Toda mi familia me apoyaba, me animaba y me decía que qué bien dar este paso en dirección a mi salud cuando comencé a ir al gimnasio. Todo eran vítores, aplausos y palabras aliento. Comencé yendo a clases de zumba, spinning, pilates, yoga…

Todo mi alrededor apuntaba mi notable cambio físico: estás más guapa, la ropa te queda mejor, desde que has perdido peso estás increíble… Nadie se callaba el apunte, nadie dudaba en echarme el piropo, nadie se pensaba dos veces comentar en voz alta mi evidente cambio físico.

Todo cambió cuando decidí apuntarme a crossfit, empezar a muscular y esculpir mi cuerpo como yo deseaba. Todas esas palabras de aliento se convirtieron en comentarios despectivos por parte de mis padres, mis amigos, compañeros de gimnasio y hasta desconocidos en Instagram.

‘Cada vez te pareces más a un hombre’, ‘¿es que te has cambiado de acera?’, ‘¿te estás pinchando para tener esos músculos?’, ‘¿para qué quieres ganar tanta masa muscular? ¿cuál es tu objetivo?’

Jamás he escuchado que a un hombre se le pregunte para qué quiere músculos, cuál es su objetivo y si ha cambiado su orientación sexual por querer cambiar su físico. Sin embargo a mí (a nosotras) todo son críticas, todo son comentarios, todo son opiniones.

Al principio intentaba explicarme, intentaba justificarme, intentaba abrirme y exponer mis razones, ¿pero ahora? Ahora ya paso olímpicamente. Digo a todo que sí: sí, soy lesbiana; sí, quiero parecer un hombre; sí, me pincho todo lo que encuentro; sí, quiero competir en las puñeteras olimpiadas ahora que he pasado los 30.

Al que quiera saber, mentiras con él.

Si me gusta estar así es porque me gusta sentirme fuerte, me gusta saber que tengo fuerza, me flipan mis músculos, me maravilla mirarme al espejo y verlos ahí, son fruto de mi trabajo, de mis constancia, de mis ganas y de mi esfuerzo. Me gusta sentirme fuerte, poderosa, capaz. 

Me gustan hasta los callos de mis manos, cicatrices de guerra que me recuerdan que el camino no es fácil.

Yo no tengo un cuerpo fuerte y musculado para gustar a nadie, para disgustar a nadie o para que nadie lo mire. Lo tengo por mí, para mí. Y parece ser que eso cuesta metérselo en la sesera, cuesta asumir, la sociedad no está preparada para que las mujeres seamos lo que queremos sin ser sin tener en cuenta la opinión de nadie. 

Así que, queridas mías, si veis a una mujer musculada y se os pasan mil comentarios que hacerle por la cabeza: no la pongáis en duda, no la hagáis dar explicaciones que no quiere dar. Preguntarle qué tal le ha ido el día como harías con cualquier otra persona y si ella quiere, cuando se sienta a gusto y preparada, ya os contará su viaje personal.

 

Anónimo

 

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