A mis casi 25 años aún no sé si nací para hacer algo grande en el mundo, pero para serlo desde luego que no. A mi cuerpo el día del famoso estirón se le debieron quedar las sábanas pegadas y así me quedé, bien chiquitita. Apenas 1,50 cm de estatura y con una constitución ni delgada ni  con curvas muy marcadas pero con manos, pies y pecho de niña de 15 años. Debo decir que para nada es algo que me haya acomplejado en la vida, ni mucho menos. A mí me encanta ser bajita y estoy orgullosa de haber nacido así. Dicen que la esencia viene en frascos pequeños… (Y el veneno también).

Pero desgraciadamente la ropa que podemos encontrar en las tiendas de a pie no está hecha para la gente muy pequeña. En general, para nadie “muy” que no sea el modelo trasnochado de las marcas comerciales. Claro que hay XS y S, y tallas 34 y 36 en las que entro sin ningún problema. Pero son unas tallas pensadas para gente de una constitución y altura que supongo será “la media”, y por ende la ropa me suele quedar como si me la hubieran tirado desde un tercero. Añoro los tiempos en los que era una niña y la ropa era toda de mi talla… Y lo sigue siendo en la misma sección. Pero yo quiero para mí todo eso que lleva el maniquí de H&M tan estilosamente. Maniquís que por cierto, si os fijáis bien por detrás  en su mayoría están repletos de pinzas y alfileres para que se ajusten a sus formas. Algo debe estar muy mal en el mundo cuando ni siquiera al maniquí le queda bien la ropa. ¿Entonces el resto de los mortales que debemos hacer?
Lo mismo muchas de las que me estáis leyendo pensáis que me quejo de vicio, y no os voy a quitar la razón: ¿Quién no lo hace? Pero con la mano en el corazón os digo que son más las veces (sino la mayoría) que cuando salgo de tiendas acabo con las manos vacías que las que acabo con un buen bolsón de prendas que me han robado el alma.

Desde siempre los bajos de los pantalones han sido mi archienemigo. Ya de por sí me dan mucha pereza los probadores en hora punta como para tener que estar haciendo papiroflexia en el cubículo. Y si al final decido llevármelo no me queda más remedio que quitar kilómetros de bajo. Igual me precipito, pero creo que es más normal encontrar chicas que lleven la 34-36 de 1,60 o 1,70 que sobrepasando el 1,80. ¡Qué necesidad de gastar tanta tela! ¡Y sobre todo en esa parte! Que luego en otros casos coges una talla más y hace bolsas por todas partes, pero con una menos tienes que ir como Anita Obregón aguantando la respiración. Sé que poca gente habrá a la que realmente un pantalón le siente como un guante, pero da mucha rabia que todos los que más me llaman la atención por un bajo determinado, un detalle o una cremallerita al tobillo los tenga que dejar tirados en el probador al lado de mi frustración. Y lo mismo con las faldas: las que deberían ser mini me quedan por debajo de la rodilla y con las largas le ahorro el trabajo a los barrenderos de la ciudad. Todo esto con las acrobacias pertinentes en el probador: que si de puntillas, que si con tacones “a ver qué tal se ve en conjunto” y aún así sobrando largo y pisándole el bajo a la falda… Algún día acabaré en culos delante de media tienda.

En cuestión de camisetas tengo la suerte de ser muy simple y elegir las básicas con cualquier dibujo o estampado, sin mayor detalle ni complicación. Además si no te ha salido por un ojo de la cara siempre les puede pegar un tajo con la tijera y hacer un DIY fácil y para toda la familia, incluso para manazas como yo.
Porque cuando me meto en camisas entalladas y en escotes más o menos amplios empiezan los despropósitos. Si cojo una talla muy pequeña de pecho bien pero de respirar mal, y si cojo una más grande por mucho relleno que utilice no las lleno. Incluso me ha llegado a ocurrir que el hueco vacío que debería quedarme en la parte delantera se pasaba a la espalda dando como resultado un efecto “Jorobado de Notre Dame” logradísimo. A veces son inexplicables las formas que puede hacer la ropa (Todas menos adaptarse a la tuya).

En los vestidos se juntan todos los problemas en una misma prenda y me da mucha rabia porque justamente es de lo que menos tengo y de lo que más querría. El talle es lo único que queda en su sitio, pero de ahí hacia arriba es todo tirantes kilométricos y efecto globo deshinchado en la parte del pecho. Sin olvidar tampoco el palmo del bajo. Pero aún hay una prenda peor: los monos, ya sean largos o cortos. Definitivamente están pensados para un busto y un largo de pierna que está muy lejos de ser el mío.
Y ya como colofón, los zapatos. Llevo una talla 34 y creo que diciendo esto poco puedo añadir. Creí ver la luz con todas las marcas y tiendas que poco a poco han ido comercializando la talla 35, pero aún con esas me sigue sobrando un número. Y esto, en cierto tipo de calzado abierto y con tacón, lo veo insalvable. En el resto con un buen calcetín y plantillas o medias plantillas se puede enmendar el problema, aunque no sea del todo “cómodo” al andar. Para presumir hay que sufrir, dicen.

La suerte es que poco a poco algunas marcas parece que han salido al mundo real y ya cuentan con tallas petite y tall, para las más pequeñas y las más grandes. Desde mi experiencia puedo decir que estas prendas sí se adaptan perfectamente a un cuerpo menudo. En cuanto a los zapatos, buscando por Internet he encontrado varias tiendas online que “en teoría” venden la talla 34, pero aún no me he arriesgado a pedir nada. Siempre quedará buscar bien en la sección infantil para encontrar un calzado no demasiado chillón y sobre todo, a mejor precio que el de los adultos.
Aunque las marcas comerciales no estén a mí favor y a pesar de los muchos disgustos momentáneos que me han dado en tardes de compras yo soy más fuerte que ellas y no voy a renunciar a vestir como me plazca porque me falten 10 centímetros de altura para estar en lo que, según su consideración, es normal o estándar. Porque eso es algo que solo nosotras podemos regir.

 

Autor: Sara Palomino Vidal