Follando al desdudo: “Siéntate en mi cara”

 

Llevo casi 13 años con mi pareja. Cuando nos conocimos, hacía cosa de dos años que me había iniciado en el mundo del folleteo. Yo solita me corría como una reina, pero nunca había conseguido correrme con otra persona. Con él empecé a descubrir lo que era disfrutar del sexo en pareja. Me ha ayudado a romper con un sinfín de inseguridades y estando juntos superé, entre otras muchas cosas, mi TCA. Tenemos una complicidad y una confianza que te cagas y, después de más de una década, aún hay días en los que me sorprendo de la suerte que tengo.

Pero bueno, hemos venido aquí a ponernos a tono, no sensibleras. El caso es que, como os imaginareis, en casi 13 años de relación el folleteo ha dado para mucho, para muchísimo, para escribir cientos de páginas de literatura erótica. Hay que decir que la vida adulta no es como nos la habían pintado, así que mi chico y yo follamos menos de lo que nos gustaría. Pero cuando lo hacemos, lo hacemos bien y con ganas, como hay que hacer todo lo importante en esta vida.

No es que follemos tirándonos en paracaídas ni nada por el estilo, pero se podría decir que innovamos bastante. Somos de esas parejas que prueban juguetitos nuevos y apps de juegos de pareja, de las que se compran un calendario de adviento sexual y de las que le dan al fornicio en cada lugar al que viajan, no vaya a ser que lejos de casa se folle mejor y nos lo perdamos. 

Hemos llegado a un grado de compenetración y confianza muy brutal y a día de hoy, aunque parezca imposible después de 13 años, seguimos sorprendiéndonos el uno al otro. Recuerdo con especial cariño y humedad en las bragas un día de esos en los que se alinean los astros: yo me sentía una perra poderosa + mi chico me pidió que me sentase en su cara = el polvo mágico que entró en el top 3 de nuestro ranking de polvos automáticamente.

No es que nunca antes hubiese intentado sentarme en su cara, me lo había pedido tímidamente muchas veces. Pero yo, que aún lidio con ciertas inseguridades, nunca me había sentido cómoda del todo. Lo intentaba, porque a mí también me apetecía, pero pasaba de estar cachonda a hundirme bastante cuando cruzaban por mi mente pensamientos feos como “ o le das un tubo de buceo o le vas a ahogar”, “no tiene que estar cómodo entre tantas carnes” o “por el amor de las diosas, mírate, estás haciendo el ridículo”.

Sí, queridas. Porque así es la mente, especialmente la de una persona que aún está aprendiendo a quererse bien y mucho. Aunque visiblemente la otra persona esté gozando buceando entre tus piernas, ahí está la jueza hijaputa, soltando veneno y manchando tu amor propio de dolor que, como dice Kase O., es un color feísimo. Y no será porque mi chico me diga poco que le gusto tal y como soy, ni porque no me lo demuestre con sus miradas y sus toqueteos furtivos. Una vez incluso me dijo “qué cachondo me pones cuando te ríes. Tu felicidad es mi fetiche.” ¿Puede haber mayor declaración de amor que esta?

Tengo motivos suficientes para creerme que, aunque me conoció pesando menos de 50 kilos y ahora pese más de 80, me quiere y le gusto mucho, ¡muchísimo! Pero de nuevo, así es la mente, capaz de enturbiar nuestra autoestima y nuestra sexualidad a niveles insospechados. Después de cómo había reaccionado la jueza hijaputa a mis intentonas de sentarme en su cara, era algo que no me atraía para nada hacer.

Pero oye, que la mente también tiene sus días buenos. Días en los que consigues atrapar a esa juececilla desprevenida y la castigas en la habitación de pensar, pudiendo dar rienda suelta a tu amor propio y tu autoestima sin temer que ella les clave el puñal. Ese era un día de esos, un día de los que te miras al espejo y no te crees lo puto diosa que eres, en los que te follarías a ti misma cada vez que te ves. Un día de esos en los que te vienes arriba y te sientes perra poderosa, sexy, pibonazo, de esos en los que te comes tú al mundo y no al revés.

Yo, con el ego por las nubes, iba más caliente que el palo de un churrero. Aprovechaba cada mínima oportunidad para insinuarme a mi chico y restregarme como un koala en celo. En uno de esos momentos que pasamos por la habitación, me tiré sobre él y caímos los dos en la cama. Y ya sabéis cómo acaban esas cosas, que si me siento encima de ti y te doy un besito por aquí, que si uy que duro está esto por allí, que si morreo y mordisquito por allá… Un polvo improvisado de toda la vida, que para mí son los mejores.

En esas estábamos cuando, aún sentada sobre él, empecé a quitarme la camiseta con toda la sensualidad que soy capaz de reunir. Esos días en los que me siento poderosa, me encanta mirarme y sobarme a mí misma, es que os juro que me pongo cachonda yo sola. Y él, que ya me conoce casi mejor que yo misma, lo sabía y lo estaba gozando. Porque mi felicidad es su fetiche, pero me consta que la seguridad en mi misma también le pone perraco.

Y ahí tumbado, con esa mirada tan sexy y traviesa que se le pone cuando follamos, me dijo de manera contundente “ven, siéntate en mi cara”.

A mí es que las palabras me ponen muy cerda, no hay nada como saber qué, cómo y cuándo decir para hacerme palpitar hasta el cerebro. Esas 5 palabras me pusieron cachondísima y, aunque la jueza intentó gritar a través de su mordaza y me hizo dudar por un segundo, enseguida subí el volumen de la música mental y dejé de oírla para empezar a fluir.

Así que allá que me fui, subiendo mi culamen de sus caderas a su cara. Es que joder, qué liberador es sentirse bien con una misma. Desde el momento cero noté que esa vez iba a ser diferente. Me senté en su cara y, por primera vez, me dije a mí misma “mira reina, aquí está tu trono, disfruta”. Creo que pocas veces me he sentido tan sexy como aquella, aunque cada vez esos días sean más comunes.

Desde mi posición, miraba hacía abajo y veía todo mi cuerpo. Me acariciaba las tetas y sentía que tenía entre mis manos lo más bonito del mundo. Le miraba a los ojos y veía que se le salían de las órbitas con cada uno de mis movimientos, y no precisamente porque le estuviese ahogando. Me tendría que haber puesto una GoPro en la frente y haber grabado la película porno con la que toda mujer querría pajearse. 

Qué vistas, por favor. Si es que lo recuerdo y me pongo cachonda mientras lo escribo. Cada parte de mi cuerpo me parecía perfecta, bonita y deseable. Ver su cara entre mis piernas y ese don que tiene para comérmelo todo, me hacían pensar que me iba a correr en cualquier momento. Me separé un poco de su cara y volví a sentirme la mujer más poderosa del mundo, porque él quería más, pero yo decidía si se lo daba o no. 

Y ahí, cabalgando cual amazona, disfruté del sexo más de lo que lo había hecho nunca antes y me corrí de una manera tan intensa que creía que me desmayaba o me moría, una de dos. Ese día algo hizo click dentro de mí, como las dos veces en las que oí detonar mi TCA pero al revés. Esta vez algo hizo click para bien, porque haber disfrutado de lo que tanto temía, me hizo darme cuenta de que no hay mayor afrodisiaco que el quererse a una misma. Desde que quiero a mi cuerpo, disfruto mucho más de mi sexualidad. Es la seguridad lo que es sexy y nos hace felices amigas, no la normatividad ni la perfección. 

Llegadas a este punto, solo me queda dar las gracias a comunidades como la de WeLoverSize, que son como esas amigas que te ayudan a amarte cuando tú no sabes cómo hacerlo, patrocinadoras de amor propio y, por tanto, de muchos orgasmos. ¡Gracias, tías! ¡Os quiero un huevo!

 

Desdudándonos