¿Soy una fracasada? Tengo 34 años y 100€ en la cuenta

 

  • Amiga 1 vive en Suiza y se ha comprado un Rolex. 
  • Amiga 2 lleva ya 10 años en su puesto de trabajo y la han ascendido por enésima vez. 
  • Amiga 3 ha conseguido un contrato con una empresa importantísima para labores de consultoría.
  • Amiga 4 y novio de Amiga 4 están dudando entre irse de viaje a Bali o a Japón. Uf, ay, qué jodida es la vida, que a veces nos pone ante diatribas imposibles. 

Nada, ya paro. Pero podría seguir. La lista de amigas exitosas podría continuar unos párrafos más para beneficio de mi psicóloga, a la que tendría que pedir alguna que otra cita extra. 

Estoy rodeada de personas triunfadoras. Mi tejido social está conformado por parejas estables, solteros y solteras independientes y autosuficientes que pueden pagar una hipoteca solos, amigas que han hecho el check completo (marido guay, hijo cuqui, trabajo molón y casa de diseño) y otras que viven en un mundo plácido y despreocupado y siguen persiguiendo el oficio de sus sueños porque sus padres están bañados en dinero.

Y luego estoy yo. 34 años. Sin novio (que está de lujo, porque para el que tenía, mejor ninguno), sin casa, viviendo con mis padres, con un trabajo desesperante, nada atractivo y mal pagado y queriendo congelar óvulos pero sin poder, porque tendría que renunciar a comer y mis óvulos vivirían criogenizados como Walt Disney mientras yo me pudro bajo una acacia. 

Cada día, sin fallo, dedico unos minutos a buscar en mi pasado el instante preciso en que tomé esa decisión fatal pero aparentemente irrelevante que me ha llevado a ser una fracasada. Analizo cada trabajo rechazado, cada oferta pasada por alto, y me pregunto si la culpa de tener 100 euros en la cuenta es solo mía o si puedo reconfortarme pensando que, simplemente, soy una persona con mala suerte rodeada de personas con una flor en el culo.

“Chicas, tenemos que ir a este restaurante”. La amiga del Rolex envía un artículo a un grupo de Whatsapp sobre el último local de moda en Madrid, que parece servir platos minúsculos pero con formas y colores geniales para Instagram. “Vamos a Madrid en el día, comemos y volvemos, ¿qué me decís?” Esta es una de esas situaciones que me hacen sentir como una pobre desgraciada y, aún peor, me convierten en sujeto pasivo de la compasión de mis amigas, que se ofrecen en tropel a pagarme el viaje, la comida y, si me descuido, los tampones. 

En realidad, mis problemas son del primer mundo. Tengo una familia que puede ayudarme, tengo un trabajo fijo y tengo salud. Así que, después de mucha psicoterapia, creo que lo que me está jodiendo no es mi presente, sino mi pasado. Yo era la niña más lista, más curiosa, más inteligente, más culta, más trabajadora, más talentosa. Mi gente volcó en mí todas sus frustraciones y expectativas. Se esperaba que saliera en la tele, o que firmara grandes obras literarias, o que trabajara en algún organismo internacional con sede en el downtown de Manhattan. Se esperaba, en definitiva, que triunfara.

Yo misma lo esperaba, y quizá tomé decisiones vitales un poco a la ligera, pensando en que el universo me tenía preparado algo grande, y que nada podría desviarme de ese destino. Ahora veo los mensajes japiflower de “Si quieres, ¡puedes!”, y me hierve la sangre. No, aunque quieras, igual no puedes. No, nada se consigue sin esfuerzo. Y quizá te esfuerces y no valga para nada. Así que, queridas, más nos vale buscar el éxito en otras cosas (las risas con amigas, el abrazo de un sobrino, un paseo con tus padres) y saber apreciar lo pequeño. Porque un Casio también da la hora, ¿no?

 

Berta G.