Cuando nació la pequeña de María, su suegra fue a verla al hospital el primer día, a pesar de que le pidieron que no lo hiciera tan pronto. El día que salieron del hospital pidieron a todo el mundo que esa tarde se la dejasen de relax, pues tocaba hacer las presentaciones con sus hijos mayores, sería un día de muchas emociones que llevaban muchos meses planificando y no querían intervención de nadie, pues siempre hay comentarios desafortunados o gente que adquiere un protagonismo que no le corresponde, y en ese momento María y su marido quería que sus hijos fueran lo único importante y a lo que atender. Pero, al llegar a casa, allí estaba su suegra, en el portal, esperando.

La hermana de María llevaría a los niños cuando ya estuvieran instalados y, a pesar de que le dijeron expresamente que no querían que hubiese nadie más, ella dijo que era una tontería, que ella estaría presente, que para eso era la abuela. Aunque le explicaron que la otra abuela tampoco estaría y que la hermana de María no se quedaría, le dio igual. Como era de esperar, cuando los niños llegaron y sus papás comenzaron con las presentaciones como tenían previsto, su abuela no paraba de irrumpir y decirles que la niña era una llorona, que ellos eran más guapos, y todas esas cosas que dicen algunas personas mayores creyendo que hacen un favor a los niños.

El niño mayor se acabó enfadando y diciendo a su padre que por qué su abuela hablaba tan mal de su hermanita, si era un bebé pequeñito. Ella mientras se compinchaba con el mediano y le decía que ahora le tenía que echar la culpa de todas las trastadas y que cuando fuera más mayor le tiraría del pelo.  El niño se reía siguiéndole la corriente a su abuela. Cuando María la pilló diciéndole por señas que le quitase el gorrito, se pusieron serios y le dijeron que se fuera inmediatamente. El pequeño tenía 4 añitos, estaba muy confundido. Esa noche tuvieron que hablar con él de lo bonito que sería ser hermano mayor y que nada tenía que ver con pellizcos, tirones de pelo ni nada de eso. Que él sería un niño muy especial para ella y que ella querría ser como él y jugar con él cuando ya pudiese sentarse a jugar.

El marido de María tuvo con su madre una conversación bastante seria en la que le explicó que lo que había hecho era lo contrario a lo que le habían pedido desde el principio y que lo que había hecho en un día tan importante para su familia no tenía nombre. Ella se disculpó de esa manera que tienen muchas personas de pedir perdón “perdón, pero (introduce aquí cualquier argumento que culpabilice a la otra persona de lo que ella ha hecho)”.

A María le había parecido bastante extraño, pues siempre había sido una persona más bien distante con ellos. A pesar de que vivía bastante cerca, era raro verla más de una vez al mes y casi siempre porque ellos la invitaban a comer o cenar en su casa.

El caso es que el tiempo fue corriendo y la suegra de María ni se pronunciaba. No sabían nada de ella. La llamaban y decía que estaba bien y que debían ir a verla, entonces iban los cinco a su casa un rato, donde parecían estorbar. Entre “no toques eso” y “no toques aquello” los niños se agobiaban bastante. A la niña casi ni la miraba. Decía que era muy aburrida porque dormía mucho.

Ante este panorama, ellos dejaron de ir a su casa. Pero entonces se encontraron en varias ocasiones con vecinas y amigas de su suegra que les recriminaban cómo no le llevaban más a la niña, que era tan bebé y se la estaba perdiendo, que no la visitaban nada…

La llamaron, cansados de los reproches de señoras casi desconocidas, y ella les explicó que desde que “le habían prohibido la entrada a su casa” ella se sentía desplazada y que por eso solo quería quedar mejor en su propia casa, y ahora que no le dejaban ver a la niña…

María no pudo contenerse más y le contestó ella. Nadie le prohibió nada nunca, un día en concreto le dijeron que se fuera después de horas pidiéndole que respetasen lo que ellos querían hacer, pero después d eso había habido una conversación que daba por zanjada la situación. Si no iba más a ver a sus nietos era porque no quería, pero que ellos no iban a ir allí a que les estuviera riñendo todo el rato por jugar y que no les hiciera caso.

Y así fue como una amiga de la familia, que conoce bien a la suegra, les contó cómo ahora aireaba a los cuatro vientos que le habían dicho que jamás pondrían un pie en aquella casa… Y un montón de cosas más totalmente exageradas y fuera de lugar.

Hoy hace ya casi un año que no ve a sus nietos. Todas las veces que su hijo la llama le da largas, pero sigue contándole a quien la quiere oír que la tienen abandonada y que no le permiten ser abuela.

 

Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.

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