Soy una chica de lo más normal, con mis cosas buenas y malas como todos. Tengo 18 años, mido 1.70, y peso 97 kilos de amor y sabiduría.

Personalmente me he calculado el IMC y tengo obesidad. Bien, en estos momentos me alegro de estar yendo a terapia desde hace dos años, porque si no, estaría llorando sin retorno.  Me alegro porque cuando me miro al espejo ya no siento rechazo ni asco de esa chica que se refleja. Cuando me miro al espejo siento atracción y satisfacción por haber conseguido amar lo que estoy viendo, por haber conseguido dejar atrás esas inseguridades. 

Sin embargo, por lo que más me alegro es porque veo más allá de ese IMC. Veo mis análisis perfectos, la flexibilidad, fuerza y resistencia de mi cuerpo que están muy bien. Veo a mis familiares, sobre todo a mis abuelas que en sus tiempos, a mis años, sus cuerpos eran exactamente igual a los míos y siguen vivas, sin ninguna enfermedad que sea por culpa de sus cuerpos. 

Ha sido muy sencillo escribir estas palabras y muy complicado que lleguen a ser ciertas. Me ha costado tanto llegar a este punto. Llegar a poder sentirme sexy y deseada, o al menos ser consciente de que puedo llegar a serlo. Llegar a poder ponerme según qué tipo de prendas sin sentirme culpable, que quizás antes me costaba más por los comentarios que recibía. Llegar a poder perdonar y olvidar a esas personas que me persiguieron con tanto odio durante todo el tiempo que pudieron, y aunque no fue fácil, necesitaba hacerlo para poder seguir hacia delante.

Aunque lo que más me ha costado ha sido amarme sin tener en cuenta ningún complejo. Cuesta entender que tu nariz un poco torcida, tus orejas más puntiagudas, tus labios finos, tus granos que salen en día de regla, o cualquier otro «defecto» que creemos que tenemos, no son excusa para sentirte fea o menospreciarte. Al final lo que tu consideras un defecto, para otra persona puede ser algo que te hace inigualable, algo que desee besar y recorrer cada día.

Diana.ruiz.18