Hoy sales de fiesta. Te preparas frente al espejo mientras el aleatorio del móvil pone la banda sonora. Hasta ahí, todo normal. De repente, suena “Salir” de Extremoduro y joder, qué guarrada. Te acuerdas del día que te canté y no entendiste nada. Sonríes mientras te abrochas la camisa y un golpe de realidad te transporta al presente. No. Hoy no. Hoy decides que por una vez no te voy a estropear la noche. Te pones guapo y te rocías la colonia que me gusta. Sabes que me encanta hundir mi cara en tu cuello cuando me abrazas.

giphy (3)

Basta. Rectifica. A todas les gusta hacer eso.

Sales de casa y te das cuenta de que has conseguido ignorarme durante todo un día. ¿Estará pasando? ¿Me estarás olvidando por fin? Te sientes orgulloso de ti mismo y te ríes pensando en cómo lo vas a celebrar esa noche. Te pones los cascos, echas a andar…y suena. Superman. Falsa alarma, esa noche no habrá celebración. Habrá premio de consolación. Cambias la canción pensando que la sensación también se irá. No lo hace, pero se te da bien aparentar entereza y, al llegar, saludas a tu gente como si no te estuvieras pudriendo por dentro. “Hoy va a ser nuestra gran noche, chavales”. Piensas que el número de veces que lo repitas y la credibilidad que tiene son directamente proporcionales. No es así.

Empiezas a beber, intentando saciar una sed interminable. Sed de mí. Tus amigos no se dan cuenta y celebran que estás animado invitándote a la siguiente. Esta noche acabarás desmayándote y lo sabes. Pasan las horas y acabas proponiendo ir a bailar. Nunca te ha gustado hacerlo y ellos lo saben, pero te siguen el juego creyendo que es fruto de tu “divertido” estado etílico. Lo que no saben es que vas a buscarme.

giphy (4)

Entras en el bar de siempre y tus ojos recorren el pajar esperando encontrar mi aguja. No está. Nunca está. Te diriges pesadamente a la barra y te pides un whisky solo. De repente, te das cuenta de que una rubia despampanante te mira al otro lado del bar. Su figura, sus ojos de gata, su actitud decidida y seductora…no se parece en nada a mí. Te ríes y piensas en el sabor de la venganza. “Si no quieres irte de aquí, voy a echarte, te lo juro”, me dices. Pero no estoy ahí.

Te colocas bien la camisa y empieza el juego. Vas poco a poco ganando territorio, aprovechando la picardía atribuida al alcohol que ahoga tu sangre y tu mundialmente conocida labia. Sabes que estás consiguiendo tu propósito cuando te la encuentras cerca. Muy cerca. La miras a los ojos y no me ves. Sonríes pensando que por fin me he ido y la sacas a bailar. Bailáis todo lo que nunca quisiste bailar conmigo. Durante un segundo, dudas. Reconoces una risa parecida a la mía y el corazón se te sube queriendo salir de tu cuerpo para aterrizar en mis manos. Pero solo ha sido un espejismo.

Te cansas de jugar y decides pasar a la acción. Ella cierra los ojos y tú la besas. Juras que sabe a mí y ese beso, que había empezado siendo una simple toma de contacto para ver su reacción, se convierte en la pasión personificada. La desesperación misma. La agarras por la espalda buscando retenerla el máximo tiempo posible, aunque eso signifique no dejarla respirar. Al terminar, la verdad te golpea en la cabeza como la resaca del día siguiente. No soy yo.

giphy (5)

Te despides de tus amigos, que celebran entre gritos y risas tu nueva conquista, y te la llevas a tu piso. La desnudas poco a poco hasta llegar a la habitación, deseando reconocer mis lunares en un cuerpo ajeno. Un cuerpo perfecto, pero al que no quieres mirar. Apagas la luz y le haces el amor a mi fantasma mientras te la tiras de espaldas, sin mirarle a la cara. Porque así es más creíble. Porque así duele menos. Termináis y la sensación de alivio no llega. ¿Por qué no llega? ¿Por qué no es suficiente? Te tumbas con ella en el colchón y, mientras ronronea sobre tu pecho, te das cuenta de que el río de ropa que va desde la entrada a los pies de tu cama te asfixia. Te ahoga. Necesitas que se vaya. Quieres estar solo.

No la acompañas a la puerta. “No hace falta, sé el camino de vuelta”. Oyes la puerta de fondo mientras la oscuridad vuelve a tu habitación. Te vuelves a tumbar y te preguntas qué estaré haciendo yo a esas horas. ¿Estaré pensando en ti?

Te quedas dormido con el móvil en la mano y mi conversación abierta.

Te lo dije. Te estabas equivocando.

Candela Trejo