Si encontrar talla en ocasiones es difícil porque tus caderas son exquisitas, súmale el no poder encontrar zapatos porque eres Bigfoot.

Es odioso ir a una zapatería y que solo queden el 37 o 38, pero peor es ver la cara de la dependienta cuando coges un modelo y dices: “¿no tienes la 42?”

Tengo la teoría de que yo ya tenía estas mismas dimensiones cuando cumplí los 7. Recuerdo que hubo una época en la que la profe de educación física nos llevó a la piscina y uno de esos días, a mí se me olvidaron las chanclas para la ducha. Una compañera me dijo: ¿te dejo las mías después de que me duche? Yo le dije que sí, pero claro, teníamos 9 años y ella calzaba un 36 y yo un 40 ya. No sé si fue más traumático para ella o para mí.

Pero aquí no queda la cosa, pensad que no es solo tener el pie largo, ¿qué pasa si lo tienes ancho? Eso ya es una maldición de un Dios cruel, porque nada, nada, nada te va a quedar bien.

Cuando iba a las zapaterías de mi barrio con mi madre, las dependientas siempre preguntaban: ¿es para ti o para la nena? Las señoras eran muy comedidas, pero en realidad formaba todo parte de una gran estrategia en la que, si era para mí, buscaban directamente zapatillas de caballero y las ponían dentro de cajas de calzado de niños. A mi madre no la engañaban, pero a mí sí, y por unos segundos sentía que alguna de mi clase iba a ser una copiota y llevaría las mismas zapas grises rancias que yo.

Aquí el detalle está en que la transición de crecimiento para mí fue frustrante, porque pasé de los zapatos de charol a solo poder ponerme deportivas, y no eran zapas chulas como las que hay ahora con colores, texturas, marcas top ni nada de eso, tenían que ser las que me cupiesen y me pudieran durar lo máximo posible.

Con la adolescencia la cosa no mejoró. Mis pies no cabían en las botas de chúpame la punta que se pusieron de moda a comienzos del 2000, las manoletinas o sabrinas ya podían ser elásticas para poder alcanzar toda la envergadura de mi pie y muchas sandalias no me entraban por la anchura de mi peana y la robustez de mi tobillo. ¡Lloro solo de recordarlo!

Luego, se pusieron de moda algunas marcas de calzado que no me valdrían ni como pulsera. Las botas de caña o esas que son algo más altas, ni de coña me cerraban y cuando se pusieron de moda los mocasines, algo me entraba, pero para quitármelos tenía que llamar a los bomberos.

Seguro que os preguntáis: ¿y tacones? ¡Ay, querida! No miento cuando digo que mis primeros zapatos de tacón los compré en una tienda de baile donde me dijeron que eran unos zapatos de bailes de salón para chicos. Sí, sí, mis primeros tacones negros que los estrené en una boda de una prima con 16 años eran para chicos, porque la horma era más ancha y estaban reforzados con una tira en el tobillo. A mí me flipaba contar la historia porque era heroico que encontrase algo tan femenino cuando era para el sexo contrario, pero mi madre lo ocultaba diciendo: “qué cosas tiene la niña”

A día de hoy el drama ya se ha ido tranquilizando. Hay tiendas y marcas de mujer que ya contemplan tener hasta una 43 de mujer. Otra de las maravillas de la naturaleza es que se llevan más las deportivas que el zapato arreglado, por lo que voy siempre fashion y cómoda, pero no puedo comprar zapatos por internet porque nada me queda bien, por mucho que ponga “ancho especial”. ¡C’est la vie!