Os pongo en situación: 6 de julio a las dos de la mañana. Había quedado con un chico que conocí vía Tinder, vamos a llamarle Juan. Juan estudió matemáticas y un módulo de informática, así que trabajaba en una empresa muy pro de Madrid. Era divertido, con un sentido del humor bastante negro como a mí me gusta, y cinéfilo a muerte. Aunque nuestros estilos musicales no podían ser más diferentes, compartíamos el gusto por las palomitas dulces. ¿Podía pedir algo más? Spoiler: sí.

No era la primera vez que nos veíamos, ya habíamos salido de cañas en ocasiones anteriores y nos habíamos dado el filetazo en nuestros respectivos portales, pero na’ más. Esa era Mi Gran Noche como diría Raphael.

Llegamos a su casa después de una noche de cerveceo y muchas risas. El problema llegó cuando nos metimos en la cama. Debo decir que yo iba con las expectativas un poquito altas porque él se había pintado como un Dios del sexo. Entre sus fantasmadas previas destacaba una que me llamó la atención…

“Podría poner en mi currículum que tengo un nivel avanzado en eso de comer coños…”

A mí estas cosas no me suelen gustar, soy de las que piensa eso de “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”. Aun así lo pasé por alto porque me parecía un tío cojonudo.

A la hora de la verdad pude comprobar que Juan, como el 90% de la población, miente en su currículum. Me dio la sensación de que me estaba comiendo el coño no para que yo disfrutase o para darme placer, sino para poner eso a tono y podérmela meter.

Volvimos a quedar un par de veces más y demostré mi teoría. La dinámica era siempre la misma: me bajaba los pantalones a toda velocidad, se metía entre mis bragas, me tocaba lo justo para que yo estuviese mojada y me la metía. He de decir que la penetración estaba bien y disfrutaba, pero el acto sexual era como una mesa de tres patas: cojeaba.

Empecé a hacer memoria y hablé con mis amigas. Todas nos habíamos topado con un tío así, de esos que te comen el coño durante un par de microsegundos. Lo justo para poder meter el churro en caliente. Conclusión: conciben el sexo oral como una obligación, algo necesario para preparar el coño como si estuviesen precalentando el horno.

No, chico, no. Comerme no es una obligación. El sexo oral no es un preliminar. El placer no gira en torno a tu rabo. Esto es un privilegio y me la repampinfla que suene sobrado, pero mi coño es demasiado precioso como para que tú lo trates con desidia, como un juguete al que prestar atención hasta que llega otro mejor.

Me hago la cera, me quito los pelos enquistados, me pongo una cremita hidratante en el pubis, me lo cuido, me lo mimo. Mi coño es mi templo, mi iglesia, mi catedral y mira, es de aforo limitado y entrada VIP. Si tú, querido Juan, tienes la puñetera suerte de poder hacer una visita guiada, DISFRÚTALA. Yo no quiero que pases por mi parrusa como quien va a un funeral, contando los minutos para salir corriendo. Recréate o lárgate.