Mis amigas de la adolescencia se crearon un perfil falso de un chico para reírse de mí
Nunca había sido una niña popular. Crecí con un grupito reducido de amigas y cuando comencé el instituto, la mayoría de ellas fueron a otro centro. Ahí me vi yo, con 12 añitos, más sola que la una. Durante el primer curso de la ESO pasé bastante desapercibida. Era muy introvertida y me costaba relacionarme. Pero en el curso siguiente, un grupito de chicas de mi clase se acercó a mí.
Nunca me sentí realmente integrada, ellas sí eran amigas y a mí me llamaban cuando estaban aburridas o necesitaban algo. Pero claro, la adolescencia es una etapa muy complicada y yo lo único que quería era no sentirme sola. Por eso me aferré a ellas.
Era tímida, pero no tonta. Sabía que nuestra relación no era del todo sana y que cuando podían me utilizaban para que les dejara trabajos de clase o les ayudara con algún tema. Sin embargo, hice creerle a mi mente que realmente me apreciaban.
Llegaron los 15 años y con ellos un subidón hormonal propio de la edad. En mi caso algo más ligero que en el de mis amigas, pero era cierto que tenía bastantes ganas de conocer chicos. No lo tenía nada fácil dado lo cortada que era e intentaba conocer gente por medio de mis redes sociales. Mis “amigas” sabían este dato y aprovecharon la ocasión para reírse de mí a mi costa.
Un día vi una petición de amistad de un chico en Instagram. Me había dejado un mensaje presentándose y diciendo que iba a otro instituto del barrio de al lado, que me había visto alguna vez con mis amigas y que le gustaría conocerme. Antes de contestarle y aceptar, le cotilleé un poco el perfil para ver que no fuera falso, y la verdad, no lo parecía.
Acepté su petición y desde entonces estuvimos unas 4 semanas hablando todo el día por la red social. Me decía cosas muy bonitas, cosas que jamás antes nadie me había dicho y me hacía sentir especial. Me fui enamorando de él, típico primer amor de la adolescencia.
En varias ocasiones me insistió en quedar, pero necesitaba más tiempo, me daba terror. Un día me preguntó si quería que nos intercambiáramos los números de teléfono y me pareció una buena idea, me daba más confianza así.
Si para entonces no parábamos de hablar, desde este momento era un continuo chat por WhatsApp, día y noche. El chico seguía insistiendo en quedar y por fin me armé de valor y le dije que sí. Recuerdo que quedamos en un parque del barrio donde yo vivía, ya que a él también le iba bien. Me maquillé, cosa que nunca solía hacer, y me puse muy guapa. Temblaba de nervios y de ilusión de al fin conocerle. Mi cabeza se había imaginado ese momento de mil maneras y un millón de veces.
Llegué al parque y me senté en un banco para esperarle. Le mandé mi ubicación y a los 5 minutos me respondió que estaba llegando. Pasaron 10 minutos, 20 y hasta 30… Ahí no llegaba nadie. Le escribí preguntándole donde estaba y entonces, me dijo: “Estoy detrás de ti, llevo ya un rato viéndote”.
Me giré y a unos 20 metros vi a las que se suponía que eran mis amigas señalándome y riéndose a carcajada limpia. Yo no entendía nada en ese momento, me acerqué a ellas y les pregunté qué hacían allí y por qué se estaban riendo así. Entonces empezaron a decirme cosas que nunca olvidaré, como que daba mucha pena ahí esperando a mi amor platónico, que como iba a pensar que un chico como el de las fotos fuera a estar interesado en mí, que todo había sido una broma por su parte para que espabilara en la vida, etc.
No podía reaccionar, no podía decirles nada. Sentía muchísima vergüenza y solo quería que me tragara la tierra y desaparecer. No contesté. Me di media vuelta y fui a casa. Cuando llegué lloré muchísimo, hasta el punto de tener un ataque de ansiedad. No podía creerme que las que yo consideraba mis amigas fueran en realidad unos monstruos y me sentí muy sola. El chico del que me había enamorado no existía, y tampoco tenía amigas.
No fue nada fácil recuperarme de ese golpe. Mi autoestima siempre había sido frágil y esto sólo hizo que acabara rompiéndose. Necesité ayuda psicológica y mucha paciencia por mi parte y por la de mi familia. Pero pude. Ahora tengo 28 años y soy una chica muy alegre, con unos valores personales bien establecidos. He aprendido que no se puede dejar entrar a cualquiera a tu vida, y desde entonces soy muy selectiva con la gente de mi alrededor.
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