Como buena chica andaluza, me encanta el Corpus, los rebujitos, el solecito y el buen sexo – que esto no tiene que ver con ser andaluza pero también me gusta-. El problema es que no sabía hasta qué punto su combinación podía llevarme a aquella situación tan incómoda, embarazosa y dolorosa.
Corría finales de mayo del año pasado, y me disponía a pasar un buen día de Corpus: amigos, rebujitos, «flamenqueo» y risas. Hasta ahí todo normal, exceptuando que el sol quema mucho, mi tez es blanca como la leche, y solo tengo dos tonalidades: blanca y rojo gamba. Bien, después de pasar todo el día en el Corpus, roja como un tomate, y dolorida, decido llamar al que por entonces era mi novio, para que me diese una alegría más (con el cebollazo propio de unos rebujitos de más).
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Él, que era chico de, vamos a llamarlo «familia adinerada», me invitó a «experimentar» cómo sería follar en una sauna comunitaria – sí, comunitaria, ya os he dicho que el chico manejaba – asegurando que sería toda una fantasía erótica. Yo claro, no podía perderme el morbo de hacerlo en un lugar público y de que, para que engañaros, mi chico me follase todo sudado. Pues ahí estamos, metidos en esa sauna – si es que se le podía llamar sauna a ese zulo de dos metros cuadrados – a unos cuantos de grados por encima de lo normal – sensación térmica de 100ºC- y gozando de torpe, pero buen sexo.
Yo ya no se si sería por la excitación del momento o, que no se os olvide, por lo quemada que estaba, que me empezaron a entrar unas calores, que yo me quería morir. De verdad, yo pensaba que en cualquier momento iba a entrar en llamas cuan ave fénix. A esto que le digo a mi chico que paremos, porque a lo mejor me daba un síncope allí mismo, cuando de repente se asoma un señor de alrededor de 50 años, medio desnudo, dispuesto a disfrutar de una sesión de sauna nocturna – por dios señor, que eran las putas 11 de la noche, no eran horas eh-.
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Yo en ese momento me quería morir y, entre el calor de la sauna, el quemado y la vergüenza más grande de mi vida, yo salí de allí corriendo y … ¡Me desmayé!. Pero, si esto no podía ir a peor, me levanto, y tengo la cara del que por entonces era mi suegro (médico de familia) encima mía, con hielo en la frente   -gracias a Dios vestida- regañando a mi novio por haberme dejado entrar en la sauna con las quemaduras que tenía, y al señor de 50 años a mi lado de pie echándonos la bronca.
Al final quedó todo en un susto -si a eso se le puede llamar susto o putada- y en una anécdota que tendrá la familia de mi ex para contarla entre el postre y el champán de las cenas de Navidad. Y sin olvidar de la mitad de mi cuerpo quemado y con una marca que me duró todo el verano.
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Andaluza97