¿Sabéis eso que dicen de que la primavera la sangre altera? Pues es mentira, lo que de verdad altera la sangre son los exámenes finales, y así estaba yo el primer año de carrera… Desquiciadita perdida que solo me faltaba morderme los muñones porque uñas no me quedaban.

Mi rutina de estudio era la siguiente: a las 8 de la mañana me despertaba, desayunaba y me ponía a estudiar. A las 2 de la tarde me hacía la comida, comía y volvía a estudiar. ¿Ningún misterio, no? Pues resulta que todos los días a las 7 de la tarde aproximadamente, me entraban unas gansa terribles de masturbarme, así que le daba caña a la maraca y ya dejaba de estudiar porque la concentración se me iba por el chochet.

Como esta rutina era inviable para aprobar, empecé a ir a la biblioteca, ya que allí me concentraba más y controlaba mi cachondismo. El problema es que tras 3 semanas dándole duro al estudio, yo tenía un calentón acumulado que echaba humo. Parecía un caracol, dejaba rastro allá por donde iba, así que dos días antes de mi examen final no pude controlarme más. Tres mesas más allá estaba Luis, un tío de mi clase con el que tuve un rollete durante las fiestas de novatadas.

“Venga, esta es la mía. Fuera vergüenza”, pensé.

Me levanté toda digna y me acerqué.

– Oye Luis, ¿sabes si entra el apartado de las alteraciones cromosómicas en el examen?

– Ya me has acojonao, ¿por qué no iba a entrar?

– Ay, no sé… Es que se me da un poco mal. ¿Te importaría explicármelo?

Y con todo mi santo papo me senté en la mesa y me empezó a explicar un tema que yo ya había estudiado. Total, que la gente se mosqueó y empezaron a chistarnos para que nos callásemos la boca (con razón), así que ni corta ni perezosa le dije a Luis: “mira, si quieres explícamelo en el baño que allí no molestamos a nadie”.

Se rio y yo me levanté dirección al baño de tías, girándome sutilmente para ver si él me estaba mirando con cara de cachondismo o con cara de “esta chica está tonta”. Pues mi plan surtió efecto, porque 3 minutos después Luis estaba en el baño diciendo “oye… ¿En qué puerta estás?”.

Empezamos a enrollarnos y yo perdí la percepción del tiempo, del espacio y del sonido. Me debí creer que estaba en mi casa o que era la protagonista de una peli porno, porque empecé a gemir como si me estuviesen torturando a base de cosquillas.

Ninguno de los dos nos dimos cuenta de que estábamos en el baño de una biblioteca vieja, es decir, de las que no tienen pasta para insonorizar las paredes, así que nos vinimos arriba hasta que…

Toc, toc, toc.

– Chicos, que soy el de seguridad. A ver, vamos a hacer esto por las buenas. Id saliendo, me dejáis vuestro carné de estudiantes y os vais para casa.

Imaginaos nuestra cara, blancos como la lefa. Se ve que el señor de seguridad se vino arriba y nos pidió el carné pa’ asustar y nosotros, que éramos unos pánfilos de primer año, nos acojonamos lo más grande. Evidentemente nos marchamos mientras toda la gente de la biblioteca nos miraba y se reía, y lo peor de todo es que durante los otros tres años de carrera, cada vez que íbamos a la biblioteca, el de seguridad nos saludaba haciendo una bromita. ¡Menos mal que mañana me gradúo y le pierdo de vista!