Me acojono cada vez que sales por la puerta porque me pregunto una y otra vez si volverás, o si será la última vez que te vea. Hacía tiempo que me preguntaba qué sería de mí si me enamoraba, pero creo que no encontraré la respuesta.

Es jodido cuando te ves haciendo todo aquello que dijiste que no volverías a hacer, pero qué le hago si me gusta perderme en la constelación que tienes en la espalda, o en tu sonrisa enigmática. Qué le hago, si cuando me abrazas siento que estás uniendo partes de mí que se estaban desmoronando. Qué le hago si tus ojos son la única droga que calma mi síndrome de abstinencia. Qué le hago, si debajo de esa cabeza llena de rizos he encontrado el alimento de mi alma. Dime, qué hago, si desde que entraste en mi vida me he pintado a mí misma con pinceladas diferentes, con más color, profundidad y contraste.

Y sinceramente, me da igual lo que pase, si vuelves o no, si tu nombre vuelve a retumbar en mis tímpanos o acaba diluyéndose entre el sonido de las olas del mar. Me da igual. Porque yo sé que pase lo que pase di lo mejor de mí, sí que lo hice. Me da igual porque sé que traté de hacerte feliz, de sorprenderte, de ilusionarte, pero hay cosas que no estaban en mi mano. Aun no tengo el poder de controlarlo todo. Y tampoco estaba en la tuya, había demasiadas cicatrices emocionales que nos arañaban el alma, heridas que a veces escocían aunque en muchas otras, apenas nos acordábamos que estaban.

Pero, ¿sabes qué? Que lo bonito de encontrar una persona así es que, pase lo que pase, pudiste tocar una estrella fugaz.

María Lopez