Seguro que te ha pasado más de una vez. Entras a una tienda a buscar ropa. Tú no sueles probarte, pero te topas con una dependienta efusiva que te ayuda a elegir, te pone la percha contra el cuerpo y te lleva a un espejo… Ese tipo de dependienta. Sabes lo que viene después; sabes que te va a animar a probarte la prenda o las prendas en cuestión. No te apetece esto. Sin embargo, vences tus vergüenzas y tus resistencias, decides abrazar tus complejos, y te lo pruebas.

Dentro de la cabina, mirándote al espejo y no gustándote lo que ves, escuchas por fin la señal de que tienes que salir a que te vea ella la dependienta entusiasta. Tragas saliva. 

―¿Qué taaaal?

Abres la cortina, das un pasito tímido hacia afuera. 

―¿A ver? ¿Date la vuelta?

Obedeces órdenes. Te das la vuelta. 

―Ay, pues no, ¿eh? No es tu tipo de prenda, porque mira, ¿ves? Te marca mucho aquí, ¿verdad? No, no tienes tú muslos para esto, esto es para chicas más altas, sí, pero ve a mirar otras cosas, que hay un montón. ¡A ver si con la próxima acertamos más! No, claro, es que con esos muslos… 

 

Pues estos fueron los hechos exactos que protagonicé hace solo unas semanas en una famosa cadena de tiendas de ropa interior. Lo que me estaba probando era un body un poco erótico-festivo con el que pretendía sorprender a mi novio… No a la dependienta pasivo-agresiva, aunque ella actuara como si su opinión contara. Y lo triste es que su opinión contó, porque me fui de allí de bajón, con la moral por los suelos y la autoestima bajo tierra. Pero cuando fui y se lo conté a Belén, una de mis mejores amigas, le pareció tan ofensivo que no quiso dejar el asunto ahí y me obligó a volver a la tienda. La chica me saludó sonriente. Me probé un body diferente, mientras Belén se mantenía al margen, mirando ropa por la tienda, pero se acercó justo a tiempo, cuando la tipa me estaba machacando de nuevo:

―Nada, tampoco. Menuda suerte estás teniendo hoy, chica. Yo creo que hay prendas que no son para una y punto. Un camisoncito igual te tapa un poquito más la celulitis y lo que sobra por aquí y por allá. 

Vi la cara estupefacta de Belén unos metros más allá, y la intuí dispuesta a liarla. Pero no hizo falta, porque el mero hecho de sentir el apoyo de mi amiga, y de verla tan indignada ante semejante falta de respeto, ya me hizo sacar pecho. Me planté delante de ella y le dije a ver quién le había pedido opinión; que a mí me gustaba mi cuerpo y no necesitaba que le gustara ni a ella ni a nadie más, pero que, ya que estábamos, a mi novio le flipaba yo entera, de dentro a afuera y de arriba a abajo, y no paraba de repetírmelo, y que seguro que ella no tenía la suerte de que nadie le dijera algo bueno nunca jamás, porque si fuera así no tendría la necesidad de intentar hundir a nadie sacándole defectos, y la mala hostia de hacerlo desde su puesto de trabajo, como si eso le otorgara alguna autoridad. Me salió todo seguido y sin respirar.

Y va y se pone a llorar, la tía. Yo no me lo podía creer… Hasta que empezó a hablar, claro. Me confesó que había una razón detrás de todo ese hate. Que yo no le conocía, pero que ella era… tachán… la exnovia de mi novio actual. Enseguida recordé que, efectivamente, cuando yo conocí a mi chico (hace ya mucho tiempo), él estaba en una relación con una tal Paula (y Paula ponía en la chapa de la dependienta). Aunque su relación ya estaba muy en las últimas, mi aparición hizo que la ruptura se precipitara y eso a Paula no se le había escapado.

No sé cómo sabía qué cara tenía yo, quizá por las malditas redes sociales, esas que tanto ayudan con las rupturas sentimentales. En fin, el caso es que no hizo falta que le dijera nada más, porque ella era consciente de que nada de eso justificaba el body shaming, así que se me disculpó varias veces, y yo acepté. Acabé comprándome el primer body, el que me había gustado desde el principio, y Paula tuvo el detalle de aplicarme su descuento de empleada. Supongo que las dos fuimos capaces de ver que hay cosas en la vida que pasan así, sin más, sin mala intención. Y que nunca se trata de ganar ni perder, sino de hacerlo cada una (y cada uno) lo mejor que puede. 

Anónimo

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