Tinder es una escapare donde todo es posible.

No se puede negar que hay gente muy interesante, pero a veces te encuentras cada perla que te hace pensar que igual deberías desinstalar la aplicación.

Justo eso me pasó a mí hace poco.

Hace unas semanas estaba cotilleando fotos de chicos tremendos y hubo uno que me llamó la atención. Sus fotos no eran de pectorales ni marcando paquete, sino que se trataba de amaneceres, puestas de sol y paisajes de montaña.

En la descripción, ponía que buscaba encontrar a alguien especial con quien disfrutar de un cielo estrellado.

La verdad es que desde que lo dejé con mi ex solo pienso con la pepitilla, pero este chico me dio mucha ternura. 

Empezamos a hablar y me pareció dulce, apasionado y decidido. Desde el minuto cero, sabía que quería conocerme, y no paraba de afirmar que hablar por el móvil solo hacía que la relación fuera más fría.

Como no tenía nada que perder, quedé con él. He de admitir que quedar un domingo a las 9.30 de la mañana no entraba en mis planes, pero yo me dejaba sorprender. Me dijo que fuera con ropa cómoda porque me tenía preparada una velada diferente y divertida. No sé vosotras, pero para mí ponte cómoda es un taconcito bajito, jersey ancho y el pelo recogido.

Quedamos en una plaza cerca de mi casa y porque vendría recogerme. Cuando me vi llegar la furgoneta destartalada, pedí que no fuera él, pero el Karma me la tenía jurada. 

No puedo negar que el chico no fuera guapo y gracioso, pero su carta de presentación cuando me vio con mi outfit me dijo sin cortarse un pelo: pues sí que eres pija, ¿no tienes ningún chándal en casa? Boquiabierta me hallo todavía al recordar todo lo sucedido.

Estuvimos un buen rato en el coche y yo ya no sabía a dónde me iba a llevar. Casi una hora más tarde, llegamos a un sitio que para mí era un descampado. Él, super orgulloso, me dijo que todas esas tierras eran suyas y que en un futuro sería el legado para su descendencia.

Yo soy muy de ciudad y cuando no veo un semáforo, me pongo nerviosa. 

Sacó un mono, me dio unas botas y me dijo que me cambiara en la parte detrás de la furgoneta. No sé qué me daba más repelús, tener que ponerme ese mono que no sabía de dónde había salido o cambiarme en ese mismo instante. Estaba decidida a dejarme llevar pasara lo que pasara, así que le hice caso.

Cuando ya estaba lista, me dio una especie de tijeras raras, un saco y me preguntó si alguna vez había recogido olivas. ¿En serio? ¿Me llevas a recoger olivas en la primera cita de buena mañana sin invitarme siquiera a un café con leche?

Los diez primeros minutos no sabía cómo decirle que quería que me llevase a casa porque, de haberme dicho a lo que iba, ni nos hubiéramos conocido. Pero al rato preparó un picnic, me fue contando su infancia, me puso al día del negocio del aceite de oliva y chica, me lo pasé hasta bien.

La verdad es que sobarse un poco en medio del campo, te hace reconectar con la naturaleza

A veces hablamos y le pregunto por sus tierras, pero de momento no hemos vuelto a quedar, pero te digo ya que para la segunda cita iré mucho más preparada.

 

anónimo

 

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