El domingo conocí a mi suegra y todavía sigo sin palabras.
Mi futuro marido y yo nos conocimos de Erasmus y hemos seguido viviendo fuera de España.
Nos casamos este verano y, aunque me presentó a su familia por videollamada y nos conocemos de sobra, este fin de semana por fin nos vimos en persona.
Me hizo muchísima ilusión que nos reencontráramos, porque soy una persona muy familiar y no quería ir al altar sin conocerlos.
Mis suegros fueron encantadores, me sacaban conversación, intentaban que no me sintiera incómoda y parecía que les conociera de toda la vida. Era tal la confianza que mi suegra me dijo:
‘Nena, con lo joven que eres y vas vestida como una panoli. Esa falda y ese pelo te hace parece una mojigata’
En ese momento fue cuando no supe cómo reaccionar. Ella sin duda es más atrevida que yo. Tiene el pelo de colores, su ropa está llena de brilli brilli y ni para una boda voy yo tan maquillada.
Lo cierto es que al vivir en un país nórdico he cogido un poco sus costumbres, pero sí que es verdad que nunca he destacado por mis outfits ni por mi estilo.
Como vio que me quedé algo parada, siguió argumentando:
‘Yo es que soy muy moderna y me gusta crear tendencia. En la peluquería hay varias señoras que se copian mis mechas y mucha de la ropa me la hago yo.’
Yo me limité a asentir, a sonreír y poco más. Ella seguía con su monólogo:
‘Te tienes que venir un día conmigo. Antes de la boda te haces unas mechas, te compras unos buenos tacones y enseñas un poco más de cacho, que estás de muy buen ver’
Y es aquí donde viene el problema. ¿Cómo le digo que no quiero hacer eso? ¿De verdad es necesario ser una sex bomb para ser feliz? A mí me da igual que me diga que parezco una mojigata, porque seguramente en el fondo lo sea, pero lo que no quiero es que me transforme en Paco Clavel antes de casarme.
No sé cómo decirle que no hace falta, porque claro, la acabo de conocer y quiero ser amable, pero la baza que tengo es que al vivir fuera, lo iré procrastinando.
Anónimo
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