Ahora que el verano llega a su fin me pongo un poco nostálgica. Nostálgica de algo que nunca viví, de alguien que nunca conocí. Siento nostalgia de un amor de verano, de esos con fecha de caducidad y un adiós asegurado.

Para mí esas historias son solo eso, historias que me cuentan, que leo en las revistas o que veo en las películas. Nada más. Nunca he tenido uno de esos amores fugaces dignos de novela romántica, amores de los que todo el mundo habla al final de las vacaciones. No he tenido un encuentro casual con una persona que acabara en idilio estival. No, nada de eso. Simplemente me he quedado en alguna que otra mirada tímida con un desconocido que no volvería a ver.

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Echo la vista atrás y me pregunto qué ha pasado para no vivir ningún romance estival. A lo único que he aspirado todos estos años es a vivir un amor imaginario, creado y desarrollado por mi portentosa imaginación, porque jamás he tenido el valor de dar el paso. Siempre me he conformado con la ficción del le veo desde mi toalla mientras él está a su rollo, hasta que un día se fija en mí, en la chica normal, y surge la chispa, porque en realidad siempre he creído que esas cosas no me pasarían a mí.

dirty dancing nobody puts baby in the corner
¿Alguna vez os ha pasado esto?

Si reivindico mi oportunidad de vivir un amor de verano es por una sencilla razón: tiene un algo especial que lo hace diferente. Las vacaciones de verano son el momento ideal para el amor fugaz, ese que no se te ocurriría tener en invierno –tal vez con el frío, al tener que quitarnos tantas capas de ropa para echar un polvo, nos haga reflexionar más acerca de quien llevarnos a la cama-, sin juicios ni críticas, más pasional o más romántico o más natural…lo que sea, siempre es más.

En un amor de verano no hay cabida para arrepentimientos ni juicios, al final se convertirá en un bonito recuerdo.

A estas alturas os habréis dado cuenta de lo idealizadas que tengo este tipo de historias, es lo que tiene no vivir ciertas experiencias, terminas juntando toda la información que viene de fuera y luego tú te montas la película. Como ya he dicho, muchas de las cosas que sé provienen de las revistas, de las películas tipo Dirty Dancing o de las historias que oía a mis compañeras sobre los campamentos de verano. Y precisamente porque mi información viene de fuentes dudosas, he preferido conformarme con el rol de espectadora de mis propias ilusiones y de la ficción que puedo disfrutar desde casa, porque nada me ha parecido nunca ser lo suficiente real como para ser cierto, por mucho que lo deseara.

Y así a lo tonto he descubierto la causa de la inexistencia de un amor de verano en mi vida. Sí, ya sé que todo lo anterior es más propio de una niña de 15 años que de una mujer, pero yo no tuve nada de eso y tengo la espinita clavada.

Ya treinteañera, sigo leyendo por ahí que lo que se lleva es irse de vacaciones y salir con algún yogurín o vivir una auténtica historia de pasión con ese camarero que te pone doble ración de patatas. Pero yo no me siento identificada con esas historias, a mí no me va eso.

Yo lo que quiero es una historia que, al terminar, me quede la duda de si podría haber ido a más. Una historia digna de ser recordada con una sonrisa. Una historia de amor que por fin le dé sentido a la canción  El final del verano del Dúo Dinámico.

Aunque ahora realmente poco importa, porque el verano ya llega a su fin, y de nuevo me quedo sin historia de amor digna de recordar. Otro año más me ha tocado ser espectadora de historias ajenas, guionista de mis propias fantasías, esperando a que el año que viene cambie mi suerte.

Portada: Vanity Fair.