Él, Alejandro, era un chico muy apegado a su pandilla de amigos. Llevaban siendo los mismos casi desde el colegio, salvo alguna incorporación algo más tardía. Eran seis chicos que jugaban en el mismo equipo de fútbol en el instituto, que salían siempre juntos de marcha, que pasaban juntos todas las vacaciones y que siempre antepusieron sus cañas al salir del trabajo a cualquier otra cosa.

Entonces Alejandro conoció a María y se enamoró como nunca creyó que podría hacerlo. Le apetecía estar con ella todo el día y, aunque sabía que debían tener cada uno su espacio, cuando empezaron a salir estaba deseando salir del trabajo para verla y pasar un rato juntos. Contarle a ella las cosas que le habían pasado en el trabajo o las cosas curiosas que había visto en internet era la mejor parte del día en ese momento para él y… Las cosas se pusieron feas.

Hacía un año que uno de sus amigos más cercano se había «echado novia». No había faltado al bar ni un solo día. «Si quiere estar conmigo, ya sabe lo que hay desde el principio, que no me venga luego con historias». A los dos meses de empezar a salir decidió llegar más tarde a junto de ella, para que se fuera acostumbrando. Ella lo llamaba y él cogía el teléfono delante de sus amigos con mofa, arrancando una ovación cuando colgaba el teléfono. Alejandro nunca estuvo de acuerdo con la manera que tenían todos de hablar de sus novias y esa obsesión que tenían por la fraternidad entre ellos por encima de cualquier cosa, pero no le afectaba mucho así que lo dejaba estar después de un par de comentarios por lo bajo.

Pero claro, ahora él tenía novia. Estaba totalmente enamorado y sabía que vendrían cuevas.

El primer día que no fue al bar, les escribió en el grupo que ese día no iría, sin más explicaciones. Al día siguiente le esperaban un montón de mofas y cánticos de «calzonazos» y su primer impulso fue poner una excusa. No supo por qué había hecho eso, puede que para intentar exculpar a María de su ausencia. ¡Pero es que él quería estar con ella!

Unas semanas más tarde apareció con ella. Todos pusieron un gesto extraño al verlos entrar, como si estuviese entrando con los pechos al aire en una iglesia, desubicados, fuera de lugar y sin respeto. Pero es que es un bar, no un templo, y ellos son una pareja que van de la mano, nada más. Las conversaciones fueron tensas, hubo silencios incómodos y sus amigos, de pronto, parecían seres extraños que no sabían cómo comportarse.

La discusión llegó por WhatsApp. Que si eso no se hace, que si la llevó “a traición”, que si ellos no pueden estar a gusto si hay tías… Él les dijo que simplemente quería presentarles a su novia, que no sabía que les iba a sentar tan mal.

En principio lo dejaron ahí. Aunque algo en él había cambiado. El hecho de que sus amigos no entiendan lo que es importante para él, que no sean capaces de ser naturales y charlar sin más si había una mujer delante, le hizo plantearse si eran la gente con la que quería seguir compartiendo su tiempo. Que era bastante machistas era obvio desde el principio, pero algunos comentarios rozaban ya otra cosa… Y no quería ser parte de un grupo donde se siguiese menospreciando así a las mujeres. Para salir de dudas lo habló con su hermana menor. Ella le dijo que “que tus amigos sean unos misóginos no es nada nuevo, lo sorprendente es que te llame la atención, supongo que hasta que sus privilegios no te han afectado te daba igual, pero ahora que esa chica te importa si que duele, ¿verdad?”.

Él se dio cuenta de las veces que miró a otro lado ante injusticias “por no discutir” y se sintió mal. Eran sus amigos y, por alguna razón, aunque fueran unos gilipollas, él los quería, pero debía distanciarse de ellos.

Ellos empezaron a meterse con él cada vez más y él a justificar que era normal querer estar con la persona a la que quieres. Creía que podía hacerlos razonar. Pero cuanto más tiempo pasaba, las mofas pasaron a ataques, por supuesto, hacia ella. Fue duro oír de quienes habían sido como hermanos para él que su novia era una sargento, luego que si se le veía que era frígida y pagaba su amargura con él… Y claro, cada vez que él marcaba los límites y les decía que no permitiría faltas de respeto, llegaban los consejos de buen amigo. Le mostraban todo su apoyo, porque le estaban lavando el cerebro y él no lo veía, pero ellos lo iban a ayudar… Hasta que una noche que María salió con sus amigas y él no tenía ganas de salir, por todo el cacao que tenía en la cabeza, empezaron a bombardearle el teléfono con mensajes acusando a su novia de estar “zorreando” por ahí. No pudo más, se presentó con sus pintas de andar por casa en la discoteca y, sin acercarse en ningún momento a su novia (que estaba disfrutando de una noche con sus amigas, sin más), se puso frente a sus amigos y les dijo lo que tanto tiempo llevaba callando. Como no podía ser de otra manera, soltó su speech sobre la pena que le daban las mujeres que se acercasen a ellos, alguno soltó algún comentario por lo bajo sobre tener madre y hermanas y esas cosas que suelen decir los hombres machistas para justificar que no lo son y, dejando claro que no quería saber más de ellos, se fue. Su novia le escribió un rato después “¿te acabo de ver con el pantalón de los Simpsons en la pista de la discoteca?”

Nunca más quiso saber de ellos ni ellos hicieron por reconciliar nada con él. En su cabeza los había dejado reflexionando y algo de lo dicho les calaría. Y mucho no se equivocó, pues Guille, el último en llegar a la pandilla, le llamó para decirle que tenía toda la razón y que llevaba tiempo escondiendo a su novia para que no recibiese el trato que recibió María y que por eso él ahora hacía tantas horas extras, no era por pasta, era porque estaba con su novia tranquilo. El valor de Alejandro lo animó a dar el paso y, simplemente dejar de ir al bar y de contestar el WhatsApp. Aprovechó la nube de incertidumbre que Alex había levantado y salió sin dejar rastro.

Ahora son más amigos de lo que habían sido nunca. Tenían libertad para verse si querían y si no, pues no. Podían hablar de lo que quisieran incluso de sentimientos, sin ser juzgados y celebraron con una cena lo bien que se cayeron sus novias desde la primera vez que se juntaron.

Ahora Alejandro y María son felices juntos y tienen, además de sus espacios por separado, un lugar donde estar juntos a gusto sin ser juzgados.

 

 

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