Acabo de borrar Tinder de mi móvil y de mi vida. Si ya hace unos meses estaba bastante desencantada con la famosa aplicación de ligoteo, esta misma semana he tocado fondo. Os voy a poner al día para que me entendáis mejor.

Resulta que yo soy una chica a la que le cuesta mucho abrirse a la gente. Una vez tengo confianza soy muy divertida y, como diría mi abuela, dicharachera. Pero a mí eso de acercarme a un desconocido para darle bola, como que no va conmigo. Después de dejar a mi último novio por movidas varias que no vienen al caso, una amiga me recomendó abrirme un perfil en Tinder para ver si eso del anonimato me daba un pelín más de confianza.

Debo decir llegados a este punto que no estuvo mal del todo. Durante unos meses conocí y quedé con un par de chicos que ni eran rarunos ni tenían intenciones oscuras conmigo. Tuve un breve pero intenso affaire con uno de ellos pero la cosa al final se enfrió y si te he visto no me acuerdo.

Y entonces, llegó la cuarentena y todo lo que eso conllevó. Una tarde estaba aburridísima y se me dio por revisar la app por si encontraba algún buen varón con el que charlar un ratillo y animar un poco tanta depre por estar encerrada sola en mi piso de 40 metros cuadrados. No sé muy bien si fue él o fui yo, pero al rato estaba hablando muy animada con Alberto. Hombre, alto, guapo, simpático, inteligente… Un portento. No me podía creer que semejante maravilla estuviese soltero. Me empecé a hacer ilusiones, y me estaban quedando preciosas, de esas que tienen que ver con el destino, con una posible quedada pos-cuarentena en la que nos enamorábamos a saco y teníamos tres docenas de hijos guapísimos.

El caso fue que Alberto y yo nos pasamos sus buenas cinco semanas dándole al palique. Si no era vía chat lo hacíamos por teléfono. Siempre a horas intempestivas por su trabajo. Él curraba todo el día en el mantenimiento de un hospital de la ciudad y yo respondí como si fuese una casualidad gigante ‘OMG! ¡Pero si yo soy matrona!‘, como si aquello tuviera muchísimo que ver.

tinder cuarentena

Alberto apenas me contaba cosas de su día a día, siempre decía que prefería no hablar de lo que se veía en los hospitales porque era todo muy fuerte y necesitaba desconectar. Yo la verdad es que lo entendía así que normalmente hablábamos de todo un poco y una noche como otra cualquiera el asunto se empezó a poner picantón.

Estaba claro que entre aquel chico y yo había surgido la chispa y muchas veces los dos nos poníamos tan calientes que estábamos a punto de explotar. Ahí estaba yo, la tímida de turno, tocándome el botón al teléfono mientras un desconocido me prometía hacerme ver las estrellas en tecnicolor con su voz masculina y grave. Mis esperanzas crecían a una velocidad de vértigo. Había encontrado al hombre de mis sueños en el maldito Tinder, ¡¿pero qué le estaba pasando al mundo?!

Así que, por descontado, cuando Alberto y yo pudimos quedar allí que fuimos. Para variar, me pidió que la cita fuese una noche entre semana, a una hora digamos bastante inusual. Elegí un día de libranza y le prometí una pos-cena inolvidable. Compré un par de botellas de vino, preparé un picoteo ligerito y me marqué uno de mis mejores outfits desenfadado pero sugerente. Era una diva total, Alberto caería ante mí nada más verme, eso de que llegaríamos a saborear una sola gamba del cóctel que había preparado, lo ponía bastante en duda.

Y prácticamente así fue. Con un poco de retraso Alberto tocó al timbre y a mí el corazón se me salió por la boca. Primero de los nervios, y después en cuanto lo vi, del calentón supino que llevábamos los dos. Nos sentamos en el sofá y como dos adultos maduros nos pusimos a hablar de mil tonterías. La tensión se podía cortar con un cuchillo. Yo le ofrecí un canapé y él me dijo que prefería comerse mis pezones calentitos. Como para negarse.

Estuvimos unas tres horas follando como salvajes. Alberto se entregaba en cada embestida y yo saboreaba aquella noche pensando, ilusa de mí, que qué bien haber encontrado a un hombre en condiciones con el que chingar de por vida. No me juzguéis, llevaba más de un mes calentándome la cabeza con el hecho de haber dado con un tío que me gustaba de verdad, y ya que el sexo fuese tan bestial era la gota que colmaba el vaso de mi enchochamiento.

tinder cita

Eran algo así como las 5 de la mañana y los dos nos tiramos encima de la cama hechos polvo. Invité a Alberto a algo de beber y le propuse una duchita juntos antes de dormir. El corte fue grandioso. Él se levantó y me dijo que un vaso de agua me lo aceptaba, pero eso de quedarse era complicado. No quise hacer más preguntas, me empecé a comer la cabeza allí tumbada mientras Alberto se vestía casi como un rayo. Y entonces se vino el momentazo. Él se giró mientras terminaba de abrochar su camisa y como si tal cosa me preguntó:

Oye, tú igual puedes sacarme de dudas, si una embarazada de más de 40 semanas no se pone de parto, ¿se lo tienen que provocar sí o sí?

Me quedé extrañadísima pero procuré contestarle de manera profesional. Lo único que me hizo mosquearme fue que después de aquella vinieron una batería bastante ilógica de cuestiones sobre el parto, la inducción etc. No pude más y casi dándolo por hecho le pregunté si iba a ser tío o si alguien de su familia iba a tener un bebé. No se cortó ni medio pelo al responderme mientras terminaba de atarse los zapatos.

Ah, no, mi mujer. Salió de cuentas hace unos días y andamos algo preocupados y como tú eres matrona, ¿no?

Veréis, chicas, primero, que me lo soltó a bocajarro como queriendo darme a entender que hasta ahí habíamos llegado, y segundo, incluyó lo de mi profesión como si no tuviera muy claro cuál era mi trabajo. Más de un mes hablando, contándole mi vida, y resulta que me estaba tratando como si nos hubiésemos conocido esa misma noche. La rabia que sentí y lo utilizada que me vi en aquel instante.

Lo llamé sinvergüenza y mil cosas más, y le pedí que se largase de mi casa antes de que se me diera por vomitarle en la cara del asco que me daba. Él, aun por encima, me rebatió diciéndome que en ningún momento me había dicho que fuera en serio conmigo. ¿Pero cómo se puede ser tan cabrón?

Así que aquí estoy ahora. Con mucho más espacio en mi teléfono móvil después de haber desinstalado esa aplicación del demonio, pero también con una rabia horrible recorriendo mi cuerpo. Yo me las puedo dar de venirme arriba en seguida con los hombres, pero lo de ese personaje no tiene nombre. O sí…

Fotografía de portada

 

Anónimo

 

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