Conocí a mi novio en un bar donde solía ir con mis amigas. Una de ellas había quedado allí con su cita de Tinder y no quería ir sola, y menos mal, porque él había llegado allí con sus amigos en grupo. Entre mi amiga y su cita no surgió nada, en cuanto hablaron un rato vieron que no se atraían en absoluto y pasaron a integrarse en el nuevo “maxi-grupo” que acabábamos de formar entre los amigos de uno y las amigas de la otra.  Entre ellos estaba Javier, que se acercó enseguida a mí para hacerme un comentario sobre el grupo que llevaba en el dibujo de mi camiseta. Empezamos hablando de música y acabamos en mi casa unas horas después.

Cuando pasaron unos mese y ya nos veíamos con mucha frecuencia y empezábamos a sentir algo más que deseo, formalizamos la relación. Ahora que era mi novio, pasaba bastante más tiempo con él y me llamó la atención cómo, cada vez que salíamos, echaba las monedas que le daban de vuelta en la máquina tragaperras. No era algo que me encantase, pero no me pareció nada exagerado. Una manía…

Llevando ya un tiempo y pasando bastante tiempo con sus amigos, uno de ellos me contó que era él el que se encargaba siempre de las apuestas de todos, que ahora que en los propios bares había máquinas donde hacer apuestas deportivas, daba gusto quedar con él y ver si, con la pasta de todos, conseguía sacar un buen pellizco para salir ese día a celebrar. La verdad es que me mosqueó darme cuenta de por qué se quedaba siempre tan absorto mirando los resultados de algunos deportes por los que no había mostrado jamás interés, además de competiciones extranjeras que ninguno de sus amigos conocía.

Charlando con sus amigos, contó (presumido) cómo me llevó a cenar a un restaurante muy caro con lo que sacó en una apuesta del campeonato nacional de Curling en Canadá. Yo me reí, hasta que vi la mirada del chico que me había hablado de esto no hacía mucho. Salí con él a fumar a la calle y le pregunté por qué estaba tan serio; me contó que estaba preocupado porque veía que Javi había llevado lo de las apuestas a otro nivel, me preguntó si yo no veía nada raro, si no me parecía que se le estaba yendo de las manos, pero como nuestras finanzas iban por separado y no solía contarme lo que apostaba, no me había dado cuenta de que podía ser un problema. Pero estaría atenta.

Por nuestro primer aniversario nos fuimos a pasar unos días a un hotel en una ciudad próxima. Durante el camino discutimos y, al llegar al hotel, se fue “a despejar la cabeza un rato”. Pasadas un par de horas bajé y lo encontré sentado en un taburete, frente a la máquina tragaperras, con un gin-tonic en la mano. Estaba muy nervioso, no parecía preocupado por nuestra discusión, pero si por lo “calentita” que estaba la máquina ya, que se veía que iba a “soltarlo para él” en cualquier momento. Me fui bastante enfadada. Llegó borracho un par de horas más tarde. No sabía cómo subir y contarme que había fundido el dinero que tenía para aquel viaje en la máquina. Yo lloré muchísimo por la pena que me daba esa situación, era nuestro primer aniversario, estábamos muy enamorados, no podía dejar que algo así lo estropease, así que asumí yo los gastos del viaje que él me había “regalado”. A cambio, él buscaría ayuda para su “problemilla” con el juego.

No hablamos más de aquello. Él dijo que estaba hablando con un terapeuta y se encontraba bastante bien y este tema quedó a un lado para nosotros. Después de un año más de convivencia, me pidió matrimonio y yo acepté encantada. No teníamos unos grandes ahorros, pero sí suficiente para hacer una humilde ceremonia. Mi madre sabía que llevaba toda la vida soñando con mi vestido de novia, así que me llevó a la tienda de mi diseñadora favorita y me dijo que eligiese el vestido que quisiera. Fue muy emotivo el momento en que elegí con su ayuda su regalo y me sentí como la novia que siempre quise ser.

Días antes de nuestra boda, sus amigos le prepararon una despedida de soltero. Aquel amigo suyo con el que había hablado me llamó preocupado al día siguiente. Por las bromas, habían ido al Bingo, pero después acabaron en una casa de apuestas donde “él sabía que ponían buena música y las copas eran baratas” y se había fundido allí un montón de dinero. Su amigo estaba muy preocupado por la forma en la que se quedaba absorto mirando la ruleta y no parecía saber hablar de otra cosa que las apuestas que estaba haciendo. En cuanto colgué el teléfono, miré la cuenta conjunta, de donde pagaríamos la boda. Faltaban más de 2000 euros.

Aquella discusión fue terriblemente dolorosa. Se puso muy duro conmigo, culpándome de todas sus penas y diciendo que ese dinero lo había metido en algo de la boda que no me podía contar y que yo lo había estropeado todo. Me sentí muy mal, pero no le creí, así que le dije que debía llamar al terapeuta para que le ayudase de nuevo. Se rio de mí y me dijo que jamás había ido a tirar el dinero con uno de esos loqueros, que eso si que era una apuesta perdedora.

Salió de allí hecho una furia y volvió horas después con flores, arrepentido, pidiendo perdón. Admitía tener un problema y que, hasta ahora, lo había mantenido a raya, pero que en la despedida se había despertado algo en su interior que no le dejaba pensar en otra cosa. Lo abracé toda la noche y, a tres días de la boda, poco podíamos hacer, así que decidimos que, pasado el evento, empezaría en una clínica que yo había buscado.

Al día siguiente, por la noche, me dijo que había quedado con sus primos de Alemania que habían venido para la boda, pero como no llegaron a tiempo de la despedida, saldría con ellos un rato.

Horas más tarde apareció llorando, desesperado, muy colorado, sudando y preguntando por mi vestido. Yo me asusté y le dije que estaba en el armario de la otra habitación. Le pregunté qué pasaba, pero solamente lo vi entrar allí, coger la percha con el enorme saco que envolvía mi vestido, y salir corriendo.

Su primo subió un rato después. Los había llevado a un local donde hacían timbas ilegales. Él había fundido todo el dinero que el cajero le había dejado sacar, pero al final les había dicho que en su casa tenía un vestido de novia de la firma “X” y que valía casi 3000 euros. Perdió esa partida y, cuando quiso negociar la apuesta, se habían llevado a la fuerza a su primo más joven y le dijeron que si no llevaba el vestido en media hora le partirían todas las articulaciones. Yo no me lo podía creer. No querían llamar a la policía porque irían detenidos ellos también, no podían hacer nada más que entregar mi vestido y salir de allí corriendo.

Creí que no podría parar de llorar jamás. En el fondo no me equivocaba mucho, pues han pasado ya muchos años y sigo llorando cada vez que recuerdo lo ilusionada que estuve con Javier y nuestra romántica boda.

Obviamente, anulé todo en ese mismo momento. Sus padres se ofrecieron a pagar los gastos de la cancelación y tuve que aceptarlo, pues la cuenta estaba prácticamente vacía. Mi madre tuvo una crisis de ansiedad muy fuerte cuando supo lo que había pasado y el bofetón que le dio a Javi cuando vino a buscar sus cosas aun resuena en mi cabeza.

Me costó mucho recuperarme de aquella ruptura. Javi perdió todo lo que tenía (su coche, sus colecciones de videojuegos…) y sus padres lo acabaron ingresando un tiempo, pues intentó suicidarse varias veces. Pero no supe más. No quise saber más de él.

 

 

Escrito por Luna Purple basado en la historia real de una seguidora.

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