Lucía y Gerardo se conocieron una noche de fiesta. Al parecer un buen amigo de ambos celebró su cumpleaños a lo grande y en aquella fiesta supieron que conocían a mucha gente en común. El compañero de trabajo de Lucía jugaba al futbol en el antiguo equipo de Gerardo, la prima de Gerardo era la peluquera de Lucía… Y así con un montón de personas, hasta el punto de convertir aquella casualidad en una broma con la que pasaron el resto de la noche intentando adivinar de qué conocían a cada persona que se cruzaban. “Mira, ese seguro que es primo tuyo y compra el pan donde lo compro yo” “Mira, esa seguro que fue al mismo colegio que yo y es vecina de tu tía”. Y así, entre bromas, pasaron una noche muy divertida.
Dos semanas más tarde se encontraron en un pub, ella iba con sus amigas. Entre ellas, por supuesto, había dos conocidas de Gerardo y la broma de aquella noche volvió con más gracia todavía. Ese día intercambiaron teléfonos y se despidieron temprano.
Unos días más tarde a ella le llegó una petición de amistad en
Facebook. Nombre: Gerardo. Amigos en común: 35. Al rato él la llamó “¿Se puede saber de qué conoces a mi amigo Torres?” “Se sacó conmigo el carnet de conducir” y entre carcajadas empezaron a charlar cada vez más calmados, de cosas más interesantes y menos fortuitas hasta pasar dos horas al teléfono.
Decidieron quedar al día siguiente para tomar un helado. Pasearon sin rumbo toda la tarde charlando sobre sus sueños de futuro, sus estudios, sus amigos…
Una semana después fue ella quien lo llamó y le pidió que la acompañara a elegir un sillón para su casa. El que habían dejado los caseros estaba raído y quería tener un lugar cómodo para leer. Decía que la escena favorita de su vida era estar mal sentada en un sillón, leyendo un buen libro sujetándolo con una mano y con una taza de chocolate caliente en la otra. Pero para eso necesitaba un sillón decente, así que él la acompañó y fingía hacer encuadres con los dedos para ver cual encajaba mejor en aquella escena imaginaria.
Él tenía todo lo que ella podría esperar de un compañero de vida. Era alegre, atento, divertido y tenía muy buen gusto para la música y la literatura. Ella era todo lo que él podía soñar en una compañera de vida, dulce, de ideas firmes, valiente y echada para delante. Estaba claro que aquello acabaría en amor.
Una noche en que quedaron para cenar ella le dijo que debía retirarse temprano, la habían citado en la mañana siguiente para unas pruebas en el hospital uno de esos “cribados aleatorios” o como se llamen. Cenaron temprano, la acompañó a su casa y, en el portal, como en las buenas películas románticas, se besaron.
Al día siguiente Lucía no cabía en sí de emoción, le dijo a su amiga en un mensaje que estaba tan emocionada que había aumentado media talla de pecho (una de esas expresiones que dice la gente cuando se siente orgullosa, feliz, llena). Esa frase le vino de golpe a la cabeza cuando la doctora que la estaba examinando le dijo “Hemos encontrado algo en tu pecho. No te asustes, puede no ser nada, pero hay que mirarlo”.
Toda esa alegría, ese orgullo, esa felicidad salieron por la ventana cuando la posibilidad de una enfermedad como aquella apareció en juego.
Gerardo la llamó, pero ella no contestó. ¿Cómo iba a condenar a aquel muchacho a pasar sus primeras veces en pareja pegado a una agenda llena de citas de hospital al lado de una mujer calva? ¿Cómo iba a hacerle pasar por aquel susto si al final resultaba no ser nada?
Dos días más tarde le hicieron una biopsia y no pudo aguantar más, tenía que contárselo. Él, muy triste y disgustado le dijo que no podía decirle “tranquila no va a pasar nada” porque aquello no estaba en sus manos, pero sí podía decirle “Tranquila, yo voy a estar contigo”. Lloraron juntos esa tarde, igual que lo hicieron una semana después cuando los resultados llegaron y eran, como sospechaban, terribles.
Un mes más tarde, ella sujetaba firme la máquina de cortar el pelo frente al espejo con el apoyo de su reciente novio al lado. Ella no quería que aquello pasase, pero ya de pasar, hacerlo a su lado era un regalo que no esperaba poder disfrutar.
Él escuchó muchas opiniones de gente ignorante que le decía que cómo se metía en una relación sabiendo aquello, pero es que hay gente que jamás conocerá la palabra amor.
Cada náusea y cada bajón tuvo un consuelo enorme gracias a Gerardo, que también pudo celebrar con ella el día que sus amigas le hicieron la fiesta de la última quimio.
Lucía está bien ahora, pero esta enfermedad ya se sabe cómo es. Por eso es tan importante que se siga luchando por la investigación y porque sean más frecuentes los casos como los de Lucía, que la detección temprana salva vidas y para eso se necesita citar a muchas más mujeres.
Escrito por Luna Purple, basado en una historia real.
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