Empezaré por contaros que estoy felizmente casada y tengo un par de churumbeles a mi cargo a cual más monérrimo. El mes pasado empezó a seguirme en Instagram un antiguo rollo. Era un tío con el que había estado tonteando hace más de diez años y había una pasión desmedida. Esa clase de maromos que nada más verlos te incendian por dentro, te remueven las hormonas y el chirri empieza a dar palmas con las orejas.

unnamed

Pues cuando vi su cara en la notificación de Instagram me dio un vuelco el corazón y tras starlkear su perfil, le devolví el “seguimiento” mientras me temblaba el dedo (y el chirri).

Después de la emoción inicial, seguir al guaperas de turno no me supuso ninguna novedad más. Sus fotos estaban centradas en el deporte y en la montaña y tampoco publicaba con mucha frecuencia, así que la taquicardia de quinceañera de disipó hasta el día que me escribió el primer mensaje privado.  Solo ver la pantalla que me había escrito volvió a encender todas mis alarmas.

unnamed (1)

La cosa empezó de lo más inocente: que sí que alegría volverte a ver, que guapos tus hijos… estás igual, patatín, patatán… Yo dudaba entre si contestar o no. Porque realmente ese chico nunca fue un amigo, fue un empotrador. Esa clase de relaciones que lo dan todo en la cama, esas personas que te incendian y te descontrolan de arriba abajo. ¿Por contestarle no pasa nada, no? Es solo por educación. Y la cosa siguió que si sigues en Madrid, que si a ver si nos vemos algún día, que  nos podríamos tomar una caña por los viejos tiempos… ya sabéis.

unnamed (2)

Y sin darme cuenta, todos los días nos escribíamos. Nos dábamos los buenos días y las buenas noches. Nos decíamos piropos bien intencionados y otros no tan bien intencionados. Y estaba pendiente del móvil todo el día. No estaba haciendo nada malo, pero tampoco nada bueno. Empecé a coger el móvil a escondidas cuando mi marido no me miraba o cuando los niños estaban dormidos. Le escribía encerrada en el baño y todas las noches soñaba con volver a echar un polvo con mi empotrador. Y empecé a dudar de mi matrimonio, porque el chirri pensaba por mi cabeza y seguía dando palmas con las orejas a un ritmo cada vez más desenfrenado.

unnamed (3)

Y todo esto que os cuento es lo que hubiera pasado si hubiera contestado a su primer mensaje privado. Porque todo esto no sucedió. Sucedió en mi cabeza en dos décimas de segundo. Porque lo que hice en realidad fue eliminar su primera conversación y  meterme en la cama con mi marido con una sonrisa de oreja a oreja.

Firmado: The perfect wife