Esta historia es más vieja que los caminantes blancos de Juego de Tronos, pero fue tan surrealista que merece ser contada.

Corría el año 2014 y yo, que estaba empezando la universidad, decidí hacer una visitilla express a mi mejor amiga, que estudiaba en Madrid. Hicimos un poquito de turismo y por la noche quedamos con la gente de su clase para hacer botellón indoors (es decir, cuando eres paupérrimo y no te puedes permitir salir de fiesta por Madrid así que te pillas un pedo en casa de alguien).

Llegamos a la casa del anfitrión con unas cuantas litronas y empezaron las presentaciones de rigor. Bendito fue un gallego entre todos los maromos de la fiesta y bendito fue el cuerpazo que sus padres le dieron, porque nada más verle yo hiperventilé. Mi amiga lo notó así que se pasó media hora intentando arrejuntarnos como buena Celestina.

Como diría Espronceda, todo iba viento en popa, a toda vela. Debo decir que el chico era un poquito serio, pero yo supuse que sería por timidez o simplemente que su carácter era así. Sea como sea, nos pasamos hablando horas y horas hasta que el anfitrión decidió poner punto final a la fiesta y nos echó a todos amablemente.

Yo estaba más perdida que Sergio Ramos jugando al ajedrez. No sabía si el chaval quería tema o si todo eran imaginaciones mías y simplemente había sido un chico amable conmigo, pero cuando iba a despedirme para poner rumbo a casa con mi amiga, el gallego despejó mis dudas invitándome a su piso.

Cruzamos la esquina de la calle y nos empezamos a enrollar a lo bestia. Qué maravilla, señoras y señores. Galicia calidade. Lo bueno se hace esperar.

Yo ya me estaba imaginando el polvazo de mi vida. Pensaba que me iba a descorchar como un buen vino, así que nada más entrar por la puerta de su habitación me quité la ropa y la vergüenza y me tumbé en la cama. Él se desnudó, me siguió y empezamos a darle al tema. Que si te como, que si me comes, que si gírate, que si yo encima.

Todo iba fenomenal hasta que de repente, estando yo a cuatro patas, noto que se le baja. Me giré para ver si todo estaba bien y cual fue mi sorpresa al verle llorando.

Yo – Ayyyy, bonico, no te preocupes. De verdad que no pasa nada. Hemos bebido mucho y son cosas que pasan. No le des vueltas.

Él – No, si no es eso… Es que… He visto a mi abuelo muerto.

BUENO, BUENO, BUENO, TRONCAS. Qué puto mal rollo. Os juro que me entró un escalofrío desde el culo hasta la nuca que no puedo ni explicar. Yo no sabía si el muchacho me estaba vacilando, si había una cámara oculta por ahí escondida o si el chaval era la versión gallega de Melinda Gordon, pero yo me tapé con la mantica por si las moscas, que a mi el rollo voyeur no me va.

Yo – ¿Pero dónde le has visto? ¿Aquí?

Él – Prefiero no hablar del tema.

“¿Cómo se reacciona a eso?”, os preguntaréis. Pues aguanté mis ganas de cagarme encima del miedo, le abracé y le dije algo tipo “ea, ea, no te preocupes y vamos a dormir” mientras le acariciaba la espalda hasta que se durmió.

Fue la peor puta noche de mi vida. Veía la sombra de un señor hasta en el perchero del muchacho, y lo peor de todo es que me entraron las ganas de mear, pero me daba tal mal rollo ir a buscar el baño a oscuras por esa casa que aguanté el pis como no lo he aguantado en mi vida.

A la mañana siguiente ninguno dijo nada del tema. Yo me despedí amablemente y me fui cagando hostias de esa casa. Le conté el percal a mi amiga que flipó en colores y se descojonó de mí lo más grande, pero no supo darme una explicación lógica a lo que había pasado. Supongo que es un misterio digno de Cuarto Milenio.

Autora: no soy Carmen Porter

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