Acabo de despertar y abrir los ojos. Bueno, a decir verdad, uno sigue a media asta, que parezco una muñeca vieja cuando la tumbas. Me incorporo con parsimonia y me quedo hipnotizada contemplando la pared que tengo frente al lateral de la cama. Pareciera que el gotelé me hablara. ¿Las caras de Bélmez en mi propio domicilio? ¿Como el tapicero? ¿Iker, estás ahí? ¿Me escuchan? ¿Me sienten? Este es el proceso que sigue mi cerebro intentando colocar cada cosa en su compartimento, brindándome un rato de fantasía amarga que puede oscilar entre un minuto y media hora, dando cabida a El Todo y La Nada. Que nadie me hable durante el proceso, no me gusta fingir simpatía mañanera.

Miro al abismo y voy tomando conciencia de que mi cuerpo no está hoy, digamos, jotero; me siento cansada y asqueada de la vida. Delibero durante unos segundos si meterme en la cama de nuevo y no salir de ese remanso de paz que eran mis sábanas. No quiero cruzar la mirada con ningún ser parlante y/o respirante. Observo con ojos golosones la cama y veo la funda nórdica que me regaló mi madre cuando cambié de piso. Ahí está, con sus mini dibujos de girasoles y sus “live, laugh, love” repartidos por toda su superficie. Cuando miraba la pared, decidí tomarme la jornada como viniera. Y la jornada no trae lo que dice la loca de la funda nórdica, ya te lo digo yo.  

Aún sentada en la cama, busco con mis pies y sin bajar la vista las zapatillas de estar por casa, esas que me regaló mi exsuegra y que están viejas pero me da pereza cambiar. Las consigo calzar, las miro antes de ponerme en pie y… ¡bum! me recuerdan que ellas también tienen un consejo para mí: ahora puedo leer en mi pie izquierdo “la vida es mejor” y, en el derecho, “cuando sonríes”. 

–Malditas zapatillas, limitaos a ser cómodas y calentitas –balbuceo molesta.   

 

Me pongo rápida en marcha, como intentando ser tan veloz que no pueda ver mis propias babuchas por el trayecto. Estoy en el baño, me siento a salvo. Tras liberar espacio del disco duro de mi cuerpo, hago otro amago de quedarme sentada de forma perpetua, mirando el toallero frente al inodoro en el que estoy. Me hago un chasquido de dedos a mí misma para volver a la realidad. Delante del lavabo, ya con la cara aseada y las gafas puestas, me encuentro con mi imagen frente al espejo. ¿En qué puñetero momento me pareció buena idea comprar un pijama que pusiera “persigue tus sueños”? Yo lo único que persigo hoy a estas alturas es no asesinar a nadie con la mala hostia que me está entrando.

Permanezco un rato parada, reflexionando sobre la recién descubierta necesidad imperiosa que tienen los textiles de mi hogar por decirme lo que tengo que hacer y ese empeño en obligarme a sentirme feliz y tener metas definidas. A ver si os enteráis, textiles, soy una mujer que hoy se siente perdida en esta vida loca, con su loca realidad. Una señoradolescente que no tiene un objetivo claro y vaga sin rumbo en su existencia mientras observa cómo sus pezones cada vez tienen más clara su meta: el suelo. Y punto. Coño, que hay que decirlo todo. 

 

Más confusa y menos animada me dirijo a la cocina a preparar un café que con su aroma me transporte a otros lugares donde no exista tanto optimismo impreso en tejidos. Agarro la primera taza, la que me cayó de regalo en el último amigo invisible. Por un instante pienso que ojalá fueran invisibles de verdad tanto el compañero de curro que me la regaló – sé quién eres, maldito– como la puñetera taza en sí, porque tengo la vitrina tan llena que esto parece la escena de “Qué festín” de La Bella y la Bestia. Echo el café en la citada taza y la volteo para agarrarla por el asa y ¡violà!, frente a mi cara abatida, un primer plano de la taza que me vierte un: “saborea la vida”. 

–Ah, ¿sí, taza? ¿Qué quieres que saboree? ¿Mis dolores constantes de espalda? ¿El llegar a fin de mes arrastrando? No, taza, no. Saboréame tú el chichi, así te lo digo, fíjate –le digo mirándola fija y visiblemente alterada. Ella continúa impasible. Asco de taza. 

 

Comienza a parpadearme un ojo ya de tanta frase cuqui-positivo-impositiva de las narices y reparo en el hecho de que ya, más que triste, tengo un cabreo como un castillo. 

¿Es que una no puede sentirse miserable por unas horas sin sentir por ello, además, culpa? ¿Es que no se puede dejar de “producir” por un día? ¿Tengo que ver las puñeteras estrellas tras las nubes a la fuerza todo el tiempo? ¿Dónde están las granja-escuela de lo cuqui-positivo-impositivo de las que sale tanto coach que se dedica a poner sus frases de mierda por toda superficie que admita impresión? ¿Qué precio tiene el cielo?, ¡que alguien me lo diga!

Hala, ahora, además, tengo a Marc Anthony en la cabeza. 

–¿Qué más, señora? –clamo al cielo con los ojos en blanco. 

 

Dejo caer los brazos en una muestra algo teatrera del hastío al que he llegado hoy, de modo que si alguien pudiera verme supiera que me he sumergido en el hartazgo más absoluto y estoy ahí, buceando en sus profundidades sin pensamientos de salir a flote. 

Pasada la performance que nadie jamás vio, trato de obviar este acoso de lo motivacional que estoy sufriendo, centrándome en saborear mi café. En realidad se trata de un descafeinado porque he pensado que combina mejor con la ansiedad que me acompaña estos días y que hace que me agite más que un perro cuando le mueves las llaves de casa antes de sacarlo a pasear. 

Lo dicho. Intento relajarme y abro la primera aplicación de red social que veo en mi teléfono con la esperanza de dejar de oír las voces de lo cuquietcétera. Se ve que sigo un poco dormida porque, para cosas “no cuquis” estaría Twitter, no Instagram, que es la que he abierto. La primera en la frente: una foto de una excompañera de clase en la que aparece de perfil y fingiendo una mirada distraída al horizonte que la extasía artificialmente con la luz del sol que cae en él. Le ha puesto un filtro que me hace dudar de los límites de la realidad y acompaña el post con un “hoy es un buen día para ser feliz”

–O para que te caigas de boca, mala pécora –añado ya desatada. 

 

Me arrepiento pronto de haber usado esta expresión porque sé las connotaciones que tiene. De hecho, la RAE la define como: persona, especialmente una mujer, astuta, taimada y ruin. Pienso en ese “especialmente mujer” y me doy cuenta de que aquí la mala pécora es la RAE. En realidad, mi excompi de clase me cae bien, pero nunca he llegado a entender esa manía de poner frases que quieren ser profundas acompañando cada foto que se sube a Instagram. Somos todos ahora filósofos. Los postureocráticos nos denominarán las generaciones venideras. 

Me he hecho gracia a mí misma con lo de los filósofos, así que decido anotarlo en mi libreta de ideas con las que hacer “algo”. Mientras me acerco a ella noto que mi cabeza trata de girarse en dirección contraria, a lo niña del exorcista, y acabo dando una vuelta sobre mí misma. Tras este macabro paso de baile y volviendo a mi trayectoria, veo lo que reza la portada de la libreta y comprendo el porqué de la huida que pretendía mi cuerpo: “Apunta a las estrellas y llegarás a la luna”. Eso me tenía preparado la muy tirana. Pienso que, si lanzara la libreta por la ventana, a la luna no sé, pero al bloque de enfrente llega seguro. Respiro profundo. Lo mejor será forrar la libreta con el set ese de scrapbooking que compré no sé ni cuándo. Así, al menos, le doy algún uso por fin. 

 

De repente me doy cuenta de que estoy exhausta. No tengo fuerzas para luchar más contra la secta de lo cuqui-positivo-impostivo que poco a poco ha invadido mi casa sin ser yo consciente de ello y hasta costándome el dinero. ¿Cómo he dejado entrar al enemigo en casa?

En fin, tengo que calmarme. Simplemente trataré de hacerme unos matrix- movimientos para esquivar como pueda sus mensajes inquisidores, me moveré como una gacela entre los muebles y ya mañana, si acaso, le doy la vuelta al nórdico, cambio de zapatillas, descoso las letras del pijama, tiro contra el suelo la taza, elimino mis perfiles en redes sociales, forro la libreta, quemo la casa y empiezo una vida nueva en Dos Hermanas, por ejemplo. 

 

Ahora, me tumbo en mi sofá para disfrutar del largo y asqueroso día que tengo por delante. 

–Carpe Diem –me digo a mí misma–. Ups… ¡mierda! 

 

María Jesús Chano Clemente

@lady_oxivirin