A lo mejor es que soy muy torpe, a lo mejor es que no he encontrado la que es para mí o que tengo el agujero del toto muy chiquito, pero os juro que soy incapaz de utilizar la copa menstrual.
Yo soy la primera a la que el tema de compresas y tampones no me termina de gustar. Hay que usarlos, sí, pero entre lo que cuestan y que no paramos de desecharlos en cantidades, la verdad es que cada vez se me hace menos agradable tener que tirar de ellos. Así que cuando me enteré de la existencia de la copa menstrual, me dije:
—¡Coño, esta es la mía!
Así que fui buscando hasta dar con un establecimiento en el que la vendían. Cuando, tras una búsqueda exhaustiva —es decir, entrando y preguntando en todos lados— di con una tienda que me dijo que sí tenían, primero mi chiquilla interior empezó a dar saltos de alegría, y segundo le pedí que me diera una para empezar a probarla y familiarizarme con ella.
—¿Qué talla quieres?
La pregunta me pilló desprevenida. ¿Había tallas? Quizá debería haberme informado un poco más antes de ir como una loca buscándolo. No puedo evitarlo, si algo me interesa, voy de cabeza sin pensar. La verdad es que la chica fue súper comprensiva y amable conmigo, todo hay que decirlo.
—Pues… no lo sé, la verdad —le dije un poco avergonzada. Ella, sin embargo, me sonrió.
—No te preocupes. ¿Cuántos años tienes?
—Pues voy a cumplir 31.
—¿Has tenido algún parto vaginal?
—No, ninguno.
—Vale, entonces espera que te saco una.
Y la chica, muy amable, sacó el producto, me explicó cómo se utilizaba con una que tenían de muestra precisamente para eso, y me fui a casa tan contenta. Ya tenía mi copa para cuando llegase mi enemiga del mes a molestar.
Unos días después, llegó el momento, así que tras esterilizar la copa como me habían dicho que hiciera, me dispuse a ponérmela. Pero… oye, que no entraba. Juro y perjuro que yo seguí los pasos que me dijo la chica, que la doblé e intenté introducirla, que lo hice de pie, de cuclillas, levantando una pierna… Y que no había manera. Eso no entraba. Pensé que a lo mejor estaba yo un poco nerviosa de más, así que decidí dejarlo para el día siguiente. Pero nada, al día siguiente lo mismo. ¿Es que me había equivocado con la talla? Pues a lo mejor sí.
Total, que decidí volver a la tienda, y pedirle a la chica la talla anterior, la S, para ver si es que, por alguna razón, necesitaba una talla menor. Así que la compro, la esterilizo en casa y, de nuevo, empiezo a intentar ponérmela. ¿Y qué pasa? Que al principio soy incapaz de meterla bien, me estaba haciendo hasta daño y eso que estaba en pleno apogeo con la regla, así que sequedad cero. Pero, eh, conseguí que entrara. ¡Por fin! Así que me lavé bien para no manchar la ropa interior y me vestí.
A ver, me sentía incómoda a más no poder, pero claro, era la primera vez, al principio también los tampones me resultaban incómodos… Pero bueno, todo era adaptarse.
¿Qué pasó? Pues que al rato empecé a notar humedad mientras estaba trabajando —menos mal que lo hacía en casa—, y cuando me levanté de la silla había ahí una mancha de sangre que me asustó hasta a mí. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Porque estaba concentrada, y a mí se me va el santo al cielo.
Claro, limpié con toallitas la silla —que, por suerte, estaba usando una de las del salón, tapizadas en plastipiel de ese que usaba hace eones—, me fui corriendo al baño, y vi que se había desatado el apocalipsis. Tenía la ropa que vamos, parecía que me había atacado Jack el destripador. Así que cogí ropa limpia, saqué la copa y me di una buena ducha.
Desde ese día, no he vuelto a probarlas. Yo estoy segura de que es que soy torpe como la que más, porque siempre suelo escuchar buenas palabras para las copas menstruales. Pero después de La matanza de Texas que fue la experiencia, decidí dejarlo pasar. Ahora, eso sí, utilizo bragas menstruales que me tienen más que sorprendida y para bien.
¿Y vosotras? ¿Qué experiencias tenéis con la copa menstrual? ¿Me dais algún consejo para animarme a probar de nuevo?