En mi trabajo, hace años, entró a trabajar una chica tímida, bastante callada al principio, a la que se veía que le costaba encajar en grandes grupos. Realmente es difícil amoldarse a un equipo que ya está hecho, donde todos se conocen y se complementan como pueden, un lugar en el que tú eres la extraña y no sabes hasta qué punto te van a ayudar a integrarte.

He de decir que había un pequeño grupo en mi equipo que siempre pensé que, años antes, habían sido los perfectos bullys. Esa gente que busca los complejos de otros para hacer mofas en público, pero que dicen que es de buen rollo, para no sentir culpa. Ese “es solo una broma” que nadie cree en realidad, pero que parece exculparlos de cualquier acción. Al contrario que ellos, esta chica (llamémosla Nati) se veía que había sido el objetivo principal de burlas en su clase. Era de esas chicas que se pone extremadamente roja si alguien dice algo soez, que agacha la cabeza y ríe por lo bajo si se meten con ella, para intentar pasar desapercibida y que las burlas no continúen.


Al pasar un par de semanas, con mucho empeño por mi parte, conseguí que se abriera un poco a mí. Incluso empezó a venir, como algunas de nosotras, media hora antes los viernes para tomar un café juntas y coger fuerza para el fin de semana.

En uno de esos cafés nos empezó a hablar de Jose Luis, su novio. Era un chico algo mayor, muy guapo (según ella) y que tenía un trabajo estupendo en el que ganaba mucha pasta. En seguida una de nuestras compañeras preguntó qué hacía ella allí con nosotras, en aquel trabajo de mierda, si su novio tenía tanta pasta, a lo que fui yo quien respondió que qué tenía que ver el dinero que tuviera él con que ella se buscase la vida. Me ofendió bastante aquel comentario porque, además de ser tremendamente machista, intentaba ridiculizar a aquella chica que tanto trabajo me había costado convencer para que se juntase con nosotras.

Pero Nati ni había aprendido nada, así que el viernes siguiente empezó a contar durante el café, que iría con su novio a elegir su nuevo coche para los fines de semana. Ni cinco minutos después empezaron a pedirle fotos de Jose Luis, datos sobre la empresa en la que trabajaba… Admitiré que, aunque me parecían fatal todas aquellas preguntas, sus respuestas parecían inventadas, improvisadas en el momento. Era muy extraño que nunca recordase el puesto que tenía su novio, no tuviese ninguna foto con él, solo una de él subido a un barco, vestido entero de blanco. Era un tío bastante guapo, con pinta de estar podrido de dinero y del que solamente tenía aquella foto solitaria sacada de lejos.


Empezaron a correr rumores por la empresa sobre que Nati se inventaba una vida maravillosa porque era una pringada. Mis propios prejuicios me llevaron a preguntarme qué haría un hombre como el de la foto con una chica tan… No sé, mi conciencia actual me bloquea las características que seguramente le adjudiqué en aquel momento.

Un día Jose Luis la llamó a la hora del café, pero ella se escondió para hablar y, al colgar, vimo s que llamaban de un numero que no tenía grabado. A Paula, la bully por excelencia, no se le había escapado el detalle y en seguida había empezado a reírse a carcajadas. Seguramente la habían llamado de alguna compañía eléctrica o algo así, y ella había dicho que fuera su novio inventado. Yo defendí a Nati. Odiaba que la gente se metiera con otras personas, que los tratase como se trataba a los “frikis” en los 90’s. Pero en mi interior me preguntaba qué sería lo que llevase a aquella chica a inventase semejantes detalles sobre un novio inventado.


Duro 2 años en la empresa. Dos años en los que las burlas sobre Jose Luis iban en aumento, pero ella dejó de contestar a las insinuaciones, así como a venir al café de los viernes. Solamente tenía buena relación conmigo, con nadie más.
Hace unas semanas, Facebook me ha sugerido a Nati como amiga y he entrado a saludarla. Por su foto de perfil, nada había cambiado; ese pelo graso pegado a la cabeza, esa ropa infantilizada que le daba aspecto de niña pequeña, esa mirada perdida… Me dijo que le había ido muy bien, que había empezado a trabajar para Jose Luis, que ahora era el jefe de aquella empresa tan prestigiosa. En un principio sentí la misma pena que años atrás. Pero pensé que, mientras no hiciera daño a nadie, no tenía nada que opinar.

Más tarde, la curiosidad me llevó a stalkear sus perfiles en varias redes sociales. Vi que había tenido dos hijos. Luego vi que “está casada con: Jose Luis No Sé Qué”… Empecé a ponerme nerviosa por pensar cuanto me había equivocado. Entonces fui al inicio de su perfil y encontré aquella foto en un yate que tanta gracia nos había hecho. Ponía: “aquí la foto que te hice en nuestra primera excursión juntos…” y toda una declaración de amor después.

Cuando vi las fotos de su boda no pude evitar sentir el impulso de enviarles una foto a aquellas que tanto se reían de ella. Esas fotos en las que salía radiante de felicidad agarrada al brazo de aquel hombre atractivo, claramente podrido de dinero. No lo hice, primero porque no soy una enferma para andar compartiendo fotos privadas de otra persona y, después, porque en el fondo yo, aunque de una forma 100% respetuosa y discreta, yo había pensado lo mismo que ellas.