Mis amigas me dicen que lo que pasó lo tenía totalmente merecido, y no voy a negar que la culpa de esta ruina de cita la tuve sobre todo yo.
Una colega se estaba liando con un tío que era empresario y le iba muy bien, y no paraba de darnos envidia con los regalos que le hacía el maromo “mira qué pendientes”, “mira este bolso”, “mira estas entradas para Beyoncé”, o con sus escapaditas a Milán, a París, etc. Y a mí se me puso entre ceja y ceja que quería algo así, un poco de lujo, un poco de vicio, una breve salida de mi presupuesto ajustado de siempre, que ya tenía el resto de la vida para ser de clase obrera.
Y bueno, con ese filtro en mente, me puse a invertir tiempo en tinder. Fuera los jipis escaladores en los que solía fijarme, nada de tíos con furgonetas y perros subiendo montes; fui regalando likes y superlikes a los postines de los cochazos y los relojazos, los de los jets, los de las terrazas en Dubai y así.
Obviamente, yo me puse una foto de perfil con vestido de invitada de boda, y bien tuneada. Hice match con varios, pero bueno, en resumidas cuentas la cosa solo siguió adelante con uno de ellos, Marc, un catalán forrado que tampoco tenía pinta de cayetano, porque una tiene sus límites.
En nuestras conversaciones, yo no me las daba de ricachona pero tampoco era transparente con mi situación real de pobre absoluta, claro, sino un término medio donde dejaba ver mi fascinación por su vida de rico, sus viajes, sus congresos (Marc era empresario en el sector inmobiliario, dijo), pero omitiendo mi mileurismo patético.
Yo quería quedar con él cuanto antes, o sea, no estaba allí para que me diera conversación, ¿vale? Yo iba a por lo que iba, llévame a sitios caros y dame algún obsequio de vez en cuando, que no te cuesta nada. Ya sé lo mal que puede sonar esto, pero oye, es lo que hay y en esta vida hay que ser sincera.
Total, que le presioné un poquito para quedar cuanto antes, y dejé caer que yo no solía ir a restaurantes así muy especiales, que nadie me había llevado nunca (acompañando esto de emojis tristes, por supuesto, una sabe como hacer las cosas). Y, efecto deseado conseguido, me llevó a un restaurante con estrellas Michelín y especialmente famoso por sus ostras.
Yo salí de casa ya para matar, vestida de super celebrity y con toda la intención de ponerme fina de caviar. Allí sentada en la mesa, yo me creía la hija de un jeque árabe: que si vino, que si ostras, que si atún rojo y langosta azul. Rápidamente, me metí en el papel de rica y nada era lo suficientemente caro. Igual me comí 30 ostras, y os juro que no exagero.
Hacia el final de la comida, cuando yo me debatía si tomar para postre fresas marinadas en menta y crema o uno que llevaba oro comestible, Marc se levantó de la mesa al baño, cosa que no me extrañó nada porque yo también empezaba a sentir la necesidad de aliviarme el vientre de tanta comida.
Yo estaba a tope, porque el tío era majísimo, la conversación había sido super amena, él era gracioso, y nos entendíamos bien, no tenía esos aires de ricachón tan inevitables a veces. Tardaba mucho en volver, y yo pensé en lo mal que le habría sentado tanta ostra; empecé a temer por mis propios intestinos.
Al final ya no pude más y yo también fui al baño, pero al salir, vi que Marc no había vuelto a la mesa y me acerqué al baño de tíos a ver si contestaba. Nada, allí no había nadie. Al ver mi cara de desencaje, el camarero que nos había atendido me dijo “ya me ha dicho el caballero que se encontraba indispuesto pero que usted terminaría la comida sin su compañía”.
Igual a estas alturas vosotras ya lo habríais tenido claro. Bueno, pues yo me lo creí. Pensé que se habría ido por la pata y me habría dejado a mí disfrutar del postre, con todo pagado, obvio. Hasta que vino el camarero con una cuenta de más de 300 euros, y me di cuenta de la que me había montado, el muy capullo.
Jamás volví a saber de él, todavía no sé si era verdad que tenía tanta pasta o era un fraude total que, al igual que yo, quiso cenar gratis en un sitio lujoso y fuera. El caso es que saqué la tarjeta, pagué la cuenta, y me fui a casa a vomitar 45 ostras.