Qué flipe lo que se siente cuando te empieza a gustar alguien ¿verdad? Esa cara de bobo que se te queda la primera vez que le ves, intentando no mirarle con tanto descaro aún sabiendo que es inevitable. Y la cara aún más de bobo que se te pone cuando te pilla. Pero es que es tan mono que no puedes evitarlo. De repente ya no te pilotas a ti mismo, es como si un ejército de duendes de la felicidad estuviera mandando las órdenes a tu cerebro. No sabes lo que está ocurriendo a tu alrededor, solamente sabes que él está ahí y que te mueres de ganas de que se fije en ti.

Y entonces va, te mira y te sonríe. Y tú no sabes si echar a correr o sonreírle también, pero los duendes lo hacen por ti.

Después de dos o tres sonrisas él se acerca y empezáis a hablar. Es tan guapo, y tan simpático, y tiene unos ojos tan bonitos. Te encanta. Y lo que es mejor aún: por lo visto tú también le encantas a él. Habláis de todo y de nada, con vuestras caras un palmo más cerca de lo que sería lo correcto, y tú no puedes evitar pensar en cómo serán sus besos, sus abrazos, su cara al despertarse por la mañana, si volverás a verle algún día. Y ante este último pensamiento vas y, casi sin pensarlo, le pides su número de teléfono. Y él, casi sin pensarlo también, va y te lo da.

Vuelves a tu casa con una sonrisa de oreja a oreja, es más, si no tuvieras orejas te daría la vuelta a la cabeza. No puedes dejar de pensar en él, así que le mandas un mensaje en plan “Hola ¿qué tal estás?, soy yo, así tienes mi número”, y él te lo contesta en plan “Genial, te guardo en la agenda, un beso”. Y así se queda el tema.

Pasan los días y a ti se te sube el corazón a la boca cada vez que te llega un mensaje, porque deseas y esperas que sea él, pero nunca lo es. Empiezas a pensar que todo fue un flirteo de un rato y que eres un número más en su agenda, y piensas en escribirle pero no sabes muy bien qué ponerle. Escribes y borras el mensaje una y mil veces, porque no estás seguro de que lo que estás escribiendo sea lo acertado.

Uno lo borras porque es demasiado soso ¿Y si se piensa que solamente quieres saber cómo está cuando en realidad te mueres de ganas de verle? Otro lo borras porque es demasiado atrevido ¿Y si le asusta? Cambias las comas de sitio hasta dejarlas donde estaban al principio; cambias los adjetivos y los verbos pasando por todas las intensidades posibles. Y así pasan las horas y los mensajes no enviados, pero tus ganas de quedar con él no se pasan.

Hasta que te das cuenta de que da igual lo que le escribas. Si él no quiere verte y tiene el “no” ya en la boca, pongas lo que pongas te va a decir ese “no”, puede que con una excusa elegante. Pero si él tiene las mismas ganas de verte que tú a él, si también mira el móvil cada vez que le llega un mensaje deseando que seas tú, su “sí” ya está ahí. Con un simple “hola” ya le tienes, el texto va a ser solamente la excusa para poner hora y lugar.

Así que escríbele, joder, que la respuesta, sea cual sea, ya estaba ahí antes de que tú le mandaras el mensaje. El que tiene vergüenza ni come ni almuerza, y a veces nos pasamos de largo por medir tanto las distancias. Y las ganas, amigos, son siempre ganas, las escribas como las escribas.