había comprado aquel pasaje. En mi cabeza solo se repetía una y otra vez la mirada de Cristophe aquella última noche frente a la puerta del hotel.

Aterrizamos casi al final del día. Tomé un taxi y como pude le pedí al conductor que me llevase a aquel balcón de la ladera donde había visto la puesta de sol junto a Cristophe. Esperaba que aquella imagen me diese fuerzas para entender por qué había vuelto a la isla.

 

Descendí por el empedrado camino y allí, completamente solo, encontré a aquel chico con la mirada una vez más clavada en el atardecer. Sin decir ni una palabra me senté a su lado. Tras unos segundos sin mirarnos, reaccioné.

No me voy a casar este verano…

¿Y por qué no lo vas a hacer?‘ dijo Cristophe dirigiendo ahora sus ojos hacia mí.

Porque olvidé mi corazón en esta isla‘.