Hace años que dedico parte de mi tiempo de trabajo (¡y de ocio!) a desarrollar e impartir diferentes propuestas de educación sexual, muchas en aula con chicos y chicas menores de edad, y otras con personas adultas que quieren formarse específicamente sobre algún aspecto concreto, o que quieren vivirse de una forma más positiva. Gracias a esta experiencia me he dado cuenta de que las mujeres tenemos una habitante desconocida en nuestro cuerpo a la que tardamos mucho tiempo en prestar atención: NUESTRA VULVA.
No es extraño hablar con chavales y chavalas de los últimos cursos de la E.S.O e incluso de bachillerato y que no sepan qué narices tenemos las mujeres entre las piernas. Y tampoco es raro hablar de este mismo tema con mujeres y hombres que ya han cumplido los 20 (o los 30) y encontrarte con ideas un poco… «extrañas» sobre la fisionomía femenina y sus (aparentemente) complejos secretos. Desde la idea de la «vagina omnipotente» que tanto sirve para parir como para mear, hasta las caras de confusión al nombrar la palabra «clítoris». Me gustaría dedicar unas líneas para resumir algunas de las situaciones comunes que, en mi experiencia, representan la manera en que la educación de nuestra sociedad ha menospreciado el conocimiento de los cuerpos y su importancia para una vida plena, sana y feliz.
¿Vulva? ¿Eso es el «coño»?
La primera de las situaciones cotidianas en torno a la vulva y su conocimiento es, precisamente, su desconocimiento. El concepto «vulva» se trabaja en las asignaturas de Conocimiento del Medio (educación primaria) y Ciencias naturales (E.S.O/Bachillerato) Sin embargo, la nula pedagogía con la que se hila esta palabra y su significado, y el escaso uso del término en el «día a día cotidiano» han conseguido que la palabra vulva suene a chino para muchos, pero también para muchas. En aquellos casos en los que se conoce la palabra «vulva» se suele relacionar automáticamente con la palabra «coño»/»chichi»… y, en definitiva, con la vagina. Existe una tendencia que simplifica hasta el extremo, borrando de un plumazo partes del cuerpo supuestamente periféricas que, al dejar de nombrarse, pierden también su espacio en el imaginario colectivo, e incluso en la sociedad ¿Y el clítoris, el meato urinario, los labios vaginales, etc?
Dibújame una vulva.
En muchas ocasiones, tras debatir sobre el concepto de «vulva», he pedido a alguna voluntaria o algún voluntario que demuestre sus dotes artísticas dibujando en la pizarra como es una vulva. La forma más común de dibujar una vulva es la siguiente:
O lo que es lo mismo: un espacio de «nada» entre dos paréntesis con un gran (gran, gran, gran) círculo en medio. En estos momentos la urgencia nos lleva a hablarles de que la vagina no es un super-agujero negro, que existen las «paredes vaginales», la dilatación, y que las chicas no tenemos un espacio abierto entre pierna y pierna todo el día. Tras aclarar ese importante concepto, llega el momento de señalar y nombrar el meato urinario y el clítoris, y de matizar aspectos relativos a la regla, la orina, la penetración y el embarazo. Es muy común que a la hora de preguntar sobre la «utilidad» de la vagina suene un grito al fondo de la clase que exclame automáticamente » para follar». Y que al preguntar si meamos por el mismo sitio que follamos la duda general inunde los pasillos. Misterios del cuerpo humano.
¿Conoces tu vulva?
Conocer el propio cuerpo, sus posibilidades, y aprender pautas de cuidado e higiene personal son algunos de los objetivos básicos de la educación sexual y también de la educación para la salud. Cuando hablamos del conocimiento de los propios genitales en el aula tenemos dos extremos vivenciales completamente diferentes: Los chicos, que hablan con naturaleza sobre la relación que tienen con su pene y sus testículos tras verse y tocarse diariamente (por ejemplo, al orinar); y las chicas, que afirman en su mayoría no haberse visto nunca sus vulvas. Llega el momento de dialogar:
– Y eso… ¿Por qué? ¿Cuál es el motivo de que no conozcáis vuestros genitales?– ¡no podemos mirarnos directamente!.– Ah… ¿y vuestras caras? ¿Os las conocéis?– ¡¡¡¡Claro!!!!– ¿Y os podéis ver vuestras caras a simple vista? ¿Qué hacéis para conocer vuestra cara?– ¡Usar un espejo!– Pues… os habéis respondido a vosotras mismas
Introducir la idea de utilizar un espejo para ver y conocer la propia vulva es todo un descubrimiento para muchas, que probablemente hasta el momento habían obviado que tenían algo interesante por descubrir un poco más abajo del ombligo, o no sabían como acceder a ese pequeño secreto social. Las reacciones también son diversas: desde caras de asco y miedo, hasta pensamientos que vuelan por el aire y tímidas expresiones que parecen decir «en cuanto llegue a casa me meto al baño».
¿Para qué sirve el clítoris?
A pesar de que el clítoris también viene en los libros de texto, su existencia es un misterio en las aulas. Si preguntamos para qué sirve un clítoris la respuesta general suele ser la del silencio. ¿Qué hay detrás de la invisibilización de la parte del cuerpo femenina que nos permite sentir placer y llegar al orgasmo? ¿Por qué la vagina orienta todos los discursos sobre la sexualidad genital? ¿Por qué se siguen vinculando las relaciones eróticas y el placer con la reproducción?
Este panorama acaba repercutiendo en las vidas íntimas y relacionales de las personas, no se termina en las aulas y tampoco se pasa con la adolescencia. La clave no es el simple conocimiento, ya que en la actualidad cualquiera puede entrar en Google y acceder a contenidos de calidad y rigor sobre las vulvas, los penes, y lo que a cada cual le de la gana. El motivo que me lleva a denunciar y hacer visible esta situación es lo que se vincula a las emociones, las tendencias y las ideas que tenemos en nuestra cabeza muchos años hasta que alguien o algo consigue romperlas y construirlas de nuevo. Que una chica tenga miedo de enfrentarse directamente a una parte de su cuerpo con la que va a convivir toda su vida es algo que va a influir en su manera de cuidarse y de quererse. A su vez, que una chica tenga una relación nula o negativizada con uno de sus espacios personales de placer y disfrute puede derivar en una anulación y negativización de sus encuentros íntimos con otras personas, ya que los sentimientos que se han generado hacia sus genitales parten de un saber «a medias» que, entre otras cosas, no nace de su experiencia personal. ¿Si no sabes como es tu cuerpo, como vas a poder compartirlo consciente y plenamente con los y las demás?
Sabemos perfectamente donde tenemos nuestros granos, los pelos que no nos gustan, detectamos rápidamente nuestra celulitis, nuestras estrías, y los michelines que nos salen cuando nos sentamos o nos ponemos en tal o cual postura. Muchas de esas cosas tampoco nos las podemos ver a simple vista, y además nos hacen sufrir. Sin embargo la presión existente nos invita a examinarlas, insultarlas, esconderlas, compararlas y chequearlas casi a diario para comprobar su evolución y poder seguir machacándonos un poquito más a lo largo del día. ¿Qué pasa cuando hablamos de la parte de nuestro cuerpo que nos va a dar placer, con la que podemos dar vida, por la que se expresan nuestras hormonas y también nuestros deseos? ¿Qué pasa si, en algún momento, algo funciona mal en uno de los centros físicos de nuestro cuerpo?
Y por si todo esto fuera poco relevante, más cosas que añadir: la dificultad para gestionar en un futuro posibles infecciones o enfermedades ginecológicas; la discriminación social que vivimos a la hora de hablar en público sobre nuestros genitales, la idea sesgada sobre la masturbación y el placer que tienen los chicos y las chicas jóvenes… El miedo, la vergüenza, ¡el asco! y la evitación ante el autodescubrimiento y exploración femeninas parecen convertirse en una norma perversa que mutila nuestro autoconcepto y nuestras posibilidades de vivir una sexualidad plena, sana y consciente.