Cuando empecé la universidad me tocó, como a mucha gente del pueblo, irme a vivir a la ciudad. Digo tocó, que suena como algo malo, pero ¿quién no quiere irse a vivir a su pisito de estudiante, lejos de los padres y cerca de las fiestas? Pues yo no. Porque me tocó irme al piso de mi prima, que aunque nos llevamos cinco años escasos, es más general que mi señora madre. Y mi madre habría tomado Normandía en solitario y desembarcando sólo con una cesta de chancletas.

No, que siempre que llego esta parte de la historia alguno se piensa que me follé a mi prima. Que no, no seas marrano.

Al principio la cosa estaba más tensa que cagar sin pestillo. Yo quería desparrarme, beber 24/7, follar hasta el desmayo y no pisar una clase. Pero la Teniente Coronel Padilla me tenía más controlado que el Facebook, así que de casa a clase y vuelta, que había que fregar, cocinar… Cenicienta era una cerda comparada conmigo. Y los findes para el pueblo, porque ella también volvía a casa como El Almendro, y pensar en pedirle quedarme yo solo en su piso me daba más miedo que diez llamadas perdidas de mi madre.

Hasta que fueron las fiestas de mi facultad, que bendita la gloria, porque se me dio permiso de patente de corso, que viene a ser un “tú sal, bebe y ponte como las grecas, pero en mi casa te comportas”.

No puedo contar mucho de la noche, porque no me acuerdo, así que lo pasaría muy bien. Hasta ligué, pero no sé en qué momento se me ocurrió llevarme la compañía a casa de mi prima. Temerario que soy y un poco subnormal. Al entrar en la casa se me bajó todo el alcohol de golpe, la adrenalina del momento me puso a cien y el morbo de follar con el Sargento de Hierro durmiendo en la habitación de al lado podía con el miedo. Así que con cuidado nos metimos en mi cuarto y seguimos con el magreo, quitándonos la ropa y tirándonos en la cama.

No doy detalles, que soy un caballero y tampoco me acuerdo mucho, pero el chico gemía como la sirena de un barco, solo faltaba el ruido de gaviotas para despertar a todo el barrio. Yo veía que mi prima se despertaba y estaba más nervioso que Marco en Sorpresa Sorpresa, así que sutilmente le puse la mano en la boca a ver si amortiguaba el ruido o algo. La cosa es que al chaval le moló el rollo bondage casero porque empezó a lamer. Me preguntó si podía morderme la mano y me pareció lo mejor para que bajara el volumen, así que sí, muchacho, tú muerde. Y mordió… Vaya que si mordió.

Y esta es la historia de como acabé en urgencias con tres puntos en el pulgar, las sábanas ensangrentadas, mi prima con el pijama debajo del abrigo mirándome como si fuera un alíen, y yo teniendo la mejor salida del armario de la historia.

Anónimo