Vale, alucinando con la vida.

Llegué de Barcelona a Madrid en verano, llevo aquí ya casi un año. El caso es que cuando llegué me encontré con la vida hecha, fui a dar con unos compañeros de piso majísimos que ya tenían su grupo de amigos hecho, me acogieron como si fuera una más y desde entonces son la piedra angular de mi vida aquí.

Entre ellos había uno que me llamó la atención especialmente: andaluz, de Sevilla, vestía con camisas de la cartuja, pitillos de colores y el pelo engominado, ya os lo estáis imaginando. Yo soy del tipo de señores desastre, básicos, los de sudadera y Vans y el pelo a lo loco. Os imaginaréis entonces que no me llamó la atención por su aspecto físico.

Me llamó la atención porque el maldito desgraciado es un salao que alucinas, el palique que ofrece es de coña, no se calla ni de bajo del agua, te tira la caña con tanto descaro que a veces hasta te enfada, pero en el fondo te encanta que te diga eso de ‘madre mía morena, esta noche estás de pan y moja’ porque una es bien de subnormal.

Ah, aún no os he dicho lo peor: baila. Sí, sí, como lo habéis leído, el maldito bastardo baila bachata y claro, se la lleva a una a garitos de baile latino en los que te hace moverte como si tú supieras bailar algo, estáis pegaditos toda la noche, te susurra al oído alguna dejadez andaluza y claro, se te olvida hasta la vida.

Pues eso, entre andaluzadas, bachatas y tiradas de caña, pues una que es un pez bien tonto, pica. Piqué, pero no mucho. Supongo que fue la subida de bilirrubina ante un cambio de vida tan drástico, ciudad nueva, gente nueva, garitos nuevos… Yo qué sé, el caso es que siendo yo de las de no dejarse llevar, me dejé llevar por un señor digno de invitarme a pasearme en calesa por Triana.  Las vuelta que da la vida.

Pero bueno, como era de esperar aquello tenía los días contados, éramos demasiado incompatibles en la vida. Yo soy una mujer organizada, con sus horarios, sus métodos y su estilo de vida. Él era un pasota, desapegado, adulador a ratos y capaz de hacerte sentir que no existes al siguiente segundo.

El caso es que después de unos cuantos polvos, decidimos dejarlo y ser amigos. Tenemos mazo buen rollo, cuando bebemos un poco de más el acostumbra a probar suerte por si le toca la primitiva y se acuesta conmigo, pero nada de nada, desde que decimos que no, yo me he mantenido firme. Tanto que hasta a veces se me olvida que una vez en diciembre follamos.

El caso es que la semana pasada vinieron unas amigas de Barcelona a pasar el fin de semana y el señorito como no puede tener la pinga en calma pues se dedicó a intentar ligarse a una de ellas, que a mí me la sudaba, bien lo sabe Walt Disney, pero el chico me hacía gracia porque yo ya sabía cómo era mi amiga y no, no iba a caer en sus redes.

Y efectivamente, como una es bien de sabia pasó lo que me esperaba, echaron cuatro bailes y él se quedó con las ganas. Volvimos todos a mi casa porque vivo al lado de la discoteca a la que vamos siempre, eran las cinco de la mañana y el metro no abría hasta dentro de una hora, así que les dije a todos ‘oye, si alguien quiere dormir conmigo en mi cama no me importa’.

Me voy al baño, me quito el sujetador, me pongo el pijama más feo y más cómodo del mundo entero, me limpio el maquillaje, me hago mi buen moño choni, mi colacao y mis tostarrica. El caso que cuando termino la gente estaba desperdigada, había gente durmiendo por el salón, otra estaba en el baño, otros en sus habitaciones y yo, con mis buenas pintacas que ya introducían el tipo de resaca que tendría al día siguiente me decido a entrar a mi habitación.

Chochos, casi me ahogo. Real, me regurgitaron la ginebra y el colacao juntos. Estaba el señorito, en calzoncillos, EMPALMADÍSIMO, en mi cama, con postura de ‘Jack, píntame como a una de tus mujeres francesas’.

El caso es que yo me quedé pasmada ante tal espectáculo. O sea, por favor, eran casi las seis de la mañana y lo único que yo quería hacer con mi vida era dormir y morir, me daba igual el orden. Me quedo mirándole el paquete reflexionando sobre ‘cómo es posible que le apetezca follar a estas horas y más conmigo, que ni me ha mirado en toda la noche’. Y coge el tío y me suelta ‘eh, que se puede tocar’ mientras me mira con cara de sexo y se toca la polla.

Mira, ahí sí que me tuve que reír. Me dio tal ataque de risa que vinieron varios a ver qué pasaba y se lo encontraron como yo me lo encontré y claro, os imagináis el descojone general. No penséis que fue rollo riéndonos de él, que él fue el primero en descojonarse, de hecho, cuando se nos pasó el ataque va y suelta ‘a ver, por intentarlo no perdía nada’. Claro que no, campeón.

Al final le dije: ‘anda, échate pa allá’ y dormimos los dos juntos tan tranquilos hasta las tres de la tarde.

 

Anónimo

 

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