Tenía dudas sobre ser madre, finalmente no lo fui y NO me arrepiento

Vaya por delante que ya he recibido todos los mensajes habidos y por haber referidos a la maternidad como una experiencia que ninguna mujer se debería perder. Creedme, los he valorado y tenido muy en cuenta, porque en la vida no siempre se tiene todo tan claro. Sobre todo en aquellas cuestiones en las que no puedes dar marcha atrás.

Porque un día eres joven y tienes todo el tiempo del mundo para decidir si quieres ser madre, y al siguiente, estás oliendo los cuarenta y todavía no has terminado de deshojar la margarita. 

Y es cuando te das cuenta de que te ha pillado el toro. Cuando entras en el pánico del “ahora o nunca”. Porque no te ves preparada, pero te aterra la posibilidad de arrepentirte. Visualizas un futuro de soledad y tonos grises que te agarra del cuello y te deja sin aliento. Las hormonas y el cerebro conspiran en un último intento de que contribuyas a perpetuar la especie. Hasta que decides parar y empezar a razonar.

En mi caso, me propuse tomar distancia y mirar hacia dentro, pero también hacia fuera. Porque la decisión de ser madre es, ante todo, un ejercicio de responsabilidad. Porque no serlo puede ser un acto mucho menos egoísta que serlo por miedo a que tu vida no tenga sentido si no se la entregas a alguien. Y es que la maternidad va de eso, de una entrega total para la que muchas no estamos preparadas. Y no por eso somos peores personas. Simplemente, somos consecuentes. A algunas no nos vale hacer las cosas porque el piloto automático nos diga que ya toca. O porque nos hayan metido el miedo en el cuerpo.

Esta decisión requería mucho más, así que hice un ejercicio de autoconocimiento. Teniendo en cuenta que soy una persona impaciente, perfeccionista, autoexigente, controladora y propensa al estrés, la ansiedad y el insomnio, meter un bebé en la ecuación no me parecía lo más sensato.

Por mucho que me gusten los bebés y por mucho que haya mamado la romantización de la maternidad. También analicé mi situación económica, mi relación de pareja, mi estado de salud, mi trabajo, la posibilidad de conciliar y las dinámicas sociales actuales. Porque puede que el dinero no dé la felicidad, pero para tomar ciertas decisiones es determinante. Algunas no podemos (o no queremos) interrumpir nuestra carrera profesional. Y tal como está el patio, alguien tiene que hacerlo. Porque los niños, y sobre todo los adolescentes, necesitan atención; una atención que, en mi opinión, NO es delegable. Los abuelos y las instituciones pueden ayudar, pero el mundo en el que vivimos exige a los padres y madres un extra de presencia que solo se consigue con una buena inversión de tiempo. Y el tiempo es oro.

Este proceso de reflexión me ayudó a concluir que la maternidad no era para mí, porque nunca iba a estar preparada. Nunca me iba a ver en disposición de todos los recursos materiales y emocionales necesarios para asegurar el nivel de dedicación que exige una criatura. Y entonces respiré. Por fin me había armado de buenas razones para zanjar ese asunto pendiente que tenía conmigo misma. Había tomado una decisión tan respetable como la contraria. Sin miedo a las consecuencias.

Creo firmemente que las decisiones, una vez tomadas, hay que trabajárselas. No vale con transitar por ellas de forma pasiva; hay que regarlas a diario y hacer que sean las mejores. Es la única manera de mantener alejado al fantasma de “lo que podía haber sido y no fue”; un fantasma muy poderoso que tendemos a idealizar y que, si no mantenemos a raya, puede convertir nuestra vida en un viacrucis de arrepentimiento, vacío e insatisfacción. 

Abrazar mi decisión me ha dado la paz mental que solo se consigue cuando hay coherencia entre lo que piensas y lo que haces. No he sido madre. Y soy muy feliz.

 

M.S