Hay días malos y luego están los muy malos. Cuando estás de ese humor tan peculiar que suele ser fruto de alguna mala experiencia en esto de conocer a alguien, te sientes culpable sin saber muy bien por qué.

Pero luego reflexionas y te das cuenta que no tienes culpa de nada, así a priori.

Al menos no tuve la culpa cuando fui a una cita con un chico bien majo. Al rato, él se tuvo que marchar y de camino a mi casa me di cuenta de que me había bloqueado del whatsapp en algún momento de los 30 segundos inmediatos a salir del local. No tuve la culpa cuando en otra cita, el chaval a las dos horas me dijo que se iba a dormir la siesta, sin más. O como aquel otro que llegó completamente resacoso, exudando alcohol y expresándose con monosílabos. Creo casi con absoluta certeza que no tengo la culpa de eso.

No tengo la culpa de aquel con el que pasé horas hablando por teléfono, escuchando su voz de madrugada y que cuando fuimos a quedar para ponernos cara, desapareció del mapa. Ni aquel que hizo planes maravillosos para vernos el sábado y simplemente no se presentó. Tampoco de aquel que mientras tomábamos un café su lenguaje corporal me rechazaba: miraba hacia la pared o a una mosca volar, bostezaba y no hablaba. Creo que tampoco soy culpable del que a los diez minutos de conocerme se arrojó a mi cuello para besarme y ante mi evidente rechazo, volvió a intentarlo cinco minutos más tarde. Ni aquel que vio que me robaban el bolso en sus narices y ni se levantó de la silla mientras yo salía tras el ladrón y recuperaba mi bolso usando la violencia.

A pesar de todo eso, me siento culpable.

A veces desearía dejar de ser yo, bajar el listón, desaparecer en el todo y fundirme con la masa para sentir que no lo estoy haciendo mal. Soy tan irremediablemente humana, tan condenadamente frágil. Aunque eso solo sucede a veces, el dolor se queda latente por semanas y solo quiero patalear y llorar y gritar y…rendirme.

Luego, un día, esas ganas de rendirme se convierten en palabras, en una conversación que comparto con mujeres como yo, de mi edad, mayores, jóvenes, altas, flacas, gordas, bajitas, feas y guapas y entonces, entre sus frases, escuchas tu tristeza como un eco metálico que recorre cientos de kilómetros con el mismo y desalentador mensaje. Te cuentan su camino, sus historias plagadas de personajes de los cuales ellas no tenían culpa. Y sobre nuestros corazones, allí abajo en lo más hondo se vuelve a abrir paso la pregunta…¿pero será culpa nuestra?. ¿De verdad no le gusto ni a uno lo suficiente como para que me trate como una persona?.

La frase más escuchada es: «ES QUE NO LO ENTIENDO».

Yo si entiendo que no le podemos gustar a todos y que tienen todo el derecho a pronunciarse como mejor les parezca, aunque es cierto que todo sería mejor si pensaran las cosas y entendieran que eres una persona con sentimientos a la que pueden tratar con cierto respeto. Sea como sea, tenemos cierta culpa en sentir esa atracción imposible por casos perdidos, ignorando el instinto, porque en ese momento nos sale más a cuenta.

Después de esas citas y de esas frustraciones continuas, alguno se cuela por una rendija de tu vida y no te das cuenta de que algo no va bien. No sabes qué pasa pero pareces más una pitonisa en tratamiento por los nervios que una chica que sale con alguien aparentemente «normal». Sigues con la cantinela de no entender nada y estás muy incómoda porque parece que has perdido el control de tu vida y de tus emociones.

Hace algún tiempo tuve la suerte de toparme con un artículo, donde la autora entonaba un «mea culpa» acerca de su debilidad por cierto tipo de hombres que la hacían sentir que algo fallaba en ella misma. Utilizó el concepto «emocionalmente no disponible». Cuando entendí ese concepto todo cobró sentido y oí música celestial. No he parado de leer sobre ello para entender ciertos aspectos que parecían huir de mi comprensión. Estos puntos que hoy comparto los he tomado prestados del libro «The Ecstasy of Surrender» de Judith Orloff y la verdad es que son realmente útiles para reconocerles y no vernos envueltas en relaciones tortuosas y estériles. Toma buena nota porque son oro escrito.

1. Están casados o tienen una relación con otra persona.

2. No pueden comprometerse con nosotras o sabes de buena tinta que no lo han podido hacer en relaciones pasadas.

3. Tienen un pie en el acelerador y otro en el del freno. Es como una montaña rusa de emociones.

4. Son emocionalmente distantes, cerrados y no pueden enfrentar los conflictos.

5. Están especialmente interesados en tener sexo, nada de conexiones emocionales más allá.

6. Muchos son alcohólicos, adictos al sexo o abusan de las drogas.

7. Prefieren relaciones a distancia, correos electrónicos, mensajes de texto y nunca te presentan a su familia o amigos.

8.  Son escurridizos, astutos, siempre trabajando o muy cansados. Pueden desaparecer por períodos sin explicación ninguna.

9. Son altamente seductores con nosotras, pero sus promesas están vacías. Te das cuenta cuando entre sus palabras y sus actos hay un abismo de distancia.

10. Envían constantemente mensajes contradictorios, coquetean con los demás, o no dan una respuesta clara, te pasas el tiempo tratando de traducir el significado real de lo que dijo o quiso decir.

11. Son narcisistas, solo se tienen presentes a ellos mismos y olvidan tus necesidades.

12. Te dan migajas emocionales y te dejan entrever su potencial para persuadirte, para luego salir por piernas.

Obviamente no deben cumplirse todos, pero aunque al menos se den 4-5 ya estás delante de una persona que te va a poner las cosas muuuuy difíciles.