*Tema escrito por una colaboradora basados en la historia real de una lectora.

 

Puedo confirmarlo: que te hable mal de su ex es una bandera roja de manual. Si despotrica de una persona a la que quiso tanto, es por dos cosas:

  1. Necesita que te creas que la ha superado y solo te quiere a ti, lo que denota inseguridad. Busca el modo de demostrarte que es así, porque puede que no. No la ha olvidado y, despotricando de ella, intenta convencerte a ti de que sí. Y también a él mismo.

  2. Es un misógino. Habla mal de ella como hablaría mal de cualquier mujer. Cree que estamos en el mundo para hacerlos sufrir con nuestras ardides y malas artes, que andamos robando corazones con nuestras armas de seducción y separándolos de amigos y familiares. Su ex era una de estas, y algún día lo serás tú.

Lo asumo: puede que esté generalizando demasiado en base a mi experiencia, y no, no todos los tíos son iguales. Hay malas experiencias en el amor por relaciones tóxicas y/o rupturas traumáticas, sí, y quienes las han vivido tienen todo el derecho a desahogarse.

En fin, a lo que vamos.

La nueva y la ex

Era como la canción de Daddy Yankee a la que hago referencia en el subtítulo: “Yo no quiero volverte a ver”, “La que yo tengo ahora me es fiel”. Y “No, no, no, no, no son iguales”. En este caso, yo era mejor. O eso me decía él.

Era una víctima más, uno de tantos que puso el corazón en la mano a la persona de la que se enamoró, y que esta acabó estrujando y pisoteando. Era, pero solo en apariencia.

Me la anduvo mencionando desde el principio, lo que debió haber sido suficiente para que saltaran las alertas. Pero la primera vez que me habló de ella yo creí que lo hacía a modo de escudo, que solo quería advertirme sobre lo mal que lo había pasado para evitar que le hicieran daño de nuevo. Habría sido chantaje emocional, otro indicador para poner tierra de por medio. Pero estas cosas, lamentablemente, se ven después. Porque el amor nos nubla.

Después de las primeras veces, cogió confianza y se explayó. Ella era poco menos que un ser diabólico enviado a este mundo para hacerle sufrir: pasaba de él, y a la vez era celosa. No le gustaba que saliera con sus amigos, pero ella salía tranquilamente con las suyas porque su grupo era más de fiar. No hacía migas con la familia política, pero esperaba que él estuviera dispuesto a cualquier convivencia con la suya propia. Hasta del sexo me habló. Que ella era egoísta en la cama, que tenía que ser cuando quisiera y que no era especialmente dada a las innovaciones. Era aburrida, no como yo.

Todo eso me contó. Y ya supuse que no era escudo, sino una manera de desahogarse. “Pobrecito, qué mal lo ha pasado, no sé cómo pueden existir mujeres así”. Yo escuchaba, lo creía y hacía bloque común con él contra un enemigo: la ex. Esa mala malísima que no se merecía haber tenido en su vida a alguien como él.

Y ahora, ¿qué?

Tampoco me saltaron las alertas rojas cuando él me dijo que seguían en contacto. “Bueno, nos saludamos y eso”. Me lo aseguró con tanta normalidad e indiferencia que no le di importancia. Supuse que lo hacían por tener una relación cordial, y hasta llegué a pensar que siempre era mejor eso que tener la espina de haber terminado mal y sin hablarse. Porque entonces puede que la herida no estuviera del todo cerrada. ¡Qué ingenua fui!

Me mintió, claro, porque no eran solo saludos. Comenzaron a hablar por redes y hablaban mucho, algo que confesó después. Por lo visto, ella se había acercado a él por aliviar el peso de la culpa, porque sabía que no se había portado del todo bien y le apenaba haber terminado así, con lo mucho que se habían querido.

No sé mucho sobre cómo fueron sus conversaciones antes de que decidieran darse otra oportunidad. Puedo suponer que comenzaron de modo sutil, sin decirse lo que se querían decir, jugando a los eufemismos, a las indirectas y a los dobles sentidos. Hasta que uno se los dos se lanzó y confesó que seguía estando por el otro. A esas alturas, no creo que se lo pensara mucho. No creo que tuviera en cuenta cómo iba a dejar a la nueva para volver con la ex.

Lo que sí sé es que él cada vez andaba más tiempo en el móvil, que a veces se le dibujaba una media sonrisilla de las que no recuerdo haberle provocado yo misma. Y yo sabía que no podían ser sus amigos los que se las arrancaran con sus bromas en el grupo de WhatsApp, como él decía.

También sé que un día me pidió que habláramos. Para entonces yo andaba con la mosca detrás de la oreja, claro, porque tampoco es que tenga capacidad nula para detectar las amenazas. Y la conversación fue más o menos así:

-Lo siento mucho. Eres una tía genial y me lo he pasado muy contigo. Pero me he dado cuenta de que sigo enamorado de ella, y ella de mí también. Así que hemos decidido volver.

-¿Vas a volver con tu ex? ¿Con la mala de tu ex, después de todo lo que me has contado de ella?

-Bueno, quizás he exagerado un poco. Entiéndeme, estaba despechado. Ella no es tan mala como yo la he pintado. 

Agachó la cabeza, otorgando. Y yo me quedé con el corazón roto y, por si no fuera bastante, también con cara de tonta. Por haberle querido, haberle creído y haber hecho una guerra emocional contra alguien que ni me iba ni me venía, que no era nadie en mi vida.

De todo se aprende. Y en esas estoy, tomando nota para superarlo. Ya he conseguido desechar todas las maquinaciones intrusivas de venganza, en las que me veía yendo a decirle a ella: “¿Sabes que tu novio te consideraba te consideraba la peor persona del mundo antes de volver contigo?”.

No lo haré. Ninguno de los dos merece ni mi tiempo ni mi esfuerzo. Ella, por perra, según me la pintaba él. Él por perrito faldero.