Hace ya unos años que Jose Manuel (Jota, para sus amigos) se separó de la madre de sus hijos. Fue un duro golpe, pues los dos tenían un proyecto de vida en común que creían estar cumpliendo, pero se olvidaron de alimentar esa relación de pareja que tanto sufre cuando las prioridades cambian. Cuando se dieron cuenta ya no sentían ilusión por nada entre ellos y empezaban a no sentirla por nada más, ya que el hastío y la pasividad que había llegado a su relación, empezaba a invadir sus personalidades también, inundando todos los aspectos de su vida (sobre todo el social) de un tono amargo y rancio. Dejaron de reír, de emocionarse y, una noche antes de apagar la luz de la mesita, su mujer se echó a llorar, él la abrazó y unos días después se separaron por el bien de toda la familia.

No diremos que no fue duro al principio, pero al quitarse de encima todos los conflictos de la convivencia y ser capaces de hacer sus vidas sin depender del otro, poco a poco, recuperaron sus personalidades y volvieron a sonreír. La custodia de los niños, que tenían 3 y 7 años, decidieron compartirla y amoldarse a lo que los niños necesitasen en cada momento.

Jota solía tenerlos 15 días al mes, si no había ninguna eventualidad, y en esos días intentaba llevarlos a ver a su familia de vez en cuando, ya que vivían en otra ciudad y no podían participar en su día a día.

La primera visita que hizo a su padre con los niños fue muy extraña. Aquel abuelo entrañable miraba extraño y distante a sus nietos, como si esperase que de pronto fuesen a implosionar. Al acostarse los pequeños expresó su temor a su hijo, muy angustiado “¿Ya pensaste qué podemos hacer si se ponen a llorar o algo? Lo decía mirando a la puerta de la habitación de reojo, como si fuese un secreto. Jota solamente pudo reírse. Su padre era un antiguo, pero creyó que lo diría de broma.

Más tarde descubrió que no, que estaba preocupado en serio por si los niños se manchaban, necesitaban que les ayudasen a limpiarse tras ir al baño, si tenían una rabieta o no daban dormido. Él jamás sabría qué hacer en esos casos (a pesar de haber tenido 5 hijos) y estaba convencido de que su hijo tampoco.

Jota, con la paciencia y el amor que no había demostrado su padre con él en su niñez, le explicó a su padre que aquellos niños eran sus hijos y que los había cuidado tanto como su madre desde que habían nacido, así que estarían perfectamente atendidos por él en las quincenas que le tocase estar con ellos.

Su padre no pareció muy convencido, pero se fue a dormir sin discutir y dejó pasar los días de visita con bastante incredulidad (sobre todo al ver a su hijo bañar a su nieto el pequeño, (¡sin miedo a ahogarlo ni nada!).

La verdad es que Jota no tardó en encariñarse de una amiga con la que llevaba un tiempo hablando en el trabajo. Ella era la representante de una marca con la que su agencia colaboraba y, desde poco después de su divorcio, él había empezado a interpretar sus señales de otro modo. Tras quedar algunas veces y empezar a salir de forma más formal al poco tiempo, decidió hablar con su ex de la posibilidad de que los niños conociesen a “la amiga de papá”.

En menos de un año, la amiga ya había pasado a ser pareja oficial, a vivir con él/ellos y a acompañar a Jota en sus visitas familiares.

Ella nunca había querido tener hijos, pero nunca trató con desprecio a los niños. Simplemente evitaba encargarse de ellos lo máximo posible. Al principio en actitud temerosa, como si tuviera miedo de hacer algo mal. Después ya dejaba claro, al menos en la intimidad, que no quería hacerse cargo porque la idea de convivir con niños no le encantaba.

Pasaron los años, la pareja parecía ya afianzada, pero comenzaron los conflictos entre los niños y la novia de su padre. Al parecer ella, celosa de la atención que su novio prestaba a sus hijos en los días en que le tocaba estar con ellos, provocaba situaciones incómodas en presencia de los pequeños, les hablaba con desprecio de su madre y planificaba escapadas y viajes que no los incluían, teniendo que pedir ayuda con los niños en muchas ocasiones (ahí si que le parecía bien que negociase con su ex por teléfono).

El caso es que Jota abrió los ojos el día que pilló a su novia insultando a su hijo pequeño y diciéndole que la culpa de que fuese un malcriado era de la puta de su madre. Ya no pudo pasar por alto más faltas de respeto y terminó la relación (no con pocas trifulcas).

Jota volvía a estar soltero y con la ayuda de unos amigos (y puntualmente de su ex y su familia) reconstruyó su hogar para poder disfrutar de sus hijos más de lo que había podido hacerlo en los últimos años. Se sorprendió al saber cuantas personas se alegraron de su ruptura. Parece que aquella mujer no era muy querida por su entorno.

Pero entonces tocó hacer la visita familiar de rigor y, cuando su padre vio llegar a su hijo solamente con sus nietos, supo que algo pasaba. Cuando los niños se acostaron tranquilamente, Jota contó a su padre que había roto con aquella novia (que en realidad tan poco le gustaba). Su padre se puso muy serio y, llevándose las manos a la cabeza, le preguntó: “Y ahora ¿cómo vas a hacer con los niños tu solo?” “¡Pues mucho mejor que mal acompañado, papá!”

Aquel abuelo siguió preocupado un tiempo, pero pronto vio que los niños estaban como siempre y que su hijo era más feliz ahora. Pero Jota estuvo días alucinado con que, después de 6 años, hubiese gente que aun pensase que a sus hijos los atendía aquella chica, solamente porque era una mujer y lo haría mejor, siendo además, nada más lejos de la realidad.

Luna Purple.

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