Cuarenta y tres años, cuarenta y tres puñeteras velas he soplado en mi última tarta de cumpleaños. Más obligada que animada a hacerlo, mis amigas decidieron que un 4 y un 3 inmensos decorasen un terrible pastel de fresas con nata que ellas mismas habían comprado (olvidando por completo que soy intolerante a la lactosa).

Aplaudieron y brindaron por mis cuarenta y tres primaveras, y yo decidí que ya de celebrar lo haría a lo grande: pillándome un pedo a base de albariño e intentando terminar la noche con algún varón de buen ver que me quisiera poner fina filipina.

Y como en toda buena cena de mujeres que se precie, la conversación derivó entre chupito y chupito en hablar de esos hombres que nos habían acompañado en nuestra vida. Manuel y su tupé engominado, Antonio y su terrible fijación con los dedos de los pies, Raúl y su lengua juguetona… Una a una mis amigas hacían resumen de los muchos ligues que habían paseado entre sus sábanas. Hasta que llegó mi turno y fui consciente de ello, ¡yo solo he dado con tíos idiotas!

Que no hablo yo de buenas personas con algún ‘pero’ escondido, no, yo me refiero a auténticos insoportables de esos que solo quieres que se trague la tierra. O que te trague a ti, pero que te lleve del mundo al lado de esa persona. Hombres guapos, guapísimos, pero que se creen que por serlo se pueden permitir hacer el imbécil en tu cara. Del nivel de silbarle a la camarera para que le traigan otra caña, o de llamarte ‘jamona’ mientras te pega un sonoro azote sin venir a cuento.

¿Cuántos años llevaba revoloteando de flor en flor, de tío a tío? ¿Veintisiete? ¿Y en casi tres décadas solo había dado con verdaderos cromañones? ¿Pero cuál es mi puto problema?

Todavía con una copa en la mano intentaba buscar un motivo para mi mala suerte, no comprendía qué podía haber hecho yo mal en mi otra vida para que el karma me castigase de aquella manera. ¡Yo también quería un Raúl lengua juguetona! O simplemente un tío al que te de lástima dejar tras un tórrido romance.

Ni una miajita había sentido yo con cada una de mis conquistas. Es más, ¡si hasta celebraba cada ruptura! Había aprendido que mi vida es mía y que eso de atarme a un hombre no era para mí. ¿Pero cómo iba yo a esperar otra cosa con semejante catálogo de idiotas?

¡Se acabó! Hoy nada de guapos, yo hoy quiero conocer a un chico majo, encantador y simpático‘ sentencié apurando la última copa de albariño (¡ay, con la resaca que da el albariño…!).

Local tras local, la Ley de Murphy en estado puro, jamás se me han acercado tantos machirulos en toda mi existencia. Atractivos, altos, ciclados, más bajitos pero guapísimos… Parecían haberse puesto de acuerdo para placarme durante toda la noche, para ponerme a prueba e intentar llevarme al huerto para luego demostrarme, una vez más, que había picado.

Pssss… vaisss vaisss… alejaros de mí, guapos de la noche, ¿dónde están vuestros amigos los más normalitos? Tú fuera, ¿has visto los ojos azules que tienes?‘ maldecía ante cualquier intromisión en mi espacio vital.

Yo seguía con el radar caza muchachos-normales encendido. Realizaba la famosa putivuelta haciéndole ojitos a cualquier chico sencillo y con aspecto amigable, pero no triunfaba ni lo más mínimo. Mis amigas se descojonaban ante mi frustración, y mi nivel de enfado aumentaba al mismo tiempo que mi borrachera.

Le entré a casi media docena de varones de lo más común. Con sus gafitas, sus barbas desaliñadas y sus caras amigables. Un par de ellos respondieron bastante bien a mis motivos de cambio de registro de ligoteo, y otros tantos se ofendieron un pelín tachándome de loca desubicada.

Que no digo yo que quizás las cosas no deban hacerse así, pero no me podéis negar que razones no me faltan. He pasado casi toda mi vida centrada en encontrar a un tío guapo que me entre por los ojos y he olvidado por completo que lo que realmente se queda después es lo de dentro. Y lo mismo la que tiene que cambiar soy yo y no ellos, porque la noche la terminé borracha como una cuba y montándome más sola que la una en un triste taxi.

Anoche Mr Puterful apoyó mi nueva premisa en la vida y yo ya estoy a un paso de hacerme una camiseta con ella:

Llega esa edad en la que ya no buscas que sea guapo, te conformas con que no sea un gilipollas del todo‘. Amén, amigo Puterful.

Anónimo

 

Envía tus movidas a [email protected]