El miedo, ese enemigo que llevamos dentro y que nos paraliza cuando menos nos conviene. Miedo a fallar, a caer, a decepcionar… Miedo que, además, no entiende de distinciones; toda persona pierde la tranquilidad por algo, te lo aseguro, pero todo cambia cuando aprendes a hacer de ese obstáculo el trampolín para llegar a ser quien realmente quieres.

El pavor de enfrentarnos a una situación que se nos escapa de las manos, a veces, nos hace sentir como si estuviéramos haciendo equilibrio en una cuerda floja. No podemos evitar detenernos mil y una veces, con una desconfianza abrumadora que es la culpable de que nos derrumbemos antes de llegar al otro extremo de la cuerda. Lo peor es que, después de caer, ese miedo no se va: lo arrastras y lo amontonas en toda esa colección de razones con las que te convences para no hacer ese algo que te quita el sueño. 

Recuerdo que cuando era pequeña, mi abuela, sin ninguna intención de dar una lección en ese momento concreto, me acabó dando el consejo que, aún hoy, mantengo como la consigna que me anima a caminar por la vida con un poco de menos miedo. 

 

Era la hora de comer y ella me dio un plato de comida para que lo llevara a la mesa, pero vio que no paraba de dar trompicones por estar mirando fijamente al plato mientras andaba, intentando que nada se me cayera al suelo. Sin dudarlo, vino y me dijo:

 

 “Si miras para abajo hay más probabilidades de que se te caiga, mira siempre al frente y segura, verás que así no se te caerá nada’’

 

Una frase muy sencilla, pero con un trasfondo que puede aplicarse a toda situación que se nos ponga por delante. Lo mejor de todo es que: Si se hubiera caído, si te caes, si pierdes, si decepcionas o si no sale bien… ¡No pasa nada! ¿Qué es lo peor que te puede suceder si se cumple el mayor de tus temores? Piénsalo. Nos hemos caído miles de veces, nos hemos derrumbado y hemos tenido miedo, pero hemos sabido escapar de él y con más fuerza que antes. 

Y que sí, que no todo va a salir bien y es normal que se nos despierten inseguridades, pero el truco está en sacar de ese miedo el impulso que te haga seguir caminando; porque siempre que algo te importe de verdad va a despertar algo de miedo. Si confías en ti más que en cualquier otra cosa, tu mirada se hará más clara, la cuerda por la que andas se hará más tersa y el miedo se irá escapando por cada una de tus extremidades, dejando espacio para todas esas recompensas que te mereces. 

 

Así que, como diría mi abuela: sube esa mirada y camina. Va a salir bien. 

María Merino