Que todavía hay mucho racismo, yo creo que es un hecho. Y que las parejas interraciales llaman mucho la atención, diría que también. No hay más que ver la tele. Hasta hace muy poco, los blancos se liaban con blancos, los negros con negros, los asiáticos con asiáticos, etc. Podías adivinar quién se iba a acabar con quién en función de la raza del actor que interpretaba cada papel. Incluso en ficción contemporánea, que manda narices.

Ahora eso ha cambiado. Un poco, al menos. Pero sigue costando asumir que las personas se enamoran de personas, y que las personas pueden tener la piel de mil colores diferentes. Mi marido y yo hemos suscitado miraditas y comentarios desde que empezamos con lo nuestro. Nada que me martirizara, tampoco. Aunque la cosa se complicó cuando tuvimos a nuestras hijas.

Nuestras hijas han nacido, como la mayoría de los niños, con una combinación bastante equilibrada entre los rasgos de su padre y los míos. Pero lo más evidente, lo que solo ven algunos, es el tono de su piel oscura, brillante y preciosa; muy diferente a la mía, blanca y llena de pecas.

Total, ven a las niñas conmigo y se hacen preguntas. Y no son pocos los que le echan el valor de venir a saciar su curiosidad. He constatado que una gran mayoría da por supuesto que son adoptadas. En todos los ambientes en los que nos conocen a las niñas y a mí, pero no a su padre, se quedan con esa impresión de que son adoptadas y ya. No ven que ambas tienen mi nariz o que la pequeña tiene también un calco de mi boca, por ejemplo. Cuando es a mí a quién no conocen, se sorprenden de lo débil que debe ser mi genética y lo oscuras que son ellas…

 

A mí me da exactamente igual lo que la gente piense en cuanto a cómo me he convertido en madre. Me molesta mucho más ver a mis hijas sufrir ataques racistas. Y eso que llevo años viéndolos contra mi pareja, aunque no es lo mismo, debo confesar. En mis hijas los llevo muchísimo peor. Odio eso incluso más que las explicaciones que tengo que dar muchas veces. Porque siento que me paso la vida informando a la gente sobre la procedencia de mis niñas. Puede que exagere, pero me fastidia muchísimo. Es verdad que los primeros años era mucho peor. En la actualidad nos quedan pocos entornos en los que no conozcan nuestras circunstancias.

Ser madre blanca con hijas negras
Foto de Pavel Danilyuk en Pexels

No obstante, no hay semana en la que no tenga que responder que sí, soy la madre de las niñas. Que sí, son mis hijas biológicas. Que no me costó conectar con ellas cuando nacieron. Y hasta que no, no me hubiera gustado que fueran más mulatas o más blancas. Que me las apaño bastante bien para peinarlas y que ellas nunca han tenido problema para identificarme como su mamá. De verdad, lo que hay que oír.

 

Lo de qué suerte que mi marido es negro (codazo-codazo-guiño-guiño. ¿En serio? Sí, en serio), lo dejamos para otro post. Porque también estoy aburrida de aclarar, entre otras cosas, que mi marido tiene muchísimas cualidades, pero no, no sabe bailar.

 

Marina

 

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