Es imposible que alguna de nosotras no tengamos una anécdota vergonzosa a causa de ser gorda; es que faltan dedos de las manos para enumerar las mil y una tragedias que nos han podido ocurrir por el único pecado de ser voluminosas y pesadas, era que no, y más a menudo de lo que uno quisiera. 

Recuerdo que un verano, mi hermana me invitó a pasar un finde en la playa, y una de las tardes fuimos a una feria de atracciones; era un panorama irresistible para pasar un buen rato. Por ese entonces yo pesaba más de 100 kilos y prácticamente todo el volumen del peso estaba en mi trasero y para poder montarse en cualquiera de los juegos teníamos que hacer una fila y atravesar un torniquete, pues fuimos a ello. Cuando llegó mi turno de atravesar el torniquete, mi enorme culete no cabía; hice intento tras intento, pero es que la cosa no se despegaba ni un centímetro. La gente que estaba atrás de mí se pegaba unas risotadas descomunales y yo dale que dale, intentando zafarme; mi hermana desesperada atrás de mí y harta de que la gente se riera, me dio un empujón de aquellos, que salí expulsada al otro lado del torniquete y finalmente pude pasar, pero momento, la cosa no termina ahí, el tío que acomodaba a la gente arriba de los carros de la montaña rusa se me acercó y me pidió que utilizara los carros de adelante, porque eran para ¡gente gorda! Os podéis imaginar que después de tremendo espectáculo, al bajar de la montaña rusa volvimos corriendo al hotel y no quise saber nunca más de ferias de atracciones, al menos por un buen tiempo. 

En otra ocasión, pasé después del trabajo a una tienda de ropa, porque esa semana tendría una reunión importante en la oficina y quería comprarme un nuevo outfit. Todas sabemos que nuestra relación con la ropa nunca ha sido fácil, y aunque es verdad que cada vez se nos abren más opciones para lucir fabulosas, no todas las tiendas tienen el tallaje que necesitamos. Pues bien, esa tarde recorrí la tienda buscando algo que se acomodara a mi estilo y que fuera acorde a lo que necesitaba; entre todas las prendas me gustó una blusa negra con lunares blancos que se veía muy guay en el colgador. Escogí la talla más grande que había y me dirigí al probador, y esta es la parte interesante en la historia, al momento de ponerme la blusa, me di cuenta que era más estrecha de lo que esperaba, pero me la metí de todos modos y cuando me miré al espejo me di cuenta que me quedaba a reventar y pues no, que no así no se puede andar por la vida. Y al momento de sacarla, pues que no salía y entre que yo sudaba e intentaba jalarla hacía arriba pues pasó lo que tenía que pasar, se rajó de arriba abajo la condenada. Salí rauda del probador y colgué la prenda disimuladamente en su lugar y ¡huí, huí!, con las esperanzas destrozadas y sabiendo que tendría que buscar en el clóset alguna opción reciclada y aceptable para mi reunión. 

Yo creo que cuando de ir a comprar ropa se trata, siempre es un desafío, al menos para mí siempre lo ha sido, porque soy muy pudorosa; no me gusta enseñar mucho y tampoco me gustan los colores muy brillantes, por lo que siempre tengo que recorrer mucho las tiendas para dar con la prenda indicada. Un día, fui con mi novio de turno a comprar algunas cosas al centro comercial y al pasar por una tienda de lencería decidimos entrar, porque hace un tiempo que queríamos darle un poco de emoción a las cosas en la cama, y como yo soy algo insegura, al principio dudé de si era una buena idea, pero mi novio insistió así que simplemente lo seguí sin mucha expectativa. Recorrimos un poco el lugar y una de las vendedoras se nos acercó para ver si necesitábamos ayuda y mi novio le enseñó una prenda en particular que tenía encaje y era bastante linda y delicada; la tía en cuestión le preguntó qué talla necesitaba y mi novio apuntó en mi dirección para indicarle que era para mí. Recuerdo exactamente la cara de la mujer al verme, en cuanto me vio giró la cabeza en negación y le respondió: no, lo siento, no tenemos tallas tan grandes; en ese momento sentí que mi cara ardía de la vergüenza y lo único que quería era salir corriendo de ahí, ahora sólo compro lencería en tiendas online. 

Dejé la más representativa para el final, porque creo que definitivamente todas hemos vivido esta experiencia, al menos una vez en la vida, y es que se trata de aquellas cosas que están en todos los anecdotarios de una gorda como yo. La cosa es que, quedamos con unas amigas para salir de copas un día a un nuevo bar, era una de esas salidas normales, como las que hacíamos todas las semanas y tal, cuando llegamos al lugar escogimos una mesa al fondo porque había más espacio. Lo primero que noté al sentarme es que la silla me apretaba mucho en las piernas y para poder pararme tenía que afirmarla con las manos o no aflojaba, pero bueno, ya estaba allí y la cosa se ponía interesante porque uno tíos en otra mesa nos hacían señas para sentarse con nosotras y pues que sí, que era un buen plan. Un tío se sentó al lado mío y comenzamos a charlar, pero no pasó mucho tiempo para que me diera cuenta que mi silla se tambaleaba extrañamente y en un abrir y cerrar de ojos estaba en el suelo, adolorida y humillada, pero lo peor no era eso, la silla no se despegaba de mi culote, estaba como embutida a presión; el tío al lado mío intentó no reírse y me ayudó a zafarme, pero no, ya todo estaba perdido, la estúpida silla arruinó mi noche.

A pesar de todas las experiencias malas o vergonzosas, creo que los momentos buenos superan con creces a los malos, lo importante es no darle tanta importancia a esos chascos a los que nos enfrentamos de vez en cuando y simplemente disfrutar de todo lo bueno que tenemos. 

 

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