Tenía 18 años cuando le conocí y casi 0 experiencia en chicos. Ser la única gorda de un pueblo pequeño sólo había acarreado insultos y 0 amor, ¿quién se iba a enamorar de la gorda? Por eso, al empezar la universidad e irme a Barcelona, un nuevo mundo se abría delante de mí. Me moría por echar un polvo, llevaba años que sólo pensaba en eso. Cuando lo conocí a él en una de las clases de mi universidad pensé que, por fin, había llegado mi hora.

Era el típico chico del montón, bajito, no destacaba mucho, pero la gorda tampoco podía aspirar a más (mis amigas siempre me decían que me enamoraba de los feos, ahora me doy cuenta que mi cabeza sólo se fijaba en aquellos chicos con los que creía tener una oportunidad). El caso es que me lo ligué y pasamos a ser pareja oficial. Él, por raro que me pareciera en ese entonces, tenía nula experiencia con las chicas, siendo 8 años mayor que yo esperaba que él fuese quien me guiase en el camino del amor. La única experiencia que tenía servidora venía de las películas edulcoradas del cine y de Disney y ahí nunca aparece qué pasa después del primer beso.

En mis primeros meses de universidad estaba cumpliendo mis expectativas, todo me iba bien, era genial: había conocido a alguien que me correspondía, por fin ya no estaba sola, ahora sólo faltaba: casa, boda y niños. ¿Qué podía salir mal? Tantas y tantas cosas que no sabría por dónde empezar. Hay historias que tendrían que comenzar y terminar en el primer polvo y esta es una de ellas. Si lo hubiésemos dejado en solo sexo yo nunca habría perdido la buena relación que tenía con mi madre ni con mi mejor amiga, no habría engordado 40kg por culpa de la ansiedad, no habría comenzado a vomitar cada vez que algo se me va de las manos, no me habría sentido como una mierda durante años, no habría sentido que no valía nada y que tenía que aguantar, porque siendo como era nadie más me iba a querer, no habría dejado de sonreír, no habría tenido que hacer de madre de mi pareja y no habría llorado nunca en mis cumpleaños por sentir que estaba malgastando mi vida. Pero la peor de todas: no habría estado conformándome en una persona que no valía la pena.

La frase del título viene porque los 3 últimos años de relación (teniendo en cuenta que salimos durante 5 y medio es bastante tiempo) él estaba enamorado de una muy buena amiga nuestra. Mentiría si dijese que no me di cuenta, claro que lo hice y demasiado bien: cada fin de semana teníamos que hacer planes que la incluyesen a ella, porque si no era así, se pasaba el día apático. Se pasaba horas hablando con ella, mientras yo me iba a dormir sola. Sólo se hablaba de ella, de dónde podíamos ir que le hiciese ilusión aunque eso implicase hacer algo que a mí no me interesaba. En resumen, sabía perfectamente quién sobraba en la ecuación, aunque siempre me decía que mientras me quisiese más a mí, me bastaba. Se lo dije mil veces, que si estaba más enamorado de ella que por qué seguíamos, pero siempre me decía que no, que él estaba muy bien conmigo, que me quería, pero ya veis, las palabras se las lleva el viento y lo que le pasaba realmente es que le daba miedo perder a la chacha y tener que vivir solo.

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Sé que nadie puede controlar lo que le dicta el corazón, porque yo misma me enamoré de otra persona y esta vez de verdad y fue él el que me ayuda, día a día y con mucha paciencia, a descubrir de verdad el amor y, también, fue quien me dio fuerzas para terminar con esta mentira. No puedo odiar a mi ex por haberse enamorado de otra, sólo puedo sentir pena por no haber tenido los huevos de haber roto la relación cuando tendría que haberlo hecho y no esperar que fuese yo la que diese el paso.

La moraleja de la historia es que, al final, llegué a entender la diferencia entre un calentón que duró demasiado al amor de verdad, lástima tener que haber pasado por todo este proceso, pero soy una persona extremadamente positiva y creo que de todo se puede aprender. Por eso, me prometí a mí misma que nunca más volvería a conformarme, que me merezco todo aquello que me proponga, sea gorda, delgada o Miss mundo, y que nada ni nadie tenía derecho a decir cómo tenía que vivir mi vida ni cómo tenía que ser.

Jud