No hay nada como volar.

Excepto bucear, con la luz del sol explotando en miles de rayos a través del agua, y la elegancia con la que la arena se deja arrastrar.

No hay nada como estar en casa.

Excepto viajar y conocer nuevos rincones, colores y risas. Cruzar el mundo enamorándonos a cada paso, sin que nada deje de sorprendernos, como volver a ser niños por un instante.

No hay nadie como tú.

Excepto que, según he leído hace poco, existen cientos de personas en el mundo que también podrían ser el amor de mi vida, complementarme y hacerme feliz.

Y entonces es cuando me paro a pensar que es verdad, que no hay nadie en el mundo como tú. Pero que tampoco hay nadie en el mundo como yo. Como decía Jaime Lannister, «no hay hombres como yo, solo yo».

Entonces, ¿por qué soy yo quien llora, cuando eres tú el que me ha perdido?

Recuerdo aquellos tiempos, antes de ti, cuando yo solía ser mi media naranja. No es que no me importase el amor y todo eso – siempre he sido una moñas – pero yo solía ser mi propia fuente de felicidad y todo lo demás era un plus. Podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que fue mi época dorada.

Y, de pronto, con toda mi vida organizada, bien encarrilada y un futuro prometedor, entraste tú en la ecuación. El caos.

Dicen que conocemos a muchas personas en nuestra vida y nunca pasa nada, y que, de pronto, conocemos a una sola y el mundo se pone del revés. Yo no me lo creía del todo, hasta ese momento. Hasta que paraste mi reloj y me sentí como la Penélope de Serrat.

No voy a mentir: te echo dolorosamente de menos. Los besos, la risa, la emoción, las mariposas. Pero creo que, si es posible, echo mucho más de menos todo lo que podría haber sido. El potencial, la perspectiva de futuro. Y es muy frustrante saber que yo lucharía hasta el final por un «continuará», pero que de donde no hay, no se puede sacar.

Y fue ahí, en esa certeza absoluta, donde descubrí otra que también lo es. Y es que me había olvidado de que en, en realidad, me quiero a mí más que a ti. No porque no te quiera (para mi desgracia), si no por salud. Porque todas las veces que te doy un poco de ese amor que ni te mereces ni quieres, me lo estoy quitando a mí… y ya ha dejado de hacerme gracia.

Me merezco mucho más que darme de hostias contra una puerta cerrada. Mucho más que rechazar oportunidades por ti. Lo sé yo, lo sabes tú, lo sabe mi entorno y lo sabe hasta el chico del lunes, al que rechacé porque no me hacía sentir como tú.

Con una familia que me quiere, unos amigos a los que adoro, un nuevo trabajo que me apasiona y un montón de gente nueva que me aporta un montón de cosas… me siento imbécil cuando me sorprendo a mí misma llorando por ti. Por ti, ¿a cuento de qué?

Ni voy a hacerlo ni puedo culparte por no quererme, pero desde luego ya no te regalo ni una lágrima más. Llámame egoísta pero ahora son todas para mí. Para las películas y series, para las carcajadas que me hacen temblar cual abeja zumbona o para las verdaderas penas del mundo.

La verdad es, querido tú, que con mi nuevo trabajo tengo muy poquito tiempo libre… y he decidido dedicarlo única y exclusivamente a todo aquello que me hace feliz.

Voy a volver a ser mi propia media naranja… y me voy a hacer un vestido de fiesta con todo ese hilo rojo de la leyenda. Porque me he cansado de ser un extra en mi propia película: voy a volver a ser la protagonista.

Septiembre.