Hace pocos días llamé a una amiga para ponernos al día de nuestras vidas. Desde que somos madres las dos, hemos conectado un poco más y charlamos siempre que podemos. Normalmente nos enviamos audios eternos mientras hacemos nuestras cosas en casa y contestamos a veces con varios días de por medio, dependiendo de la cantidad de virus/dientes nuevos/exámenes/estirones nos toque esa temporada.

Llevábamos unos días sin sacar un hueco para contestar y, en la hora de la siesta de mi pequeña decidí llamarla y romper esta mala racha. Tras los primeros minutos de rigor explicando las excusas que cada una tuvo para no hablar en los últimos días (una cosa muy de madre, creer que tienes que justificar siempre por qué no llegas a todo), empezamos a ponernos al día sobre nuestras vidas como mujeres independientes y, cómo no, a contar las anécdotas más bizarras de nuestros respectivos hijos en las últimas semanas.

Mientras yo contaba que la pequeña llevaba unos días bastante inquieta a la hora de dormir, noté que mi amiga se ponía un poco seria y se quedó en silencio. Le pregunté si pasaba algo y, después de insistir mucho en que por favor no me riese, me empezó a contar lo que pasaba en la habitación de su hijo mayor desde hacía un tiempo.


El caso es que su hijo de 5 añitos una noche había tenido una pesadilla y les pidió a mi amiga y su pareja ir a dormir con ellos, a lo que no se negaron, por supuesto. Abrazó a su madre y al momento pareció tranquilizarse. Mi amiga le preguntó si quería contarle lo que había soñado, pero él, ya bastante tranquilo, le dijo que ya mañana le diría, que no había sido tan malo, pero que, como siempre que se despierta de noche, la niña de su habitación no le dejaba volver a dormir. Él se acurrucó y siguió durmiendo, pero mi amiga NO. Al rato relativizó todo un poco y supuso que aquella niña era parte de su sueño y, poco antes de tener que levantarse, consiguió dormir un poco más.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, sin que los niños le escucharan, le contó a su pareja lo que había dicho el niño de noche. Él la miró sorprendido y le contó que, unas noches atrás, mientras se levantó para ir al baño, escuchó la voz de hijo mayor y se asomó a su habitación a ver qué quería. Al entrar, encendiendo sólo la luz del pasillo para no molestarlo, vio que estaba prácticamente dormido, acostado de lado, como solía ponerse, y con cara de enfado hacía gestos de intentar soltar su brazo de algo que estuviese tirando de él mientras decía “¡Niña! Eres muy pesada, ahora quiero dormir, no quiero jugar, déjame en paz, no es mi culpa que no puedas dormir. ¡Déjame!”

Él entró despacio y acarició a su hijo creyendo que sería una pesadilla, pero al notar a su padre, abrió los ojos y, totalmente despierto le dijo “Papá, dile a la niña que vuelva al armario, que es hora de dormir”, cuando su padre preguntó qué niña, él miró al armario y, colocándose nuevamente en posición de dormir dijo “Nada, ya está”.

Mi amiga me contó que cuando lo oía hablar solo no solía hacer caso, porque ya había tenido un par de amigos invisibles y, al parecer, no debía darle importancia, poco a poco, habían ido desapareciendo sin más. Él siempre razonó perfectamente que aquel marciano azul que tocaba la guitarra y aquella leona morada que rugía sin parar, eran personajes que no existían. Pero cuando mi amiga decidió preguntar por la niña del armario, su hijo fue tajante “No es una amiga invisible, tampoco es mi amiga, porque es muy pesada. Yo solo le digo que me deje en paz, pero si no juego con ella se pone a cantar y me molesta” Entonces empezó a cantar una canción muy extraña que nunca habían oído.


Desde ese día mi amiga ha buscado la letra de la canción, ha preguntado en el cole, en la escuela de música, a las madres del parque, y nadie parece conocer aquella canción. Su hijo, antes de dormir, cierra el armario con fuerza. Dice que ahí era donde estaba la cama de aquella niña cuando vivía allí y que por eso se escondía en él cuando no quería que la vieran.
Ahora no sabe qué hacer. Durante el día mira con desconfianza el armario, por dentro, por fuera… Pero es sólo un armario. De noche, alguna vez, escucha a su hijo pedir silencio para poder dormir. Ella siempre ha sido muy escéptica, nunca ha creído en fantasmas ni energías, pero muy preocupada me ha dicho “Yo ya no sé si es paranoia, pero ayer de noche vi algo blanco saliendo de su habitación y juraría que era un camisón. Luego él me dijo que ella vestía siempre un camisón blanco de manga larga y, sinceramente, estoy cagada”.

No sé si por haber visto en exceso pelis de terror de los 90 y 2000, pero yo ME MUDARÍA.